Por: Fernando Rodríguez/TalCual
Los fanáticos de la identidad nacional han debido caer en cuen-ta en una muy señalada y paradójica característica de ésta: somos muy pitiyanquis. Por supuesto que no somos los únicos en este mundo, pero lo somos con fervor. Razones debe haber. A lo mejor que no nos han enviado nunca sus temibles marines y usaron con nosotros garrotes más discretos. O que no estamos tan cerca, pero tampoco tan lejos.
O que nuestra jugosa renta petrolera nos ha permitido disfrutar con amplitud de sus novedosos productos, codiciados en todo el planeta, hasta de “a dos”. Que son nuestro mejor cliente y éste siempre tiene la razón. Quién sabe.
Lo cierto es que soñamos con Miami y Orlando. Vemos únicamente cine y series gringas. Nos uniformamos con el bluyín, ricos y pobres. A los jóvenes les gusta más el rock y el pop que el joropo y el corrido. Comemos de a montón hamburguesas y perros calientes (hot dogs). Y Coca-cola. Cada vez utilizamos más el spanglish, ahora en mayor cantidad gracias a Google. El beisbol es parte importante de la religión nacional.
Y un inagotable etcétera, ¿okey? Debe ser por eso que quince años de maldiciones contra el Imperio del Caudillo eterno, que logró despertar tantas adhesiones y pasiones, cambiaron muy poco nuestros entusiasmos por el gran país del norte, como lo llama la derecha y la ultraderecha. (En realidad esas grandes banderas ideológicas de su muy encaratado evangelio nunca despertaron entusiasmo alguno, como lo mostraban las encuestas. El mar de la felicidad, por ejemplo, evocaba siempre balseros y hambruna y no bravíos barbudos de la Sierra o igualitarismo social. Ni hablar del marxismo, ahora esotérico, que ni en el liderazgo logró motivar mínimas lecturas y que el mismo tuvo que ingerir mezclado con cuanto condimento heterogéneo y contradictorio encontraba por ahí. Tema para estudiosos de la conciencia revolucionaria posmoderna).
Lo cierto es que la arrobada mirada de Jaua hacia su colega Kerry no causó mucho escozor revolucionario. Y el prometido reencuentro no ha necesitado demasiadas explicaciones del gobierno, éste sólo exige igualdad y respeto. Hasta el futuro embajador nuestro, Calixto Ortega, siempre encorbatado al menos, acusó a la oposición vernácula de haber impedido mejores relaciones en el pasado.
Al respecto, y para ahondar en el malentendido, hay que recordar no sólo que los gringos no son, ciertamente, monedita de oro y tienen un largo prontuario por estas tierras del sur entrañable y en verdad que diplomáticamente hablando fueron poco amables con el Caudillo y no lo dejaron ni asomarse a la Casa Blanca, a pesar de más de una velada y ansiosa solicitud.
Y no hablamos sólo del torpe y agresivo de Busch, sino del afrodescendiente y progresista de Obama al que Chávez incluso invitó a sumarse a su Proceso planetario y le regaló Las venas abiertas de Galeano en un rapto de audacia protocolar. Quién sabe si la historia hubiese sido otra con mejores modales, cosa que se decía también de Fidel hace medio siglo. Pero en fin, historia pasada, el futuro parece otro en estos tiempos de realismo político, aquí y en el vaticano habanero.
Salvo los pocos stalinistas vernáculos que sobreviven la mayoría saluda este entente con nuestro adinerado comprador de petróleo y que nos pone al día con otros revolucionarios del globo, prácticamente todos, salvo el joven monarca de Corea y algunos fundamentalistas irredimibles. Ahora sólo nos queda culpar a la derecha republicana y a algunos malvados halcones de Wall Street y del Pentágono de futuros desaguisados. Bienvenido, pues, Mister Danger.
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