Por: Fernando Rodríguez/TalCual
El chavismo se desploma. Para darse cuenta de ello es particularmente útil atender la siniestra cifra de inflación del mes pasado, en especial la de alimentos, y más precisamente al impacto de ésta en el magro presupuesto de los más pobres. O tan solo mirar las colas nunca vistas para comprar los alimentos básicos de la dieta nacional, en los supermercados de lujo y en los abastos de los barrios.
El índice de inflación nacional de este año deberá superar ampliamente el 30%, el gobierno pronosticó la mitad y hay que recordar que el promedio de Latinoamérica se mueve sobre el 5%. El índice de escasez ha sido para abril de 21.7 cuando en una economía sana debería ser diez veces menos. Cifras crueles que se reflejarán de manera inmediata en la asfixiante y explosiva cotidianidad de nuestros ciudadanos, numeritos que significan mucho más que las toneladas de palabras y signos patrioteros, revolucionaristas, militaristas y animistas del chavismo de hoy y de siempre.
Sin duda el tema urgente al cual hay que abocarse es lo que va a suceder y lo que se puede hacer ante esta crisis que ya nos envuelve y que podía dar al traste no sólo con cimientos de nuestra perversa economía sino con el residuo de racionalidad democrática de la política nacional y aun con los mínimos soportes de nuestra civilidad. Sí, un Caracazo y hasta un venezolanazo son fantasmas que se asoman en esta perspectiva e incluso posiblemente aun peores. Pero, por el momento, limitémonos a darnos cuenta de qué es lo que se está viniedo abajo, lo que se desploma ante nuestras narices.
Es muy importante que tengamos conciencia de ello, que lo podamos verbalizar con todas sus letras.
La causa no es el pobre de Nicolás Maduro, su verbo empalagoso y vacío, su ignorancia del funcionamiento del Estado, su servil y necrófila sujeción al legado del padre putativo. Lo que está sucediendo, política y económicamente, no son traspiés circunstanciales de estos últimos meses, posteriores a la muerte de Chávez. Lo que se cae, se abisma, es un proyecto político que siempre, desde su concepción misma, fue un grotesco absurdo, una mezcla insólita de falta de sintonía con la historia planetaria, ignorancia crasa salida de los cuarteles, intoxicación ideológica de los deshechos de una izquierda difunta, corrupción sin bridas, loqueteras posmodernas, despotismo de viejo cuño latinoamericano y otros detritus de origen diverso. Un monstruo llamado chavismo, posibilitado por muchas cosas pero sobre todo por dos: por la descomposición del estamento político agotado y ceguera de una burguesía nacional soberbia e inepta, de una parte, y la milagrosa multiplicación sostenida de los precios del petróleo, de la otra. Circunstancias que se fusionaron con la férrea voluntad carismática del caudillo y nuestra descomposición anímica, nuestra anemia perniciosa de estos años.
Esa conciencia de nuestro largo y penoso desvarío como nación es la que puede permitirnos saber, en adelante, así esperamos, cada vez que enfrentemos una circunstancia insalubre, un abuso de poder o un negocio insensato, que ello viene del “proceso”, del desperdicio de una de nuestras mayores oportunidades de desarrollo económico, acaso irrepetible, y su conversión en la destrucción de nuestras incipientes capacidades productivas y en una fiesta de pillos. Y de la trasmutación de algunos hábitos democráticos e ilustrados, penosamente adquiridos, en los gestos irracionales de una multitud sin formas. Eso debemos recordar, para curarnos analíticamente, con ira y también con vergüenza.
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