lunes, 20 de junio de 2011

Colombianos en Venezuela temen por sus vidas

ESTER REBOLLO/EFE
Ureña, Venezuela -- Unos 200,000 colombianos atemorizados por la violencia viven refugiados en Venezuela, donde salen adelante mientras ven cómo el conflicto armado se acerca de nuevo a sus vidas por la presencia cada vez mayor de paramilitares a su alrededor.
La mayoría se afincaron en Venezuela tras cruzar el puente Simón Bolívar, uno de los pasos fronterizos más dinámicos de Sudamérica y que une a la colombiana Cúcuta con San Antonio del Táchira.
A pocos kilómetros de San Antonio está Ureña. Allí se concentra una importante comunidad de colombianos, todos humildes, que han encontrado refugio en Venezuela.
La causa de este desplazamiento masivo es “la violencia generalizada en diferentes manifestaciones que se dio en muchas comunidades en Colombia” a través de amenazas, reclutamiento de jóvenes y asesinatos.
Así lo explicó el jefe del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (Acnur) en el estado de Táchira, Enrique Vallés, quien afirmó que la mayoría “ha sufrido en Colombia hasta dos o tres desplazamientos previos antes de decidirse a cruzar la frontera”.
Según Vallés, unos 15,000 colombianos tienen estatus de refugiado, pero “hay alrededor de 180,000 personas invisibilizadas", que buscan regularizar su situación.
María Liduvina Blanco es una de estas colombianas “invisibles”. Llegó a Ureña hace tres años desde Valledupar, capital del Cesar, después de que grupos armados asesinaran a su esposo en presencia de su hija.
“Él nunca me dijo que lo habían amenazado. Como tres o cuatro días (antes) veía a unos manes (hombres) raros. El 27 de noviembre de 1998 pasaron a las 7.40 de la noche y lo cogieron a tiros delante de nosotros. La niña tenía siete años”, relató.
Ahora se gana la vida cosiendo jeans, una pujante industria en la zona, y no quiere acordarse de Colombia ni de sus victimarios.
Federico Ramos, quien llegó a Ureña hace ocho años y ya tiene el estatus de refugiado, sí habla con claridad sobre los que le obligaron a dejar su aldea cercana a Aracataca, en Magdalena.
“Un 30 de noviembre de 2002 llegó un guerrillero con un fusil buscándome para que le vendiera un cerdo”, reveló Ramos. Regresaron, pero él ya no dormía en su casa sino en “un chamizo en el monte”.
Ese día solicitó ayuda a la Cruz Roja y viajó con su familia a Cúcuta; el 4 de enero del 2003 estaba en Venezuela.
Federico tiene hoy una tienda de comestibles y no habla de lo que ocurre alrededor de su negocio, pese a las pintadas en los muros del barrio con leyendas como “muerte a los sapos” y los rumores sobre extorsiones a comerciantes.
El campesino Víctor Manuel Silva lleva cinco años en Ureña con sus seis hijos y su esposa. Esta familia abandonó Valledupar cuando las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), lideradas en esa zona por alias “Daniel”, le arrebataron su tierra.
“Llegaron las Autodefensas y como estábamos en medio de los ricos, empezaron que si los vendíamos, nos pedían cuotas, vacunas”, explicó, al agregar que la decisión de abandonar su finca fue cuando “Daniel” asesinó a un compañero en presencia de su propio hijo.
“Me desalojaron de la parcela y se quedaron con todo”, aseguró Víctor en su humilde vivienda de zinc construida en una quebrada que pone en peligro a la familia cuando crece el río.
Si bien tiene palabras de gratitud para el gobierno de Venezuela y para Acnur, Silva reconoce que la seguridad en Ureña se está agravando por la llegada de paramilitares colombianos.
“Yo no salgo para nada, sólo a la bodega o hacer mercado”, explicó, convencido de que “son paramilitares de Colombia los que mandan aquí”.
Y es que el modus operandi de estas bandas es similar al de los paramilitares: deciden dónde pueden instalarse las familias y quiénes deben salir de un asentamiento.
De forma similar se expresó otra colombiana que pidió el anonimato por temor a represalias. Ella huyó de un barrio de Cúcuta, donde la guerrilla tomó el control y amenazó a su hijo de nueve años cuando fue testigo de un secuestro.
Ahora tiene un negocio próspero y le inquieta que los paramilitares impongan la ley.
Esta mujer es un ejemplo de la tragedia colombiana. Primero fue víctima de la guerrilla y ahora, en Venezuela, teme que los paramilitares le puedan robar la paz que tanto le costó encontrar.


Cort. El Nuevo Herald

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