lunes, 9 de junio de 2014

La bárbara agresión/Editorial TalCual lunes 09jun14

Por: Fernando Rodríguez/TalCual
Es bueno, para nosotros y para el país, recordar una acción judicial contra este diario que seguramente dejará huellas grandes en el expediente nacional sobre violaciones al derecho a la libre expresión. Y no es una hipérbole.


Si no ha sonado más es por la magnitud de lo sucedido en Venezuela en estos meses recientes en los cuales, como pocas veces en su historia, el pueblo hizo suyas las calles para protestar contra la flagrante destrucción del país. Y en que los demoledores de la nación respondieron con la más feroz represión, desde los guardias nacionales y las fuerzas policiales que matan y torturan hasta los jueces venales que tuercen la ley para vigilar y castigar Recordemos sucintamente el caso en cuestión. Carlos Genatios, científico reputado, publicó en nuestras páginas un artículo en el que citó, de pasada, una frase que atribuía a Diosdado Cabello, la cual decía que al que no le gustase la delincuencia que se fuera del país. Esa frase salió en diversos medios y creó una amplia matriz de repudio.

Cabello posteriormente la desmintió. Lo cierto es que Genatios dio por buena la frase como muchísimos venezolanos.

Y lo que en el peor de los casos hubiese ameritado a lo sumo tres líneas de aclaratoria dio lugar a la demanda más desmedida que en estos asuntos se conoce.

Procede por la vía penal y puede acarrear de dos a cuatro años de cárcel y sanciones económicas. Pero no solo se acusa al articulista sino su acción se extiende a los miembros de la junta directiva del diario, lo que constituye una acción sin precedentes en la larga y siniestra historia de los atropellos a la libertad de expresión en el país, como ha señalado hasta el propio Eleazar Díaz Rangel, autoridad en la materia y chavista incuestionable. A todos ellos, además, se les ha dictado medidas cautelares que les impiden salir del país y los obligan a presentación semanal ante el tribunal de la causa. Como se verá, la saña y la impropiedad legal de la acusación no guardan ninguna proporcionalidad con la parca cita que verosímilmente le atribuye el opinador.

La justicia, por supuesto, ha actuado como era de esperarse con acatamiento y premura a la solicitud de tan encumbrado personaje. Ha rechazado con inusitada rapidez dos apelaciones de los implicados, una de ellas por falta de razonamientos para justificar las medidas cautelares tal como ordena la ley. En este caso sometido a una corte de apelaciones una jueza que forma parte de ésta, salvó y razonó su voto que termina recordando a sus colegas que escasos meses antes habían rechazado un expediente… simplemente porque no razonaba las medidas cautelares solicitadas. Habría que agregar que se ha informado a la juez del caso, con certificados de ilustres galenos, que el estado de salud de Teodoro Petkoff hace particularmente cruel e inadecuada esa presentación semanal. Inútilmente hasta ahora.

Por último agreguemos que Petkoff introdujo ante la Fiscalía una acusación contra Cabello por una indebida manipulación del Poder que da lugar a su demanda, emitido casi un mes antes de la publicación del mentado artículo (sic) y de “valimiento de funcionario” al utilizar los mecanismos de la Asamblea Nacional para tramitar una acción que él mismo ha calificado de estrictamente personal. Como era de suponerse no se tiene la menor noticia de que esta haya sido considerada.

Pero lo que hace más grotesco el caso es que el muy susceptible acusador pasa por ser uno de los grandes insultadores, acaso el campeón en la actualidad, de un régimen que ha hecho del denuesto y la mentira su emblema. Y consecuentemente de los más insultados, ya que los ucranianos también juegan. Para sólo referirnos a los días más recientes, baste recordar una de sus acusaciones floridas: decirle a sus conmilitones de Monagas que la oposición después de asesinar a Nicolás Maduro iría por los hijos de los presentes con los más perversos propósitos. Y del otro lado una articulista en El País de España se expande describiendo su condición de corrupto a gran escala; o un defensor de la jueza Afiuni, a la que el capitán acusa sin pruebas de recibir considerables pagos por su actuación judicial, lo reta a desprenderse de su inmunidad parlamentaria para demostrarle cómo “pasó de teniente a millonario”.

Ese peso pesado de la guerra sin cuartel trata, pues, de causarnos un consistente daño, por lo que en sus andanzas de todos los días se parece más bien al pétalo de una flor.

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