Por: Fernando Rodríguez/TalCual
Más que nunca nos hemos convertido en una sociedad de secretos colectivos. Esto ha traído como consecuencia que cada quien anda con muchas versiones a cuestas sobre los asuntos más complejos y peliagudos, el imperio del rumor, la hipérbole de la imaginación (la loca de la casa, que llaman), el apogeo del chisme
Más que nunca nos hemos convertido en una sociedad de secretos colectivos. Sin duda, la culpa mayor es del régimen que, para hacer de las suyas, nos suele ocultar hasta el verdadero presupuesto nacional y no nos deja mirar ninguna cuenta pública por ceros que tenga y de interés público que sea.
Esto ha traído como consecuencia que cada quien anda con muchas versiones a cuestas sobre los asuntos más complejos y peliagudos, el imperio del rumor, la hipérbole de la imaginación (la loca de la casa, que llaman), el apogeo del chisme. Y, reitero, sobre asuntos de tanta monta como la enfermedad y muerte del presidente Chávez o la cantidad de barriles de petróleo que producimos.
En consecuencia nos hemos transformado en una sociedad de incrédulos que no logramos ubicarnos en medio de tantas y disímiles versiones sobre tópicos de los que, en otras latitudes, se tienen razonables certezas. Recuerden que todavía andamos runruneando y carajeándonos hasta sobre los resultados del 15 de abril.
Lo que sí habría que señalar, como efecto modernizador del fenómeno, es el impulso al desarrollo de las llamadas redes sociales, las cuales, paradójicamente, han multiplicado la incertidumbre generalizada sustituyendo el viejo y limitado "de boca en boca" por el poderío electrónico. Dos ejemplos recientes pueden ilustrar el tema.
Es, sin lugar a dudas, un hecho señalado, la venta de Globovisión, que permitía un mínimo equilibrio mediático en la vida política nacional, dándole a la oposición una única ventana televisiva donde expresarse con holgura frente a un gobierno que posee una batería gigantesca de medios radioeléctricos, bestiales cadenas y que ha descabezado, hecho arrodillar y amedrentado a las otras televisoras privadas.
Bueno, hasta el momento no sabemos muy bien ni quiénes son los nuevos compradores ni cuáles sus designios, aunque esta semana ya aparecen evidencias, hechos.
De los nuevos empresarios mediáticos se ha dicho y escrito de todo, que tienen más prontuario que currículo, "que tienen rabo de paja en los medios financieros, bancarios y de la justicia penal", recogió ayer Bocaranda, que son testaferros, que su objetivo es consumar la deseada hegemonía comunicacional del gobierno. De eso hasta que son pacificadores de las iras públicas y promotores del diálogo y las buenas costumbres de los nuevos tiempos.
Lo cierto, al fin y al cabo la verdad tiene patas largas, es que pareciera más lo primero que lo segundo, al cerrar programas y deshacerse directa e indirectamente de estelares periodistas y funcionarios. Pero el mecanismo secretista no deja de ser notable.
Y para que vean que somos objetivos, también queríamos referirnos a esa misteriosa primera parte del apasionante documento del verdugo de la medianoche que la oposición dice tener en mano. Es ciertamente rarísimo, para empezar, que se pase primero el segundo rollo de la película.
Y luego que se anuncie y se postergue y se vuelva a anunciar y hasta que se condicione su esperada trasmisión, dijo un vocero acreditado, a la investigación de la Fiscalía sobre lo ya trasmitido. Se dice, siempre se dice, que es peor que el primero y la imaginación vuela hasta el punto de creer que los opositores temen publicitarla por sus efectos devastadores. ¿Quiere usted mayor suspenso? Y dejamos de lado la pregunta por la mano oculta y peluda que suministró la terrible pieza.
No deja de ser electrizante tanto misterio, bastante estresante también.
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