sábado, 24 de agosto de 2013

¡Cómo ha cambiado Caracas!

HERMANN PETZOLD RODRÍGUEZ |  EL UNIVERSAL
Nací en Maracaibo, y desde pequeño, todos los años, tuve la oportunidad de ir a Caracas de vacaciones por tener familiares que residían en la capital. Con cierta propiedad puedo mencionar: ¡Cómo ha cambiado Caracas!


Tengo muy buenos recuerdos de Caracas. Para alguien que era un niño y la diversión era fácil conseguir sin mucha tecnología alrededor que lo distrajera, de los juegos tradicionales, el darse una vuelta por el Parque del Este y admirar a una carabela donde una podía explorarla por dentro e imaginarse cómo llegó a encallar en un parque en medio de la ciudad, y también en ese mismo parque navegar en unos botes sobre un lago artificial que era -ya en ese momento- contaminado por donde se observara. Sin embargo, la felicidad sobreabundaba.  Además, la novedad de ver animales en el zoológico de Caricuao, con unos animales que más que exóticos, y en peligro de extinción, eran los más comunes, pero en la infancia solo ve novedad y asombro. Lo cual uno como adulto debería seguir viendo en la capital, pero no es así.

Recuerdo también que una tía, Maní, la llamábamos cariñosamente, era la dueña de una casa que llegábamos en La Florida todos los años, muy cerca del CEN de Acción Democrática. Actualmente esa casa ha desaparecido, pero queda el recuerdo de estar sobre una calle ancha donde coincidía, duramente mi visita anual, dos acontecimientos ya comunes en mi historia vacacional. El primero era la grabación de varios capítulos de novelas sobre esa calle, el cual era un espectáculo en la curiosidad de niño de averiguar si alguno de esos actores era conocido por verlo en nuestra televisión y si habría oportunidad de pedirle un autógrafo. El otro acontecimiento, era un camión de helados que emitía una pieza musical de tradición, que nos indicaba la acción de gritar "heladero, heladero" para que frenara -sin que la música callara- y poder pedir los helados de nuestra preferencia, independientemente de contar con el apoyo inicial de nuestros padres para el financiamiento de los mismos.

Al ser Maracaibo, prácticamente plano, Caracas y su cerro Ávila era algo que valía la pena escalar sobre los brazos de mis padres y divisar, con aire puro incluido, la pasividad y visibilidad de una Caracas que al día de hoy es una verdadera selva.

Además, un recorrido obligado era al centro de Caracas. Hace un par de años atrás, volví a la misma zona, donde divisé la casa Natal de Simón Bolívar que había visitado varias veces cuando niño; también estuve muy cerca del Congreso Nacional, llamada Asamblea Nacional actualmente; el centro de Caracas, con sus Torres del Centro Simón Bolívar o Torres de El Silencio, sobre la avenida Bolívar, es un espectáculo que ayer se admiraba y con libertad se paseaba, y hoy está dominada por la economía informal en todo su esplendor y extensión.

Cuánto extrañamos de esta ciudad,  gritos al unísono haríamos a diario para volver a las tradiciones y lugares con los que crecimos, y a un paisaje más amigable con los ciudadanos y las generaciones de relevo que "patearán la calle". No abandonemos la ciudad, y menos permitamos que nos la  quiten como lo han hecho hasta hoy, para convertirla en lo menos parecido a una ciudad con calidad de vida pura.

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