Por: Teodoro Petkoff/TalCual
Hasta hace unos años, ya en pleno chavismo, y a pesar de que comenzaba el deterioro, el Banco Central de Venezuela era todavía una institución fiable y confiable. Sin embargo, ya no lo es. Aquella institución de excelencia que era el BCV ya no es ni la sombra de lo que fue. Los indicadores económicos que elaboraba y proporcionaba el BCV, antes universalmente respetados, hoy se van haciendo progresivamente más dudosos.
Ahora hemos llegado al colmo; después de más de veinte días del mes de abril todavía el Banco no ha revelado las cifras de marzo. Es la primera vez que ocurre tamaño despropósito, en esa magnitud. El vital indicador de la inflación debe aparecer dentro de los ocho primeros días de cada mes. No hay que ser especialmente malpensado para imaginar que el guarismo inflacionario resultó tan elevado en marzo que no se atreven a darlo. Pero es sólo un mal pensamiento, que como siempre suele ser el más acertado.
El de la inflación es un indicador especialmente sensible a los vaivenes de la economía real.
De hecho es el que globalmente da una idea más completa sobre la marcha de la economía y sobre cómo la vive la población. Una alta inflación, que es la que padecemos hoy, afecta gravemente la vida del común; para la mayoría, que es pobre, el elevado costo de la vida comporta, en primer lugar, mala y escasa alimentación. Pero, en fin, extenderse sobre los males que causa la inflación es casi ocioso, de tan trajinado que ha sido el tema porque hemos vivido mucho tiempo con alta inflación. El punto está en responderse una pregunta: ¿tiene remedio el mal? Habida cuenta de que en América Latina casi todos los países tienen muy baja inflación, el nuestro es una rareza. ¿Por qué otros han podido vencerla y nosotros no? No hay que ir muy lejos para buscar una explicación. El principal causante de la inflación en Venezuela es el gobierno. Más específicamente, el gasto público. Nuestro país petrolero posee, proporcionalmente, los más altos ingresos de la región. Esa, que podría ser una bendición y en alguna medida lo ha sido se ha transformado en una verdadera maldición. Tan altos ingresos generan, en el fondo, la comprensible tentación de gastar no sólo todo lo que entra sino aún más, mediante niveles de endeudamiento que corren parejos con los ingresos petroleros. Todo eso es alimento para la inflación.
Y aquí es donde uno esperaría del Banco Central una acción que contenga los ímpetus para gastar, poniendo coto a estos mediante los instrumentos que le son propios. Para ello es indispensable una condición: que el Banco goce de autonomía respecto del gobierno. Aquí está nuestro problema. El BCV no es autónomo. El gobierno de Chávez lo despojó de esa condición y lo transformó en una institución gubernamental tal como lo son los ministerios. El BCV es hoy una dependencia del ministerio encargado de la economía, que además financia al propio gobierno. Todo eso estaba prohibido hasta que llegó el comandante y mandó a parar. La inflación, que había comenzado a ser domada entre 1996 y 2002, cogió vuelo otra vez. Así estamos, pues.
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