martes, 15 de noviembre de 2011

Conspiración submarina

El poder suele cobrar, la mayoría de las veces, un precio muy alto a sus fanáticos. Así, aquellos políticos que vendieron su alma al poder viven cada día de su vida solos, angustiados y temerosos de que ese mismo demonio les traicione y les quite lo único que tienen: el poderío

JUAN CARLOS APITZ B./TalCualDigital
El poder suele cobrar, la mayoría de las veces, un precio muy alto a sus fanáticos. Así, aquellos políticos que vendieron su alma al poder viven cada día de su vida solos, angustiados y temerosos de que ese mismo demonio les traicione y les quite lo único que tienen: el poderío.

Las consecuencias negativas que indiscutiblemente tiene para el propio poderoso el ejercicio del poder (estrés, ansiedad, insomnio, neurosis, enfermedad coronaria, deterioro del sistema inmune, renuncia a la vida familiar y social, depresión, etc.) se acentúan hasta alcanzar la enfermedad mental, cuando dicho ejercicio se convierte en un fin en sí mismo y no en un medio para lograr unos ideales.

Es entonces cuando trastornos como la paranoia encuentran en el hombre poderoso un excelente caldo de cultivo en el que desarrollarse. Creerse tocado por la divinidad para llevar a cabo una "misión" salvadora del mundo, hijo de Dios, o humanamente superior al resto de los mortales subyace en la personalidad de muchos paranoicos.

En efecto, Juan Antonio Vallejo Nágera nos advertía en Locos egregios que "El líder nato lo es porque tiene impregnado todo su ser en la pasión de mandar y con ella una condición casi fanática de empeño en el contagio de su ideal y la disposición a sacrificarlo todo por conseguirlo... y automáticamente por imponerlo. No bastan el talento, ni las condiciones personales, hace falta una motivación tan cargada emocionalmente que rebasa las premisas de lo razonable".

Pero si estar convencido de la propia singularidad histórica es una de las características de la paranoia, sentirse continuamente amenazado, perseguido, espiado es la otra cara de la moneda. El miedo a perder el liderazgo, común a la mayoría de los políticos, puede convertirse en una obsesión, pues, si por mantenerse en la silla se ha sacrificado todo: ideología, familia, amigos, ocio, etc.); sin el poder ya no son nada.

Por lo que, solo y sin amigos (porque ha tenido que renunciar a ellos), sin gente en la que confiar, cuenta con todos los argumentos necesarios para empezar a ver conspiraciones en todas partes, campañas contra su persona.

Para evitar cualquier puesta en duda de sus actuaciones o juicios negativos trata de rodearse de gente mediocre que en ningún momento pueda maniobrar en su contra o hacerles sombra. Esto favorece el que sus sentimientos de grandeza y superioridad se incrementen. Ya nadie discute sus ideas, aunque su necesidad narcisista de ser amado por todos le puede llevar a percibir la indiferencia como un insulto.

Detrás de los delirios de grandeza, del liderazgo que han llegado a ejercer muchos políticos se esconde una personalidad frágil, diezmada por un gran sentimiento de inferioridad, pero con una gran voluntad de superación. Estos son personas susceptibles, desconfiadas y hasta inteligentes, muchos de ellos. Nunca asumen que están locos. Pueden ver complots en todas partes, pero no reconocen que son víctimas de una intriga mayor, la de la paranoia.

Entonces, cuando escucho decir: "Detectamos un submarino de propulsión nuclear en aguas venezolanas", me recuerda a Elías Canetti quien puntualizó: "La paranoia es, en el sentido literal de la palabra, una enfermedad del poder".

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