Por: Teodoro Petkoff/TalCual
¿Por qué, de pronto, el concepto “diálogo” ha adquirido tanta relevancia? Porque la gente lo ha llenado de un contenido específico, asociado a una perspectiva de país más esperanzadora que la que hemos vivido hasta ahora, es un país en el cual la polarización política no sólo ha dividido por la mitad en dos grandes campos a sus habitantes sino que los ha incomunicado entre sí.
Durante años la mayoría de los ciudadanos, cualquiera sea su filiación política, ha vivido la incierta aprensión de una tragedia civil inminente. Felizmente, muy poca sangre ha llegado al río, gracias, ante todo y por encima de todo, a la sólida y profunda cultura democrática que más de medio siglo de vida en democracia -con todas sus limilitaciones e imperfecciones- ha sembrado en el país.
Ha sido esa cultura democrática, heterogénea y con diversos grados de intensidad y profundidad, que abarca, sin embargo, a los dos grandes campos políticos en los cuales se ubican, militante o platónicamente, la mayor parte de los venezolanos, la que ha contenido el odio y los impulsos suicidas hacia la tragedia civil que aquel empuja.
Pero la aprensión y la sensación de vivir bajo amenaza no ha desaparecido y por ello cada vez que se divisa una rendija a través de la cual se intuye que pudiera colarse una atmósfera política menos cargada, menos peligrosa, se aviva la esperanza de que, al fin, cesen las confrontaciones conflictivas basadas en el odio y en el desconocimiento del contrario y se abra la posibilidad de que la controversia política adquiera un tono definitivamente civilizado.
La mayor parte de la gente, cuando dice “diálogo”, piensa en la vida política, controversial y seguramente dura, sin duda, pero de la que no se siente que amenaza ni la paz del país ni las vidas de sus ciudadanos.
Pero el “diálogo” no tiene porqué ser entendido como un proceso provisto de su respectivo armatoste, donde se sienten los interlocutores, para producir resultados rimbombantes, sino como un proceso natural fluido, parte de la cotidianidad de los distintos sectores del país, donde, hoy, más que convivir, chocan el chavismo y antichavismo. Dialogar es algo más que perorar en las inefables “mesas” -por lo general para no llegar a nada-, es un esfuerzo por dar vida a espacios donde la conflictividad natural de la sociedad, en sus distintos sectores, pero en particular en el político, no derive, impulsada por la dinámica del rencor y del rechazo automático al “otro”, hacia la insensatez de la violencia. Dialogar es reconocer la diversidad social y política, reconocer los intereses de los demás; en definitiva, reconocer al “Otro” y, siendo así, como tanto se ha repetido, aquí cabemos todos, porque, a fin de cuentas, todos somos “otros” para otros.
Diálogo quiere decir, por último, que los posibles interlocutores se miren frontalmente, se acepten como tales y, finalmente, se sienten a conversar. Así de simple y dificultoso.
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