Por: Fernando Rodríguez/TalCual
Creemos que los gringos han disminuido su maldad imperial, al menos para con nosotros. Así se desgañiten las huestes chavistas atribuyéndoles todos los males que nos ocurren, hasta la resurrección de la malaria o la ceguera de los guardianes de nuestro aeropuerto que no ven pasar una tonelada de cocaína.
Si a ver vamos le vendemos petróleo a EEUU, a precios realmente altos que, por cierto, nos pagan con loable puntualidad, cosa más bien rara entre la variopinta clientela de Pdvsa, donde abundan las cuentas por cobrar. Tan altos son los costos del diabólico excremento que el “Gigante” se apiadó de los pobres del Bronx y les mandó unos cuantos barriles a precio de gallina flaca.
Y, por otra parte, nos compran cada vez menos y muy pronto, parece, se autoabastecerán, y suena poco deseable perder cliente tan puntual con sus compromisos. Claro, nos exportan no pocos productos, para empezar gasolina, lo cual es una extravagancia en un país que suda petróleo, pero que el gobierno debe agradecer sobremanera. En cuanto a los muchos productos manufacturados suyos que consumimos habría que atribuirlo más a la afición endógena, casi parte de nuestra identidad nacional, a todo lo que es gringo, desde el Oscar hasta las Grandes Ligas, pasando por los viajes a Miami de cualquier pelado o la malsana ingesta de comida chatarra. Cosas del libre albedrío colectivo.
Todo esto para concluir que si el esquema de la relación imperialista es la adquisición de materias primas a precios míseros para atosigarnos de productos elaborados a precios desconsiderados, éste no se ve muy claro que digamos aquí y ahora.
Y en lo político uno diría que son más las agresiones verbales de los revolucionarios locales, casi cotidianas, hacia el poderoso país que los que nos envía éste de vez en cuando. Por allí los analistas repiten a menudo que el Presidente afrodescendiente (es importante ese dato en este cuento) desgraciadamente no le para a América Latina, obsesionado con zonas más tórridas del planeta. De manera que, probablemente, somos más sujetos ignorados que asediados.
Ahora bien, la relación que estamos estableciendo aceleradamente con la amada China, así la llama Maduro, pareciera que responde con mayor exactitud a lo que Lenin calificó como imperialismo, fase superior del capitalismo.
Se trata de una gran potencia, la segunda del mundo, a la cual le estamos debiendo hasta la manera de andar, le estamos dando suculentos negocios en áreas económicas esenciales para que los exploten hasta con sus propios obreros y algunos pocos nuestros, por cierto con un régimen bastante parecido al esclavismo, donde la palabra sindicato ni aparece.
Agreguemos que, por lo visto, lo que nos prestan tenemos que gastarlo en sus productos, que van desde alta tecnología, satelital y minera para empezar, hasta cualquier cacharro que su maravilloso arte de la clonación ha llevado a lo sublime, la relojería suiza más sofisticada y los enseres femeninos y los aromas de París.
Así que los revolucionarios rabiosos, que siempre los habrá, deberían cambiar su jerarquía, y como en los buenos viejos tiempos agarrar el spray y empezar a embadurnar paredes con el acertado slogan “chinos, go home”, váyanse pa’ su casa.
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