Por: Fernando Rodríguez/TalCual
Todo indica que lo que viene en el país tiende a ser peor que lo que ha sido, que como sabemos es bastante abrumador. Nos proteja la madre María de San José. Y lo digo, en primera instancia, no por las predicciones de la oposición sino por lo que afirmó hace un par de días alguien que al menos usa pocos desmelenamientos ideológicos, aunque se los traga, Nelson Merentes, presidente del Banco Central: la economía nacional está en baja y la inflación en alza.
Esa frasecita vale más que todas las heroicas batallas, enemigos imaginarios, evocaciones del Eterno, falsetes revolucionaristas, insensatos destinos manifiestos bolivarianos, soluciones mágicas (“socialistas”) y otros dislates con los que Maduro y comparsa quieren exorcizar los guarismos satánicos de la crisis.
Y todos sabemos que en la medida que éstos se deterioran se traducen, entre otras cosas, en protestas, pacíficas y no tanto, que acarrean gas del bueno, perdigones, tanquetas y ballenas; en consecuencia, muertos, heridos, presos, vejados y torturados. Y un país cada vez más paralizado, traumado, en caída libre.
Si el gobierno tuviese un poco de sensatez no dudaría en aceptar el buen consejo de anteayer de Américo Martín, entre otros, de que éste debe acelerar el diálogo porque, a diferencia de otros días, no tiene tiempo que ganar sino que perder, ya que las causas que generan la crisis a todos los niveles suceden en la economía, realidad poco susceptible a conjuros y arrebatos, movida por leyes muy consistentes e implacables, asunto éste último del cual sabía unas cuantas cosas el tatarabuelo Marx.
Es asunto bien sabido que los tales diálogos no funcionan si no venden resultados, sobre todo en un país en que ya estamos hasta la coronilla de discursos rimbombantes y vacíos, promesas incumplidas e incumplibles, consignas repetidas ad nauseam … enfermo de retórica y demagogia. A ver qué hacen los que tienen la posibilidad de hacer para que esto no se lo lleve el viento.
Nosotros creemos que ese es el espíritu con que debe actuar la oposición, el de quien tiene la palabra mayor en estos raros negocios de diálogos y reconciliaciones. Y creo que algunos movimientos recientes parecen indicarlo. Uno, es la aceptación de las candidatas a las alcaldías de San Cristóbal y San Diego, gesto noble y necesario que sin duda va a sumar a la cuestión vital de la unidad y que, seguramente, presagia una exclamativa derrota de la política represiva gubernamental, una respuesta incuestionablemente popular a ésta, sobre todo en lo tocante al indigno sometimiento de la justicia, a todos los niveles, a sus arbitrarios y sesgados mandatos. De otra parte el cuestionamiento de la presidencia de la Comisión de la Verdad del capitán Cabello es una decisión obligatoria, inevitable. No es posible que el polarizador mayor de la comarca, maestro indiscutido del odio, presida una institución que se supone debe buscar la equidad y el funcionamiento armónico. En tercer lugar, parecen haberse limado algunas asperezas, cuyo origen desconocemos, con el Foro Penal, el cual junto a otras organizaciones de DDHH, ha jugado un rol fundamental en estos turbios meses y que de alguna manera, directa o indirecta, debe estar presente en la mesa de negociaciones.
Todo ello son signos de una política bien encaminada, sincronizada con las circunstancias y la temperatura ambiente.
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