miércoles, 21 de agosto de 2013

Venezolanas sufren tragedia por mejorar su apariencia física

PATRICIA CLAREMBAUX/AFP
CARACAS -- Agrandarse el trasero para recuperar a su marido hizo a Mercedes caer en la tentación de inyectarse biopolímeros, una sustancia sintética que ya mató a unos 15 venezolanos desde 2011: “Del dolor no soporto ni cinco minutos sentada”, dice con voz quebrada.


Fue hace dos años, entre la presión de sus amigas y la baja autoestima por el mal momento que pasaba su matrimonio, que Mercedes decidió ir a un salón de belleza en Caracas, donde le aplicaron 560cc del gel en cada nalga.

“No investigué de qué se trataba, solo quién los ponía más bonitos”, cuenta Mercedes a la AFP mientras espera, de pie, en un consultorio para someterse a revisión con la esperanza de que haya posibilidad de retirarle los biopolímeros, que migran en el cuerpo.

Apenas unos días después de que le aplicaron la inyección a un costo de 5,000 bolívares ($800 al cambio oficial), comenzó a sentir un ardor intenso en los glúteos, un dolor con el que ha aprendido a convivir en medio de la recriminación de su familia.

“Pido perdón a Dios y a la Virgencita que pueda salir de esto, porque no llevo vida”, dice con los ojos cerrados esta mujer de 45 años, que prefiere no dar su apellido.

Astrid de la Rosa, quien sufre daños por la migración del gel a la parte baja de su espalda y las caderas, decidió crear en 2011 la Fundación No a los Biopolímeros cuando se dio cuenta de que no era la única que los sufría.

Actualmente, tiene unos 40,000 casos en su base de datos, una cifra en crecimiento pese a que en noviembre de 2012 el gobierno prohibió el uso de sustancias de relleno, como biopolímeros, con fines estéticos.

“Hay incluso casos recientes de niñas a quienes sus padres les regalaron la inyección de biopolímeros en glúteos y senos por sus 15 años y ahora se arrepienten”, asegura De la Rosa. “Los ponen tanto en estéticas (salones de belleza) como los propios cirujanos plásticos”, agrega.

Omar Guerrero, de 35 años, entrenador en un gimnasio de San Cristóbal, estado Táchira (oeste), se dejó aplicar biopolímeros por un enfermero en ambos pectorales para lucir una mayor musculatura.

Al teléfono, Guerrero cuenta a la AFP que está postrado en una cama desde hace dos años, cuando el gel migró a sus músculos intercostales, limitándole el movimiento de su caja toráxica y, con ello, su respiración.

“No puedo hacer ejercicios, no puedo correr, estoy muerto en vida”, lamenta Guerrero, quien asegura que, por la apariencia que genera su pecho crecido, es discriminado en los hospitales “como si tuviese VIH”, el virus que causa el sida.

El joven acudió al consultorio de uno de los dos médicos que están retirando la sustancia del cuerpo - uno en el estado Zulia (oeste) y otro en Caracas. Allí le hablaron del riesgo de muerte tras una operación. “Ya no sé a quién pedirle el milagro. Esto es un infierno”, asegura.

En el consultorio del cirujano plástico Daniel Slobodianik, en el este de Caracas, no cabe ni una paciente más. De nueve casos que atenderá esa tarde, siete son mujeres con biopolímeros tanto de la capital como del interior del país, entre ellas Mercedes.

“En total debo haber visto desde 2011 unos 400 pacientes”, dice el especialista a la AFP.

En esa sala hay una mujer de 60 años, casi inmóvil por el dolor de las inflamaciones causadas por los biopolímeros; un par de primas a quienes se los inyectaron juntas y, aunque no tienen dolores, están alarmadas por las noticias; y una mujer que quiere quedar embarazada y teme las consecuencias en su bebé, entre otras.

Slobodianik es uno de solo dos médicos que retiran la sustancia con una operación - a un costo de unos $6,000 dólares - aún considerada “experimental” por la Sociedad Venezolana de Cirugía Plástica (SVCP), pues no siempre garantiza una mejoría o la recuperación absoluta.

“La única forma en que justificamos la intervención es cuando el material trata de salir del cuerpo”, señala Jesús Pereira, presidente de la SVCP. “Es una situación especial que puede generar septicemia (infección generalizada) y con ello, la muerte”, agrega.

En la SVCP, prefieren que las mujeres con biopolímeros reciban tratamientos con esteroides, que Pereira asegura pueden mejorar entre 48 por ciento y 62 por ciento la condición del paciente.

Sin embargo, Slobodianik afirma haber operado ya a unas 50 mujeres y a tres o cuatro hombres, solo cuando manifiestan síntomas como dolores o ardor, cambios en la coloración de la zona y alergias en la piel.

“El biopolímero no puede retirarse por completo, siempre queda un resto de sustancia con la que el organismo va a luchar (…) Es una enfermedad crónica inmunológica (…) que el 100 por ciento de las pacientes que tienen biopolímeros, todas, va a padecer. Es una enfermedad incurable”, lamenta Slobodianik.

Mercedes volvió con su esposo, a pesar de la crisis matrimonial. Tristemente, dice, ya no quiere desnudarse para ocultar sus glúteos amoratados. Ya ni puede hacer el amor.

El Nuevo Herald

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