jueves, 28 de noviembre de 2013

Después del 8D

El gobierno ha provocado una situación de tensión. Como muchas otras fechas, el 8D se ha anunciado como fin de mundo, en esta Venezuela de sobresalto. Hacer pronósticos sobre lo que ocurrirá se ha convertido en el territorio de la especulación

VLADIMIRO MUJICA/TalCualDigital
Aclaro desde el comienzo que mi deseo sería que esas elecciones se convirtieran en un ejercicio de valoración popular del gobierno de Maduro. Sin duda que no tienen el carácter legal de un plebiscito pero podrían tener el carácter político de tal.

Si este fuese el resultado, y el mismo pasa por una victoria importante de la oposición, se induciría un proceso de cambios en el país que podría incluso concluir con la salida constitucional del Gobierno.

Es indudable que el Gobierno está plenamente consciente de ese riesgo y por eso se ha empleado a fondo en provocar una situación de tensión que cree entre sus huestes, y en algunos sectores de la clase media, la sensación de que los problemas económicos que estaban comenzando a afectar la imagen del régimen se deben a la "guerra económica", presuntamente desatada contra el proceso revolucionario.

Importante es destacar también que esta embestida del Gobierno para asegurarse la victoria el 8 de diciembre, es no solamente para impedir el eventual cobro político de los sectores opositores sino, en gran medida, para conjurar las diversas rebeliones que han aflorado al interior del chavismo.

Es decir que el Gobierno de Maduro se está defendiendo simultáneamente del avance opositor y del descalabro al interior del oficialismo que ocurriría si este sector pierde las elecciones.

LA EXISTENCIA DE DOS MINORÍAS
Pero puede ocurrir, y ese es un escenario para nada descartable, que el resultado de las elecciones sea solamente continuar evidenciando la existencia de dos minorías, gobierno y oposición, de tamaño comparable, y de un sector del país que sin ser militantemente abstencionista no se exprese, por un sinnúmero de razones, en la contienda electoral.

Eso sería una suerte de mantenimiento del actual status quo cuyas complejas implicaciones es necesario evaluar. En primer lugar habría que concluir que a pesar de todo el ventajismo y la corrupción de estos años, el chavismo no ha logrado ganar el corazón de los venezolanos y que la revolución ha perdido la batalla por la hegemonía cultural.

Lo han intentado de todos los modos posibles, han arruinado al país en el camino y no se han logrado imponer. Sin embargo, esa línea de análisis no lleva a concluir que existe un camino despejado para el avance opositor.

Las dificultades impuestas por el cerco comunicacional han agravado aún más el ya difícil esfuerzo de avanzar hacia convertirse en una alternativa viable de poder.

En ese marco de dificultades juega también un papel fundamental la inhabilidad para conjugar la conflictividad social con el esfuerzo electoral, un terreno en que las carencias opositoras han sido importantes.

Por otro lado está la viabilidad real del país. La emasculación del esfuerzo nacional es alarmante y la postración de la economía, con una de las más altas inflaciones del mundo, conspira contra cualquier esfuerzo razonable de sacar a Venezuela del hueco en que se ha metido.

Unido a eso está el hecho de que la polarización conspira contra cualquier esfuerzo, por tímido que este sea, para reconciliar al país. La reconciliación nacional aparece cada vez en mayor medida como algo inalcanzable y como algo indispensable para el país. Los esfuerzos en esa dirección existen pero continúan siendo de modesto alcance.

Paradójicamente, un resultado parejo en las elecciones de diciembre, que resultaría muy frustrante para quienes se están imaginando que un evento radical va a ocurrir ese día, puede terminar por impulsar a sectores que han venido enarbolando con fuerza el mensaje de la reconciliación.

Esta secuencia de eventos, por supuesto, no será mecánica, entre otras muchas razones porque los últimos que están interesados en avanzar en la ruta de la reunificación del país son los sectores extremistas del chavismo que la conciben como la derrota última de la revolución.

Pasearse por estas posibilidades no es un acto de pesimismo sino de brutal realismo frente a una posibilidad que no debería tomarnos por sorpresa ni sumirnos en la desesperanza.

Ni el país ni la política se terminan el 8 de diciembre, ni ningún otro día si al caso vamos. Es indudable que se trata de un evento que tiene el potencial para catalizar cambios muy profundos.

Que eso ocurra depende primariamente de la participación ciudadana y la defensa del voto, algo en lo que todo el mundo ha insistido, pero a estas alturas ya deberíamos haber aprendido que es necesario pasearse por distintos escenarios y tener la madurez necesaria como pueblo para seguir adelante en este complejo y difícil camino de salir de este descomunal enredo sin matarnos unos con otros.

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