viernes, 25 de octubre de 2013

Así son las cosas/Laureano Márquez viernes 25oct13

Por: Laureano Márquez/TalCual

La verdad es que la pena que le invade a uno por la desaparición de Oscar Yanes es egoísta, es por uno mismo -más que por él-, que se priva de la amable compañía, anécdotas e historias de este ilustre compañero de aventuras humorísticas, de esos momentos llenos de gracia e ingenio que con frecuencia, junto a Ligia, su esposa, compartimos los amigos.
Y es que, luego de una vida larga, buena y decente, cuando quien parte deja honda huella de honestidad e inteligencia, no hay nada que lamentar. Solo gratitud con la providencia por haberle brindado a la patria tan extraordinaria vida. Así pues, más que tristes por la partida del amigo, debemos estar satisfechos de la forma como vibró con el sentir nacional en las distintas facetas de su existencia. Oscar Yanes comenzó en el periodismo y –luego de intensa labor política y parlamentaria, en los parlamentos en los que se parlamentaba- la vida lo fue conduciendo hacia el humor, actividad en la que se instaló cómodamente en estos últimos años. Muchas veces compartimos escenario y disfrutamos de su ingenio y de esas anécdotas de nuestra historia salpimentadas a su manera tan ocurrente. En todas las actividades que emprendió consiguió un notable éxito y cada una la supo hacer a su manera. Hace muy poco los humoristas le hicimos un hermoso homenaje que pudo disfrutar en vida. Lo celebramos y nos celebró.

Una de las últimas anécdotas que le escuche fue cuando cayó preso en la conocida cárcel de El Obispo al final de la dictadura de Pérez Jiménez. Parece ser que por algún reportaje que había hecho, se corrió la fama de que Oscar era espiritista. Esto impresionó al director de la cárcel que le mandó a llamar para conversar con él. Visto el interés del funcionario, Yanes no desmintió su fama que de alguna forma despertó respeto y hasta admiración en su carcelero, quien en algún momento se mostró abrumado por las consecuencias que la ley de la acción y reacción traería sobre él por su mal comportamiento. Finalizada la dictadura, el funcionario fue detenido y se suicidó en la cárcel de la que le tocó ser reo luego, por esas vueltas misteriosas que da la vida o quizá por esa ley a la que tanto temía. Algunos días más tarde, encontrándose en el periódico, Oscar Yanes recibe una llamada desesperada, era la viuda del hombre, aterrada porque en las afueras de su casa una turba enardecida pretendía entrar a saquear. La señora le comentó a nuestro periodista que su difunto marido le había dicho que en caso de tener algún problema no dudara en llamar a Oscar Yanes, porque era un hombre bueno. Yanes telefonea a Wolfgang Larrazábal, presidente de la Junta Militar, para comunicarle la situación y pedirle que envíe el ejército a impedir el saqueo. Cosa a la que accede el presidente, no sin antes comentar con cierta ofuscación:
Por eso es que este país está así, no ves que aquí todo el mundo olvida…

Era otra Venezuela, en la cual aprendimos a poner límites a los odios y enemistades y a propiciar el respeto a pesar de las diferencias. Una Venezuela a la que Oscar Yanes ayudó a edificar con su vida.

Vuele libre, ilustre amigo, a la casa de las verdades eternas, al encuentro del infinito y una vez allí, cúbrase de gloria.

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