Foto: El Nuevo Diario |
Este asunto de la influencia pecaminosa de los medios que ahora plantea Maduro como materia de urgencia no es nuevo, y sobre su contenido ya se han establecido conclusiones que se consideran razonables.
Una de esas conclusiones ha sido compartida por la generalidad de los expertos: no existe una relación mecánica o automática entre el incremento de los delitos y los paradigmas establecidos en las telenovelas. La cultura telenovelera puede sugerir cierto tipo de conductas, cierto caudal de ensueños tontos, pero sin pasarse de la raya. Las telenovelas no son un entretenimiento inocente, pero de allí a acusarlas de ser el origen de los crímenes que agobian a la sociedad hay exagerado trecho. La violencia que hoy caracteriza a Venezuela no se debe a que unos enjambres de malandros veían desde chiquitos los culebrones de su preferencia, como pretende sugerir Maduro, sino a numerosas causas alejadas del espectáculo televisivo contra el cual arremete la representación del Ejecutivo con más simpleza que fundamento.
Maduro conoce las causas: quince años de impunidad, quince años de indiferencia frente a la multiplicación de los delitos, quince años de debilitamiento del Poder Judicial, quince años sin policía adecuada, quince años de muchas otras falencias y dolencias que no guardan ningún tipo de relación con la pantalla chica. En especial, quince años de un discurso que ha fomentado, desde las alturas del poder, la hostilidad entre diferentes sectores de la sociedad. Eso lo sabe Maduro pero prefiere el camino de las explicaciones absurdas.
Pero, de tan absurdas, esas explicaciones conducen al planteamiento del riesgo evidente que se asoma tras su deforme bulto. ¿No está preparando el terreno para el establecimiento de una censura masiva de la TV? ¿No ha creado Maduro un pretexto que, adornado con la retórica del caso, le permita meter los dientes afilados a una programación que cuenta con millones de seguidores, y que estorba los planes hegemónicos del “socialismo del siglo XXI? Ha inventado un nuevo “enemigo interno”, las telenovelas, y contra ellas arremete un régimen que todavía no ha podido dominar a los medios independientes.
Ya los acólitos del jefe se han puesto en movimiento, independientemente de lo que han opinado los expertos sobre el tema. El ministro Izarra, con más pena que gloria, acusa a nuestro columnista Leonardo Padrón de “envenenar” al pueblo con las telenovelas que escribe. No tardará en engordar la lista de los “envenenadores”, mientras la autocracia crece ante los ojos de una audiencia petrificada.
Fuente: El Nacional
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