Por:Fernando Rodríguez/TalCual
Fue pública y notoria, desmesurada se diría, la afición del Gigante por cuanto gorila se atravesaba en su camino.
Los buscaba, los visitaba y los recibía, los celebraba con ditirambos, se hermanaba con ellos. Pero, por imperecederos que éstos pudiesen suponerse en su egolatría, también los déspotas pasan, como todo en esta vida. Y a veces con enorme estrépito.
Tal el caso de Gadafi, el llamado Bolívar libio por nuestro Comandante eterno, omnipoderoso por décadas, ataviado como una divinidad estrafalaria y cursi, terminó tan mal el pobre, linchado en plena calle y a la luz del día. Y es muy probable, si es verdad al menos un mínimo por ciento de lo que se le acusa, que debe estar ahora en el terrible infierno islámico (en realidad todos los infiernos son terribles, crueldad de las religiones). Hay que reconocer que nuestro fenecido Presidente lo acompañó fielmente hasta el final, cuando hasta los más cercanos se habían alejado o silenciado atisbando los zamuros que lo rodearon por meses, y debe haber sentido hondamente su desaparición, tan trágica como la de Mussolini colgado o el pistoletazo de Hitler.
Ahora que se ha ido, no podrá ver la desaparición de uno de sus más cercanos y queridos colegas, Ahmadineyad.
De esa fraternidad no queda duda, hasta tal punto que el líder iraní fue acusado de blasfemo en su país porque dijo, lloroso, en las exequias de Chávez, que éste resucitaría como Cristo y abrazó a la madre de éste, lo cual son cosas poco islámicas. Y la última vez que se vieron, Chávez lo visitó nada menos que 13 veces, se trataron de "hermanos", "diablos" (para el Imperio) y el iraní dijo que "estarían siempre juntos". A Chávez se lo llevó la muerte y a Ahmadineyad un señor llamado Rohani, nuevo líder de su país, que lo ha considerado en desuso y le ha dado a su política un giro de 180 grados (ver su artículo ejemplar "Los tiempos de venganza quedaron atrás", histórico en todos los sentidos, en que se define su temple y su ideario). Ya no se niega el Holocausto y se augura la desaparición de Israel sino se bendice a los judíos. No se insulta a los gringos sino se les tiende la mano. No se juega a las escondidas con las armas atómicas sino se hacen promesas categóricas y creíbles de renunciar a éstas. Se comienza a liberar a los disidentes y se respira progresivamente más democracia. Sin duda el deceso del déspota persa no es tan atroz como el del tirano libio, pero deceso al fin. Y uno se pregunta qué irán a hacer los hijos del Gigante que siguen jugando a ser "diablos", o diablitos mejor, con este señor tan razonable y apacible que quiere sentarse amablemente a conversar con Obama. Qué vuelta le dará su oportunismo.
Pero hay un tema que merece innúmeras páginas y que solo rozaremos, Cuba. Nuestro norte, nuestro mar de la felicidad, madre e hija, fetiche freudiano, joya de nuestra corona revolucionaria. ¿Qué pensar, camaradas, de ese lento pero implacable vomitar el comunismo que comieron 50 larguísimos años para implantar las hamburguesas McDonald’s y el reino perdido de la Coca-Cola? El Padre, seguramente con temor y temblor, vivió los primeros pasos de este desandar de la historia, costosa historia que se experimentó con millones de seres humanos, pero a los hijos les tocará vivir el llegadero, probablemente cuando ya ni Fidel ni Raúl estén, ni nadie ponga flores en sus tumbas.
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