Por: Fernando Rodríguez/TalCualDigital
Hay que ir poco a poco desglosando el testamento, la herencia que recibió Nicolás Maduro de su fenecido “padre” Hugo Chávez. Grosso modo, le dejó una democracia tuerta y una economía paralítica. Pero eso es el cuento largo. Ahora nos interesa señalar uno de sus legados más pesados, las cadenas de radio y televisión abusivas y torrenciales que, en esas dimensiones, pueden considerarse una creación suya.
Durante tres lustros, el Presidente se aposentó en nuestras pantallas caseras con una asiduidad que no debe tener muchos parangones en la historia y en el planeta. La mayoría de los venezolanos corría despavorido apenas las avizoraba hacia las trasnacionales gringas del cable, lo que prueba una vez más que el imperialismo se las sabe todas. Por supuesto habían quien las veía, al menos una partecita, pero los numeritos del rating demostraron que la audiencia decaía aceleradamente, hasta el punto que los comunicólogos se preguntaban para qué insistía en tan impopular operativo y la única respuesta hipotética que encontraron fue que esa omnipresnecia era parte de hacer sentir su poder omnímodo. Se convirtieron pues en interminables shows en los cuales inauguraba un dispensario en Machiques, se contaban cualquier cantidad de anécdotas biográficas anodinas, chistes y gracejos, se rezaban letanías al Libertador, se cantaba y un sinfín de improvisaciones adicionales; los presentes aplaudían y se reían con una constancia y un adiestramiento tan ejemplares que la chispa criolla terminó llamándolos focas.
Bueno, es cosa sabida, padecida. Lo cierto es que al heredero también le encantan las cadenas, vista la asiduidad con que las ha venido practicando en estos días. Más cortas ciertamente porque su verbo es más corto y sus virtudes telegénicas muchísimo menores. Pero incesantes, sobre todo cuando a Capriles se le ocurre abrir la boca.
Ahora bien, nos interesa el argumento con que él, y su ministro del área, justifican semejante abuso y enladillamiento nacional: los medios hacen invisibles, ignoran, las proezas del gobierno, tales como irse en cambote al Zulia a hacer demagogia, a gobernar con el pueblo, en vez de ponerse a trabajar en serio para que el techo del país no les (nos) caiga encima. Por eso hay cadenazos. Esto es un sofisma redondo, por una razón muy sencilla: el gobierno se ha hecho de una batería de medios, de toda naturaleza, que mucho envidiaría cualquier gobierno de este mundo. Que sirvan para poco, que los manejan una manada de ineptos, de izarras, es harina de otro costal, de la cual ellos son los únicos culpables. Además, el régimen se ha encargado de darle lo suyo a los privados: los ha decapitado, los ha puesto a lamerle las botas o los ha asustado lo suficiente para que la mayoría ande al menos con excesiva prudencia (por cierto ya veremos qué pasa con Globovisión, pieza decisiva); amén de tratar a los periodistas como delincuentes y practicar el secretismo más avieso. Todo lo cual hace irrelevante y necia la excusa.
De lo que se trata en realidad es que Maduro sigue en campaña electoral, después de las elecciones, cosa muy novedosa, para ver si le cumple al padre y recupera el millón de votos de “confundidos” que le quitó Capriles; aunque muchos piensan que no sólo es inútil sino incluso que mientras más habla más votos pierde. Así, patriota, que lo mejor es que se ponga a sacar cuentas con Merentes, coloque en su puesto a Cabello y su elenco de matones y trate de poner un poco de sosiego en el país. Tranquilícese.
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