Por: Fernando Rodriguez/TalCual
No fue nada feliz la juramentación de Maduro. En verdad sus asuntos, desde hace un buen rato, no le salen derechos. Ni siquiera gracias a la proeza genética de inventarse un padre después de viejo ni por la visita del pajarito parlanchín venido de los cielos ni por contar con la influencia de Chávez sobre el todopoderoso que hasta lo condujo a nombrar a Francisco.
Para sólo referirnos a algunos de sus dones sobrenaturales que han hecho las delicias, aquí y por allá lejos, de humoristas y otros malvados.
Pero en serio, esos resultados electorales, sean los que terminen siendo, son un desastre que incluso lo obligan a no poder decir en adelante nuestro pueblo glorioso, bolivariano, huestes del gigante, heroico, fiel, amado, antioligárquico y antiimperialista y otras fórmulas similares tan necesarias al populismo ramplón sino, en todo caso, nuestro medio pueblo glorioso, bolivariano… Botó un millón de votos de la herencia paterna en menos de lo que canta un gallo o un pájaro milagrero. Y para colmo de males el burguesito le roncó tan duro al CNE de Tibisay y sus socias, abusador y tramposo, que terminó por concederle lo inconcebible, una auditoría del cien por ciento de las mesas con el aplauso de la mitad del país y, estamos seguros, de buena parte de la otra, amén de gran parte del mundo, hasta, por ejemplo, el bueno de don Pepe Mujica, tan candorosamente agradecido, y el muy albino Correa.
Esta espada de Damocles, este por ahora, no sabemos realmente en qué va a parar pero estamos seguros de que sí va a sacar la luz unas cuantas macaureles escondidas en los intersticios del sistema electoral más perfecto del planeta, sumadas a las que ya han salido (motociclistas temibles, propaganda abusadora e ilegal, mendaces votos asistidos, máquinas estropeadas, testigos excluidos y atropellados, incomprensibles rarezas numéricas…). Ya por ahí hay feas sombras que rodearon las ceremonias.
Además tuvo como preludio toda esa bravata esprés mentirosa y descocada, lo de la Asamblea es inolvidable, que pretendió atribuirle a los adversarios golpes, paros generales, crueldad criminal y atentados contra los bienes del pueblo, invasiones imperiales, etc., que Capriles desmontó con un par de movimientos puntuales y certeros. Y que ha debido resultar un búmeran australiano, que ha debido dejar al menos meditabundos a nativos y visitantes extranjeros que se deben estar preguntando cómo se produjo tanta maldad y cómo se controló en unas cuantas horas. Y hasta motivó el curioso viaje a Lima de Maduro, unas horas antes de su acto triunfal, en vez de estar velando sus armas, como es debido.
Para colmo de males la gente se fue a la playa y rumba y no festejó cívicamente el día glorioso y si a ver vamos los invitados fueran bastante escuálidos y protocolares. Coronación, lo que se dice coronación, fue aquella de Carlos Andrés, con Willy Brandt, Fidel Castro, Felipe González y García Márquez entre muchos notables, tantos que hubo que habilitar el Teresa Carreño.
No olvidemos el ruido de las eficaces cacerolas que pululaba por la ciudad y se mofaba de los poderosos y muy costosos cohetones con que el gobierno pretendió acallarlas y que crearon un fondo musical muy significativo y agorero. En fin, un comienzo triste, hasta llovió a la hora del desfile.
PS. No se pierda, circula por Internet, el maravilloso popurrí de pajaritos, cacerola e himno nacional con que la genial pianista Gabriela Montero se sumó a las ceremonias. Compárelo de paso con las payasadas de estos días de Winston Vallenilla y otros faranduleros oficialistas.
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