sábado, 9 de agosto de 2014

Con Maduro se vive peor que con Chávez


Axel Capriles narra la hora menguada que vive la libertad de expresión en Venezuela

Por: Elizabeth Araujo/ TalCual
 Para el psicólogo y estudioso de la conducta humana, Axel Capriles, el país experimenta una “pranocracia” y define al actual como un “gobierno de pranes”, al punto de que son los mismos venezolanos los que tienen que protegerse del Estado. Aunque reconoce los aportes de la MUD cree que en la oposición hay dirigentes con orientación clásicamente populista, que incluso “imitan muchas de las prácticas chavistas”


Sorprendido habrá quedado usted ­al igual que quienes leyeron la noticia­ de su condición de columnista indeseado en El Universal. ¿De qué trataba el artículo para que los nuevos dueños de este diario lo consideraran inapropiado? ­El artículo era sobre el affaire Carvajal, sobre los manejos oscuros del poder, el cinismo y la hipocresía de un poder que habla de amor mientras, manipula y presiona en torno a un caso vinculado con terrorismo y narcotráfico. Trataba, en ese sentido, sobre la hipocresía y la disociación entre la palabra y la acción.

¿Ahora sí se podrá hablar de hegemonía comunicacional de la que tanto alardeó el otrora ministro de Información, Andrés Izarra? ­Sí, la hegemonía comunicacional es un hecho cumplido. Los medios de comunicación libres pueden ser contados con los dedos de una sola mano y ya son irrelevantes. Los pocos que quedan en manos privadas se autocensuran. Si algo sabe el gobierno, no es generar bienestar sino ejercer poder.

Cómo psicólogo, ¿cree que este tipo de respuestas autoritarias tienen más su motivación en la demostración de fuerza que en la de ocultar el miedo? ­Es el afán totalitario de querer controlarlo todo. El dominio revolucionario se fundamenta, primero y principal, en el dominio de la mente, en la explotación de las necesidades de la población, en la confusión, la ilusión y el manejo de la propaganda. Para mantener el poder, necesitan ocultar la realidad, vender, a como dé lugar, la imagen de un mundo ficticio que les permita cierto apoyo popular. La imagen que tenemos de las cosas tiene más peso que la cosa en sí.

Al depender tanto de la propaganda para su existencia, el control de los medios de comunicación se hace indispensable. En la mentalidad revolucionaria, si no lo dicen los medios, no existe. Por eso su desesperación por ser siempre noticia. Por el inalterable cinismo ante el doble mensaje ante la muchas veces descarada negación de la realidad que vemos con nuestros propios ojos.

Hay quienes desde hace tiempo alertan de que el país se desliza hacia una dictadura. Otros, sin embargo, no ven más que signos de un gobierno improvisado, torpe, ansioso de asomar el mazo para amedrentar a la disidencia. ¿Cómo lo observa usted? ­Pienso que el gobierno es mucho menos improvisado y torpe de lo que en ocasiones se piensa.

Responde a una de las inteligencias políticas más grandes del siglo XX que es la de los hermanos Castro. Es un proyecto que va más allá de nuestras fronteras. Hay toda una planificación muy sesuda, una manera de actuar que cala y mueve fibras muy hondas en el alma latinoamericana. Es toda una inteligencia volcada únicamente a la obtención y manutención del poder. Por eso parece improvisada porque no les preocupa la destrucción o el fracaso en cualquier otro orden de la realidad.

Otro rasgo que confunde es el “asalto” al poder de los militares de las instituciones del Estado. No hay ministerio u oficina pública donde no aparezca en el mando un coronel o un general. ¿Un gobierno militarista, para qué? ­Si la gestión económica es mala (pensemos en la inflación crónica o la escasez), si la gestión social es mala (pensemos en el número de homicidios), si no hay realizaciones reales y concretas, ¿qué puede mantener al gobierno en el poder? Llega un momento en que la imagen impuesta por la propaganda produce disonancia con la vida real.

El asalto de los militares responde, entonces, a la estrategia de largo aliento, al fondo del asunto, a que la meta de la revolución no es el bienestar de la gente sino única y exclusivamente la obtención del poder, un poder que no se concibe como realización o logro sino como dominio o fuerza.

Sostener la fuerza a cualquier precio más allá del descontento y el fracaso. Desde este punto de vista, tener el monopolio de las armas de su lado es sumamente útil. Por otra parte, la bota del militar con boina roja es una imagen arquetipal en nuestra cultura, es una imagen arcaica.

Esto de involucrar a los militares en la política no ha dejado de sorprender afuera. Nadie imagina a un general argentino tildándose de kirchnerista o un coronel brasileño identificado como lulista… ­Mientras más retrocedemos en la historia, el rol de los militares se hace más importante. Mientras más avanzamos hacia la modernidad, encontramos más gobiernos civiles. Brasil y Argentina son países con sociedades civiles mucho más robustas, más complejas, con instituciones más fuertes.

El crecimiento demográfico venezolano se ha caracterizado por una acumulación de carencias y una población excluida y marginada sumamente dependiente del Estado y que, sin principios fuertemente internalizados, es mucho más débil y vulnerable a la autoridad coercitiva. Una población mantenida en niveles de supervivencia responde mucho más a la fuerza bruta que a instituciones sofisticadas fundadas en las leyes, el conocimiento, el respeto o el desarrollo intelectual.

Entre tanto, prosigue la corrupción y cierta complicidad de los organismos contralores. La fiscal Ortega se ha propuesto encarcelar a los viajeros que, a su regreso, no llenaron el formulario de divisas. ¿Qué le diría el general Carvajal de los $20 mil que estaban en sus bolsillos? ­Luisa Ortega Díaz debería ser la primera procesada. Ella ha convertido la Fiscalía General de la República en un instrumento represivo del gobierno, en el perro guardián de la revolución. Y el uso de las instituciones públicas para fines de grupos particulares es un delito.

El servilismo de los poderes públicos y su supeditación de los demás poderes al poder ejecutivo es uno de los principales problemas de la Venezuela actual. El sistema de dominación de la revolución ha convertido a todos los habitantes de Venezuela en delincuentes potenciales para que el peso de la ley pueda ser utilizado contra todo aquel que no se someta a los designios del gobierno.

Hay una persecución sistemática contra el ciudadano que lo debilita mientras que las elites que mandan se sienten protegidas y pueden hacer y deshacer lo que les viene en ganas. El sistema legal de Venezuela no expresa los arreglos institucionales y acuerdos básicos para el buen funcionamiento de la sociedad sino que es una camisa de fuerza para doblegar a la gente.

El caso Carvajal amenaza con pasar por debajo de la mesa, oculto quizá por algún nuevo escándalo. ¿Cuán nefasto para la moral de los ciudadanos ha resultado el hecho de que nadie (ni el mismo Carvajal) haya dado una explicación a los venezolanos de este incidente?Esa ha sido una práctica sumamente dañina fundada en una debilidad de la memoria colectiva. Siempre un escándalo tapa otro escándalo y una especie de frivolidad e inmediatez nos monta en la ola pasajera de la próxima noticia. No exigimos resultados ciertos a las investigaciones nominales que surgen de las denuncias.

El término que mejor designa el tipo de gobierno que existe en Venezuela es “pranocracia”. Tenemos un gobierno de pranes. Y el gobierno está muy claro en que su principal recurso es la solidaridad ciega, la defensa de sus principales piezas. Es uno de esos casos poco frecuentes en las sociedades occidentales donde la sociedad debe protegerse del Estado.

El déficit moral de la sociedad venezolana se ve, precisamente, en que haya soportado un gobierno signado por la figura del malandro. El malandro es la constelación dominante en la psicología.

Por otro lado, se ve como una resignación en el ciudadano de a pie, como si estos escándalos les resbalaran; pero también cierta lasitud de la oposición para denunciar estos casos.

¿Está todo el mundo abarrotado de tantos escándalos que prefiere hacer la cola del supermercado? ­Una de las consecuencias de los métodos de dominación de los gobiernos autoritarios es el síndrome de aislamiento y escape. En una sociedad fracturada, el individuo pierde la fe en la efectividad de su acción personal y se abandona a la inercia colectiva. Vivimos entre la resignación y la complicidad. Venezuela se ha convertido en una gran mina donde cada quien anda con un pico en el hombro para ver de dónde saca un pedazo de algo valioso. Es duro decirlo, pero ha habido una normalización de la patología y un adaptación acomodaticia.

Estamos otra vez en un mundo repartido entre la viveza y la fuerza bruta.

A veces, hay quienes se preguntan si el país está peor con Maduro que con Chávez. ¿Se pueden hacer este tipo de comparaciones? ­Sí, estamos peor, pero era de esperar.

Lo que vivimos es parte de un proceso.

Tenemos años en un tobogán deslizándonos hacia el fondo de un largo túnel. La destrucción institucional ha llegado al alma. Estamos peor con Maduro que con Chávez porque el proceso de decadencia sigue ineluctablemente su camino descendente. Necesitamos una fuerte convulsión para volver a activar lo positivo venezolano. Ahora sí hace falta una revolución, una revolución liberal que pueda cambiar radicalmente el rumbo que tomó la Venezuela del subdesarrollo.

¿Qué le está faltando a la MUD para convertir en aciertos los errores del gobierno en materia económica y social?

La MUD ha cumplido una función muy importante para unificar operativamente una sociedad política desagregada. Pero, más allá de la pragmática, no hay una visión verdaderamente unificadora. Muchos de los políticos activos en la MUD tienen una orientación clásicamente populista y buscan hacer lo que creen es más popular aunque ello sea contrario a las exigencias del desarrollo. En ese sentido, imitan muchas de las prácticas chavistas. A la MUD le faltan ideas, ideas que den una visión de un país totalmente distinto del que plantearon adecos y chavistas, dos variaciones de una misma identidad. Hace falta, también, sacrificio, sacrificio de egos individuales que sólo piensan en la vieja política de zancadillas. Dentro de la MUD permanece el espíritu del adequismo que en mi parecer es antecedente y prelación del chavismo. En los períodos críticos de transición se necesitan nuevos ideales y grandes ideas más que un aparato de operación práctica.

Todas confían de que el país saldrá de una pesadilla tan terrible que hasta los funcionarios gubernamentales son vistos en EEUU como personas no aptas para un visado. ¿Cuál sería la manera de poner fin a estos momentos vergonzosos? ­Sin duda el país saldrá en algún momento del hueco en el que se encuentra. Pero necesita tiempo y una recomposición de los factores políticos que puedan convertir y darle dirección a la fuerza del descontento acumulado. Necesitamos un símbolo que pueda dar expresión a la capacidad transformadora de la sociedad venezolana, capacidad menguada por un liderazgo que se apoyó en los elementos más destructivos y arcaicos de nuestra psique colectiva.

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