Por: Fernando Rodríguez/TalCual
Tal parece que, por los momentos, no va a ser así.
Pero supongamos que un día sea. En las actuales circunstancias nos aventuraríamos a decir que el más perjudicado va a ser el frágil gobierno de Maduro, ver al respecto todas las encuestas en curso (menos Hinterlaces, claro).
A nosotros nos parece muy sintomático de este parecer las casi inexistentes reacciones gobierneras a la cólera de Ramón Guillermo Aveledo que congeló la singular conversa por conducta irresponsable y tramposa de su contraparte.
Queremos decir que un régimen, siempre tan prepotente, malhablado y camorrero, se haya portado tan circunspecto y modosito en la ocasión no deja de ser significativo. Ni siquiera Jorge Rodríguez que hizo de sicario tonto con sus declaraciones sobre Simonovis ha vuelto a abrir la boca. Ni Cabello, el del mazo más contundente de la comarca, ha desatado sus desmelenadas furias a pesar de que si algo se cuestionó fue su inverosímil comisión de la verdad, ¡por él y su mazo precedida¡ Y el mismo Maduro hizo gentiles llamados a la prudencia y al rápido retorno de sus contertulios, y si algún reclamo lanzó, tenía que ver con diálogos, componendas y negociaciones, pero no se le entendió casi nada.
No obstante, más allá de esta constatación, quizás demasiado inmediatista y circunstancial, se podrían agregar algunos argumentos de mayor alcance. No hay duda de que el gobierno debe tener ya bastante mala imagen internacional por eso de andar reprimiendo brutalmente a centenares de miles de jóvenes, a pesar del cuento del golpe muy pero muy lento y desarmado, y, de otra parte, su capacidad de gobernar parece bastante precaria…su sabia palabra vaya adelante don Pepe Mujica.
Y no hay que ser The Economist , conservador pero muy influyente planetariamente, para caer en cuenta que la economía nacional es un desastre (“se acabó la fiesta”) de donde huyen las líneas de aviación y ya cuesta hasta tomarse una fría, cosa tan pertinente en climas tropicales. Hasta el zorruno de Correa tuvo la imprudencia de sugerirlo. Y no olvidemos el gobierno de coalición de Lula que, ciertamente, no apostaba por la robustez del madurismo.
Si esto es así, visto desde fuera, mucho más lo es visto desde adentro. Y “visto” no es la palabra sino sentido en la barriga y el sistema nervioso sobre todo. De manera que el diálogo podría servir al gobierno, así se debe elucubrar, para dos objetivos básicos: Que se pueda decir, allende las fronteras, que al fin y al cabo el gobierno represor venezolano podría no ser tan siniestro, pues ha llamado a sus adversarios para arreglar el asunto sentados en una mesa. Suelen vocearlo sus secuaces. Pero, más obvio todavía, si el gobierno debe afrontar una hecatombe económica pocas veces vista y una ira popular que no parece cesar sino crecer, no debe sonarle nada despreciable que alguien lo ayude en esa titánica tarea. Alguien, de buena fe, que crea razonablemente que por ese barranco nos podemos ir todos, a un costo de dolor humano que sería inhumano permitir.
Ahora, si no se puede intentar salvar al país de esas horas terribles; si se acepta la curiosa tesis de Maduro de que de lo que se trata es de dialogar y ya eso nos debería contentar; si lo que se quiere es una máscara bonachona para el auditorio extranjero; o un socio masoquista para compartir culpas; o una coartada para seguir reprimiendo salvajemente a la “otra” oposición, que nosotros pensamos que en lo esencial es la misma. Si el asunto es ese, pues a la oposición le queda una sola alternativa, la peor, sencillamente ser oposición a secas, distante y nada conciliadora. Riesgo nada deseable para el país, aunque así lo piensen algunos. Y nefasto cálculo para el gobierno maula en caída libre y condenado al crimen colectivo.
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