Por: Fernando Rodríguez/TalCual
Resulta realmente paradójico que un canal de televisión, una pantalla, se haya convertido en un verdadero acertijo, todavía más paradójico por tratarse de un canal informativo.
El misterioso silencio que vela los conflictos de la televisora es tan espeso como el que ocultaba el día a día de la enfermedad terminal del presidente Chávez.
Y se trata, para una buena cantidad de venezolanos, de un medio que entraba a su casa diariamente como un amado y respetado miembro de la familia.
Deberíamos, pues, estar enterados de sus vicisitudes que, de esto sí estamos seguros, no son ciertamente menores.
La prensa, grande y pequeña, ha dicho poca cosa y a título de rumores, cuando obviamente se trata de una noticia para titulares mayores dado el número de afectados y su real incidencia en la vida pública nacional.
La mayoría de los directamente implicados han permanecido callados o lo que han dicho es insuficiente para armar el rompecabezas.
Nosotros mismos hemos permanecido mudos a la espera de que se nos informara debidamente, para empezar desde el canal mismo que tanto se ufana de informar.
Ahora creemos que al menos debemos exigir esa información y no sumarnos a la especulación y a los chimes que ruedan por ahí.
Las preguntas surgen desde el negocio mismo de venta de la planta.
¿Qué llevó a sus antiguos dueños que juraban ser apóstoles de la libertad patria a comportarse como simples empresarios atentos a la salud de sus haberes?
¿Había al menos algunas garantías en el convenio comercial de que el canal no iba a terminar jugando para el enemigo y su temible y ansiada hegemonía comunicacional? ¿Quiénes eran los compradores, para empezar si lo eran realmente o por delegación?
Se hicieron públicas dudas sobre la honorabilidad del pasado de éstos. ¿Cuál era el proyecto, en todo caso, la nueva línea?
El sentido común indicaba que alguna certera señal tenían que tener del gobierno para hacer una gran inversión (US$ 240 millones –informaron- casi igual al precio que Bezos-Amazon pagó por el The Washington Post, un diario histórico “grande liga” de verdad) en un canal que tenía contados los días de su concesión y un montón de amenazas jurídicas encima.
A pesar de algunos encontronazos iniciales y varios periodistas excluidos no resultaba sencillo sacar conclusiones definitivas porque también había permanencia de programas y personeros opositores.
Parecía que el objetivo era un paulatino intento de ir hacia el “centro”, equilibrar la programación antes militantemente opositora.
No era extraño al cuadro la posibilidad, hoy muy devaluada, de inscribir el proyecto en un supuesto diálogo o apaciguamiento nacional. Se podía esperar para terminar de ver.
La repentina ida de Leopoldo Castillo, El Ciudadano, verdadero epicentro de la programación del canal, cambió el ritmo de la cuestión.
A éste se le olvidó informar a su apasionada audiencia y videncia el motivo de su ida, asunto muy poco cortés.
Pero los sucesos de esa misma noche, la negativa a trasmitir el noticiero estelar de parte de tres periodistas y la violenta respuesta del canal a estos indican que no fueron muy santos los motivos de la brusca partida de Castillo.
Se ha hablado, y no el canal de las 24 horas de información, de que salió Juan Domingo Cordero de la Presidencia de Globovision.
El Universal del día siguiente lo daba por confirmado y hablaba de una supuesta intervención demoledora del gentil Pedro Carreño que les paró el trote lento a los directivos.
Hoy Vladimir Villegas, figura de la nueva programación, dice en definitiva que no ha pasado nada y que sigue siendo válido el proyecto del canal abierto a todos.
Por el contrario, Roberto Giusti renuncia y denuncia, aunque en plano “especulativo”, la intervención del inquisidor homófobo y el cambio de ritmo del proyecto, ahora a carajazos prácticamente. ¿Y entonces?
Son todos unos pillos, ya Venezuela no tiene rmedio
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