Es evidente que el actual inquilino de Miraflores no tiene ángel, pero también se puede corroborar en la calle que la mayor parte de los venezolanos se muestran escépticos, como mínimo, ante su mandato.
SIMÓN BOCCANEGRA/TalCualDigital
No nos referimos a la luna de miel que pudiera disfrutar Nicolás Maduro si le cumpliera la promesa a Cilia Flores (y a quienes se creyeron ese cuento en la campaña) y se casara con ella por la iglesia, sino a la que el pueblo le da a todos los mandatarios después de que son electos.
Los presidentes elegidos en esta era democrática, con la excepción de Carlos Andrés Pérez en su segundo mandato, recibieron del soberano una especie de período especial. La gente quería ver qué tenía el nuevo mandatario en la bola. En el caso de Maduro ese espacio de tiempo no ha existido.
En parte se puede explicar porque aunque fue elegido, con las respectivas dudas, el pasado 14-A, tiene el mando del país desde que el finado Hugo Chávez hizo su último viaje a Cuba, en diciembre pasado.
De todas maneras es evidente que el actual inquilino de Miraflores no tiene ángel, pero también se puede corroborar en la calle que la mayor parte de los venezolanos se muestran escépticos, como mínimo, ante su mandato.
No es para menos, después de ver sus primeras ejecutorias: reciclar un gabinete gris y llevar a cabo algo que llaman gobierno de calle, donde repiten promesas hechas durante estos 14 años que nunca cumplieron. Tuvo el descaro de ir al Zulia y ofrecer, otra vez, el segundo puente sobre el lago.
Recorre el estado Miranda y repite el cuento de que es el más peligroso del país, sin darse cuenta que los caraqueños sabemos la verdad porque en el municipio Libertador, donde manda Jorgito, la delincuencia es la ley.
En resumen, Maduro es paja vieja. Pura mentira fresca. Lo que cualquiera percibe en la calle lo acaba de confirmar una encuesta hecha por el IVAD, según la cual, de realizarse unas nuevas elecciones, Maduro perdería por cinco puntos contra Capriles. El presidente va cuesta abajo y sin frenos.
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