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OSWALDO PÁEZ-PUMAR | EL UNIVERSAL
El régimen esclavista en Cuba se caracteriza por la saña con la que se persigue a quien se quiere ir. Tal como se perseguía a los negros que huían de las plantaciones de algodón en Virginia, Georgia, Atlanta, etc., así persigue Castro a los cubanos que se niegan a trabajar para él.
El sistema es simple: para quien se resigna al trabajo esclavizado la cartilla de racionamiento, para quien trata de escapar en la balsa improvisada, que es gesto de rebelión, la sevicia y la metralla de muerte de los servicios costaneros.
Los hombres de Castro en Venezuela: Maduro, Ramírez, etc., han logrado el milagro físico-geográfico de convertir un territorio de casi un millón de km2 asentado en tierra firme en una isla. El deseo demencial del difunto Chávez de rodearnos del "mar de la felicidad" está tomando cuerpo, aunque no como resultado de fenómenos telúricos que arranquen del subcontinente americano ese vasto territorio y lo rodeen de agua, sino de un modo más simple, también imitación del empleado por Castro por más de medio siglo, que no es otro que asumir la condición de maula.
La "robolución" no paga deudas y se irrita si le cobran y como consecuencia las líneas aéreas excluyen a Venezuela de sus rutas respaldando, sin que sea su intención, el proyecto de convertirnos en isla. No obstante, vislumbro una cierta incongruencia entre castrismo y chavismo, porque Castro odia a una oposición soterrada que se quiere ir y no se somete a su esclavitud; y aquí sus malos imitadores odian a una oposición abierta que no se quiere ir y sigue peleando por la libertad.
Los hombres de Castro en Venezuela no necesitan que las líneas aéreas mantengan sus rutas. Tienen aviones comprados con las ganancias que deja el negocio de estafa de quince años.
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