lunes, 20 de octubre de 2014

El gallo pelón/Editorial Tal Cual lunes 20oct14

Fernando Rodríguez/TalCual
Después de anuncios y amagos varios Nicolás Maduro se puso corbata, se rodeó de ministros, buscó la escenografía solemne y declaró sobre el caso Robert Serra. El hábito no hace al monje y esto no hizo sino más deplorable el espectáculo que consistió en repetir la versión burdamente politizada que había dado a las pocas horas de la muerte del joven líder, cuando el país esperaba una versión técnica, seria y rigurosa de la marcha de las investigaciones policiales. Que por lo demás ya es más o menos el mismo teatro que oímos a cada rato sobre asesinatos reales e imaginarios vinculados a la política. Cada vez más monótono y poco verosímil.


Como se sabe, la técnica fundamental es mezclar en un solo plato los más diversos enemigos sin mostrar reales conexiones entre ellos y los sucesos concretos. Por ejemplo, mostrar que Álvaro Uribe, actor infaltable en estos guiones, supuestamente desde mozo tuvo vínculos con paramilitares y narcotraficantes para inferir que es actor fundamental en el asunto en cuestión. A falta de pruebas de esa conexión uno podría preguntarse, ¿qué interés especial tendría el dos veces presidente de Colombia en asesinar a un joven que apenas se iniciaba en la política? No imaginamos. Luego, sobre todo el documental que el Presidente pretendió serviría de contexto, se hacen acusaciones curiosas a una vidente, al diputado Berrizbeitia y hasta el caricaturista Weil, preclaro artista de esta casa, que habrían anunciado días antes el luctuoso acontecimiento. Que sepamos, debe ser el primer crimen político en el mundo que se anuncia, cuando la condición mínima de una acción tal, muy técnica y prolongadamente preparada según el gobierno, debería ser el más impenetrable secreto.

En el caso del diputado acusado por la frase “ustedes tienen los días contados”, los “cineastas” cometieron el error de dejar su figura y sus movimientos de labios, quitándole solo el sonido, que precisaba que hablaba “electoralmente”. El resto del documental contextualizador mezcla golpes de Estado sin militares; una foto de Ledezma con Gómez Saleh que debe valer tanto como la de Odreman, tildado por el Cicpc de asesino, y altos dirigentes del PSUV; las manifestaciones contra el régimen que le ha valido tantas acusaciones al gobierno, nacionales y de las más altas instancias internacionales, de violador sistemático de los derechos humanos convertidas ahora en meros actos terroristas y casi en una masacre de los jóvenes contestatarios contra nuestras frágiles fuerzas armadas y policiales.

Pero valdría la pena resaltar el que es el artificio de fondo que usa el gallo pelón. Se convierte un crimen como éste, que podría tener los más diversos motivos, que debería aclarar la policía “científica”, agregándole a las apariencias de un delito de delincuencia común, muy ligada al entorno de las víctimas, un supuesto y fantasmático trasfondo de imprecisables autores intelectuales.

Lo cual se extiende ahora a los casos archivados de Anderson y Otaiza. El primero que ha demostrado durante un decenio no solo la payasada de Isaías Rodríguez y su carnal Giovanni sino la incapacidad de nuestra policía para dar en ese tiempo con algún indicio de los supuestos instigadores del asunto, o acaso su capacidad de desdibujarlos, quién sabe. Y en el caso de Otaiza, que se ha agarrado toda la banda, menos uno dice Maduro, el contacto con los clientes mayores, es curioso que no se haya encontrado ni un hilo que conduzca hacia ellos y que Otaiza no lo hayan ido a matar sino que él fue hasta el apartado sitio donde terminó horrendamente asesinado.

Razón tiene la MUD en pedir que se trate esto con seriedad policial y sindéresis política. Es que hasta la Marea Socialista se ha quejado públicamente de la política comunicacional del gobierno, que anda acusando a sus militantes sin mediar prueba alguna. El que aplaude es el presidente de Unasur, de espeluznante pasado.

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