jueves, 9 de mayo de 2013

¿Quién manda aquí?

Acefalía institucional en Venezuela. La interminable tensión política es "el nuevo paradigma", que no permite solucionar los problemas. Los reclamos de la oposición son considerados absurdos por una instancia superior: el gobierno. Mientras Maduro lanza estocadas, la oposición intenta llevar al exterior sus denuncias de presunto fraude

MARIO SZICHMAN / Nueva York/Especial para Tal Cual
"El nuevo paradigma para Venezuela", dijo Siobhan Morden, una analista de la banca de inversiones Jefferies es la "permanente tensión política", algo "sintomático en un gobierno débil". Columnistas y articulistas de la prensa internacional observan con perplejidad la situación en Venezuela. Las dos mitades en que está dividido el país dicen que han ganado las elecciones. Pero eso es matemáticamente imposible.

Asimismo, hay un hecho indudable: si hubiera ganado Henrique Capriles Radonski, en estos momentos estaría despachando desde el Palacio de Miraflores y ordenando una vigilancia especial en todas las dependencias del Estado para evitar que los funcionarios chavistas se lleven todo lo que no está atornillado al piso.

En cambio, quien despacha desde el Palacio de Miraflores es Nicolás Maduro, quien parece haber ordenado una vigilancia especial para ir arrestando de manera paulatina a los casi ocho millones de votantes que optaron por Capriles.

¿ALGUIEN SABE QUÉ OCURRIÓ EL 14 DE ABRIL?
"Una casa dividida contra sí misma no puede mantenerse de pie", decía Abraham Lincoln. Y de la misma manera en que era imposible sostener de manera permanente una casa "mitad esclavizada, mitad libre" en el Estados Unidos de mediados del siglo diecinueve, la Venezuela de 2013 no puede subsistir en esta acefalía política.

Hay un gobierno que se atribuye la mayoría, aunque se niega a una auditoría para que se pueda verificar su legitimidad, y una oposición convencida de que un vasto fraude le habría robado su triunfo.

Pero hasta ahora, los reclamos de la oposición son considerados absurdos por una instancia superior: el régimen de Maduro. Y las razones del régimen parecen tener cierto peso. Por ejemplo, la oposición dice que unos 600 mil muertos votaron el 14 de abril. Eso no tiene ni pies ni cabeza.

¿Acaso están enterados los partidarios de Capriles de la pesadilla logística que significa llevar a 600 mil personas fallecidas a los centros de votación? Casi más difícil que llevar a 600 personas a un acto público donde hablará Maduro.

Además, no hay un solo opositor que pueda presentar una prueba de un difunto depositando el sufragio en un centro electoral. También otra denuncia de la oposición es que unas 200 mil personas (vivas) tenían dos cédulas consigo en el momento de sufragar.

Eso, dicen los opositores, les habría permitido a los chavistas duplicar sus votos. ¿Y por qué no anularlos? Por ejemplo ¿qué hubiera ocurrido si cada uno de esos votantes con dos cédulas hubiese usado una cédula para votar por Maduro, y otra para votar por Capriles Radonski? Y no se debe descartar la posibilidad de que esos doble cedulados votaron dos veces por Capriles.

LA PELEA ES MUNDIAL
Aunque la disputa entre Maduro y Capriles es local, sus alcances son internacionales. Y la balanza comienza a inclinarse en favor de la oposición. Si bien la prensa en Europa y en Estados Unidos viene favoreciendo desde hace mucho el punto de vista de Capriles, han empezado también a menudear en varias naciones latinoamericanas las críticas hacia el Gobierno venezolano.

Los factores de más peso son el rechazo de las autoridades a un recuento serio de votos ­fácilmente explicable pues podría demostrar la victoria de la oposición, un duro golpe para la mayoría chavista­ y la paliza propinada a parlamentarios opositores. Inclusive hubo cierto disgusto en algunas capitales, ante la divulgación de la paliza a través de los medios impresos.

Cualquier tratado sobre el arte de gobernar señala que un adversario debe ser convencido de sus errados argumentos durante la noche, en instalaciones de máxima seguridad, y sin la presencia de personas ajenas al lugar. Luego, tras un período de recuperación, se baña al prisionero, se lo acicala, y se lo presenta ante las cámaras, donde confesará sin problemas hasta el secuestro del hijo de Lindbergh. Un buen modelo es Guantánamo.

A pesar del incierto triunfo de Maduro y de las dudas sobre su perspicacia, se sigue poniendo en tela de juicio su raciocinio. Nadie olvida que cuando era canciller se perdió en un aeropuerto de Nueva York y no encontraba la salida.

Basta ver lo que dijo en fecha reciente The Economist de Londres. El titular da una concisa idea: "Maduro’s lousy start. A narrow, tainted election victory is a fitting epitaph for his rotten predecessor. But Venezuela is on the brink." (El piojoso comienzo de Maduro. Una victoria electoral por estrecho margen, mancillada, es un adecuado epitafio para su podrido predecesor.

Pero Venezuela está al borde del abismo). Otras publicaciones, aunque menos apasionadas en sus epítetos, muestran también una actitud muy crítica hacia el remedo de gobierno que emergió el 14 de abril.

Es posible que si Capriles sale de gira para denunciar el presunto fraude, recibirá una buena prensa. Al menos ya ha anunciado su decisión de llevar la pelea a un organismo internacional como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

En cuanto a Maduro, hay un sitio donde es reconocido como el presidente legítimo de los venezolanos, donde las masas lo aclaman, donde puede hablar horas enteras acerca de su inolvidable mentor, desgranar anécdotas, gozar de la suave brisa del mar, forjar planes utópicos y adelantar la agenda del presidente mártir envenenado por la CIA. Nada parece quimérico en ese sitio. El problema es que el señor Maduro no se puede pasar toda la vida en Cuba.

Si no hay algún tipo de compromiso entre el gobierno y la oposición, se impondrá el nuevo paradigma anticipado por la analista Morden, una constante tensión política que es la marca de todo gobierno débil.

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