El pasado lunes, este periódico informaba sobre el sombrío panorama navideño que aguarda a los margariteños en virtud de las truculentas disposiciones oficiales y su cantinflérico vamos a ver qué pasa si hacemos esto en vez de aquello, o viceversa, que han escamoteado las divisas para la actividad comercial y mercantil sobre la que se sustenta la economía del estado insular; pues, al afectar el régimen especial de excepción aduanera, el gobierno propicia la peor escasez de mercancía experimentada por el puerto libre en 40 años.
No es la primera vez que dedicamos un editorial a Margarita, no como desearíamos para promocionar su potencial turístico, sino para denunciar los atropellos contra una población cuyo único pecado fue votar mayoritariamente por el candidato presidencial de la oposición en las pasadas elecciones.
Ahora, con las municipales en puerta, Maduro y su corte de asesores apuesta al caos y ponen en práctica demenciales políticas de precios, arbitrarios descuentos y descabellados remates de productos no propiamente de primera necesidad, creyendo que así podrán manipular a los electores para torcer su voluntad y su sufragio.
Mientras llega el gran "Día de la Lealtad a Hugo Chávez", celebración ventajista según el rector Vicente Díaz del CNE, violatoria del más elemental principio de equidad, se adelanta también la Navidad para convertir lo que debe ser tiempo de paz y armonía familiar en temporada de rebatiña, lo cual tiende no sólo a agudizar distanciamientos y divisiones en el seno de la sociedad venezolana, sino que estimula bellaquerías y desafueros que, afortunadamente, concitan la indignación moral de la Venezuela responsable.
En suelo margariteño, alimentar la afición a la golilla busca amortiguar la ira que a diario se manifiesta en la isla ante, por ejemplo, la crónica carencia de harina de maíz, materia prima que pone en movimiento la más acendrada manifestación de su economía informal: la venta de empanadas.
De modo que -invirtiendo los términos del refrán- el gobierno intenta oponer a la mala cara causada por las deficiencias proteínicas que afectan la dieta del margariteño, el buen tiempo de la manguangua, a costa del capital y esfuerzo privados.
En teoría, todos tienen derecho de tener un millón de dólares, un Rolls Royce o un Picasso; pero, en la práctica, no hay ni dinero, ni carros ni cuadros para tanta gente. Hacerle creer al pueblo llano que la felicidad es tener un televisor gigante o una nevera descomunal, aunque no haya plata para el cable o para comprar la comida, es pura y dura demagogia que puede tener consecuencias indeseadas.
Así, los margariteños son protagonistas de infamantes pendencias para ver quién se queda con un determinado bien subastado a precio de gallina flaca, gracias a un repentino San Nicolás cuyas órdenes han puesto a Margarita a punto de naufragar en un mar de inseguridad y escasez.
Fuente: El Nacional
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