Por: Fernando Rodríguez/TalCual
Desde hace rato sabemos que la crisisque atravesamos es devastadora. Lo saben los economistas lúcidos. También los detectores de riesgo y los prestamistas internacionales, por ejemplo los chinos imperiales. Lo pregonan las cifras siniestras del Banco Central. Lo susurra Merentes en su media lengua sumisa.
Hasta el momificado Giordani lo sabe y lo calla. Pero también lo viven los asalariados que sopesan incrédulos sus quinces y sus últimos. Y bien lo saben las amas de casa que se abalanzan sobre la aparición milagrosa de la Harina Pan y la señorona que se pasea orgullosa exhibiendo sus rollos de papel toilé.
Lo cual era imposible que no se reflejara en las encuestas sobre las elecciones del 8. Y las elecciones del 8, quiérase o no, son mucho más que otras municipales. Son una encrucijada, a lo mejor un precipicio. De manera que el Heredero, sin luces ni sensatez alguna, ha decidido actuar sin ningún escrúpulo. En todas las instancias.
Decidió viciar las ya viciadas elecciones decretando ese mismo día la jornada de conmemoración de la lealtad y el amor al Eterno, es decir, lanzar a la calle sus huestes violando los principios mínimos de la higiene electoral, poniendo en juego la imprescindible paz que necesitan. Atropelló sin recato la moral ciudadana con la exhibición obscena de la conversión de un diputado en traidor, de lanzarlo en horario para todo público al noveno círculo del Infierno de Dante, el más oscuro, allí donde vive el demonio que traicionó a Dios padre.
Con el precario objetivo de parecerse en algo al líder que no es, ni será. Y decidió intentar comprar algunos votos al costo de quitarle los últimos auxilios a la maltrecha economía patria.
Porque no es otra cosa lo que implica esta piñata, agarre el que pueda, y que tendrá efectos letales a cortísimo plazo.
Masacrar el comercio, expandir la escasez, vetar cualquier inversión, multiplicar el desempleo, correr hacia la hiperinflación. Cuando no dar lugar al caos saqueador como advierten los obispos (“…este clima de euforia pueda degenerar en actos de violencia y confrontación entre el mismo pueblo, que serán difíciles de controlar”). Bueno, pero todo eso será en enero, después de la guillotina electoral.
Por ahora la rebatiña puede ayudar y, sobre todo, pareciese haberse encontrado una materialización de esa intangible guerra económica hasta ahora utilizada para ocultar que, en cualquier caso, son sus políticas las que han permitido todo exceso y toda vileza económica. Y que son los amigos y los serviles a la causa los beneficiarios mayores de esos dólares, del cadivismo, los que ahora se señalan como culpables de la tragedia del pueblo y que debe constar en las listas de esa reparticipación delictiva.
“Cuando parece que ya nada puede ir a peor en Venezuela, Nicolás Maduro logra elevar la tensión con iniciativas alarmantes”, dice un editorial de El País… Pero nos queda una opción, en el fondo siempre queda una opción en toda historia. No vender el alma por un televisor y una grotesca mascarada y dar la gran batalla del 8 de diciembre.
Y previamente, de aquí a allá, desenmascarar la farsa y, ojo con esto, no permitir una encerrona criminal el día mismo de las elecciones evitando que las huestes militantes oficialistas y sus colectivos armados llenen de terror y de sangre el día en que debería hablar en libertad la voluntad del pueblo. No hay otra manera.
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