Arnoldo Gabaldón (1909-1990) era un quinceañero cuando viajó desde Trujillo a Caracas, a estudiar Medicina en la Universidad Central de Venezuela. Siendo un estudiante se empleó en el Laboratorio de Bacteriología y Parasitología del que entonces se llamaba Ministerio de Sanidad y Asistencia Social.
En ese momento de su vida, la que era una vocación enorme por el país se convirtió en una necesidad profunda: prepararse debidamente para contribuir de forma real a mejorar la situación de la salud en Venezuela.
Apenas finaliza su carrera en 1930, viaja a Alemania, donde obtiene una titulación en el tema de la malaria, en el Instituto de Enfermedades Tropicales, con sede en Hamburgo. En 1933 Gabaldón se traslada a Baltimore, Estados Unidos, para iniciar sus estudios en la Escuela de Higiene y Salud Pública de la Universidad Johns Hopkins. Cuando regresa a Venezuela en 1936, ostenta un doctorado en Ciencias de la Higiene, mención Protozoología.
De vuelta, con apenas 27 años de edad, se le entrega una enorme responsabilidad: crear y conducir la Dirección Especial de Malariología del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social, que estuvo bajo su excepcional authoritas hasta 1950. Durante esos 14 años se desarrolla el que podría ser el más notable caso de políticas públicas en todo el siglo XX: la erradicación de la malaria en más de 80% del territorio nacional.
De lo que cabe llamar “el modelo Gabaldón”, no hay nada que haya perdido vigencia. La preparación previa de los profesionales que intervendrían en la campaña; el diseño de un programa de metas fundamentado en un progresivo barrido de la geografía nacional; la definición de las condiciones que debían adquirir las viviendas en caseríos, pueblos y ciudades del país para evitar la reaparición de la enfermedad; la aplicación controlada de insecticidas en aquellos lugares que lo demandaran; una ejecución que puso su mayor empeño en que personas de todo el país comprendiesen el modo en que cada familia podía contribuir a evitar la enfermedad, todos fueron factores que confluyeron en un éxito indiscutible, en una época en la que los medios de comunicación no habían alcanzado la penetración que tienen en los tiempos de hoy. En pocos años, con disciplina única, Arnoldo Gabaldón y un extraordinario equipo de venezolanos lograron reducir la enfermedad a niveles próximos a cero.
Las advertencias realizadas por la Sociedad Venezolana de Infectología sobre el actual ascenso de la enfermedad, en particular, por la grave situación que ahora mismo tiene lugar en el estado Bolívar, donde la enfermedad se ha propagado, directamente asociada a la explotación ilegal del oro, es reveladora de una compleja red de omisiones por parte del Estado. Ni hay plan para detener la extracción ilegal de oro (cuyas consecuencias ambientales bien podrían calificarse de delitos en contra de la humanidad), ni tampoco para controlar que la enfermedad siga creciendo. En otras palabras: una constatación más de un país en el que el Gobierno ha escogido el camino necio de la politiquería y da la espalda a su obligación de proteger la salud y la vida de los ciudadanos.
El Nacional
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