Por: Fernando Rodríguez/TalCual
Es cierto que cuando hay un régimen con una sola y única cabeza dirigente, un caudillo, un cacique, un todo lo puede y, sobre todo, alguien que lo dice todo, que monopoliza el habla, resulta muy difícil hacerse una idea del perfil personal de sus secuaces, acólitos y monaguillos.
Puede haber mandones absolutos, Juan Vicente Gómez sin ir muy lejos, pero taimados y silenciosos, y nuestros abuelos podían saber si Vallenilla Lanz era jocoso o Gil Fortoul petulante. En el caso de Hugo Chávez, que no cesó nunca de perorar en público y que reducía a sus adláteres a sonreír y a batir palmas, los segundones y tercerones eran perfectos desconocidos. Había ciertamente una diferencia, alguien podía recordar algo de los mayores, Aristóbulo era dicharachero y bromista en una época, pero el régimen los cambiaba tanto que terminaban irreconocibles. Pero en cuanto a los que emergieron en el período eran definitivamente enigmáticos. Sólo algunos allegados sabrían, por ejemplo, quién era Nicolás Maduro Moros, a pesar de haber sido presidente de la Asamblea, alto dirigente del partido único de la revolución y prolongado canciller, limitado a cumplir y si acaso a repetir las consejas del Jefe.
Este es un caso todavía más curioso, porque cuando le tocó ser decidió no ser, es decir, ser una réplica del desaparecido, lo cual lo hizo más confuso todavía. Pero poco a poco hemos ido descubriéndolo.
Ante todo que es un pésimo doble porque no tiene las capacidades de mando e histriónicas del modelo, lo cual hace muy pobres sus imitaciones.
Pero lo que ha ido saliendo de sí mismo tenía que salir al fin y al cabo es desolador. Y así lo sintió el país que le quitó centenares de miles de votos y se los sigue quitando. Y la mirada internacional, que ha caído en cuenta de lo esperpéntico de su actuación y ha comenzado a sacarle la lengua.
Es que un señor que dialoga con un pajarito o un pajarraco no está muy bien ubicado en este mundo. O que cree que su papá es tan poderoso que puede influenciar al Dios padre para un nombramiento, es de cuidado. O que de la manera más gratuita, "delirante" dijeron algunos colombianos, se le ocurre porque sí que un periodista lamentablemente asesinado en un país donde el asesinato es cosa de toda hora, muy seguramente por el hampa común, es un asesinato del presidente Uribe hay que echarle bolas, con el agregado de que el exmandatario colombiano lo quiere asesinar a él también.
Un señor presidente, agregamos, que no maneja el principio de contradicción, es peligroso. Porque un día dice que sí va a haber auditorías electorales y el siguiente que no, así estén de por medio los caimacanes de Unasur. Pero es que hasta en un mismo discurso, casi en un mismo párrafo, insulta sin piedad a sus adversarios y sin puntos ni comas pasa a hablar de amor, paz, mucho amor, tolerancia y más amor y cuesta saber qué es lo que quiere significar.
Lo cierto es que ya sabemos que el ciudadano de marras llegó en muy pocos días a su nivel de incompetencia, lo cual indica que no debe ser muy alto. Asunto que se hace muy evidente porque al tratar de repetir las agresiones, destemplanzas y vulgaridades de su Mentor, los resultados son catastróficos y por ahí le sale a cada rato algún respondón que lo acorrala. Va a ser asunto penoso arrastrar esta cruz, la última gran vaina que nos echó Chávez al ungirlo como sucesor. Aunque nos apunta alguien que éste podría ser un juicio torcido ya que había un resultado peor, que el designado hubiese podido ser Diosdado Cabello.
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