lunes, 16 de junio de 2014

Las abuelas prostitutas

Hace algunos años, los surcoreanos pensaron que sus hijos cuidarían de ellos cuando se retiraran del trabajo. Pero ahora las mujeres de 50, 60 o inclusive 70 años se están dedicando a la prostitución en Corea del Sur

Kim Eun-ja está sentada cerca de la estación Jongno del metro de la capital, Seúl, observando la escena que ocurre frente a ella. Tiene 71 años y su abrigo rojo contrasta con su piel blanca como un papel. Mientras camina se puede escuchar el tintineo de las botellas que carga en una maleta.

Kim Eun-ja es una de las mujeres surcoreanas llamadas las "Chicas Bacchu": mujeres adultas que viven de vender pequeñas botellas de una popular bebida energética conocida como Bacchu.

Pero la mayoría no sólo están vendiendo botellitas que suenan en una maleta. En una edad en que las abuelas surcoreanas deberían ser veneradas como matriarcas, algunas de ellas están vendiendo sexo.

"¿Ve a esas 'Chicas Bacchu' paradas allí?", me dice la mujer del abrigo rojo. "Esas mujeres venden más que Bacchu. Algunas veces ellas se van con algunos ancianos y se ganan algo de dinero. Pero yo no vivo de esa manera".

Y añade "los hombres me proponen cosas cuando camino por la calle con mi bolso. Pero siempre respondo que no". Kim Eun-ja me dice que gana 5.000 wons (unos US$5) al día vendiendo botellitas. "Beba rápido", me advierte "La policía siempre está detrás de mí. No hace diferencias".

PARQUE CENTRAL

El centro de este mercado sexual es el parque Jongmyo, ubicado en el corazón de Seúl. Es un lugar de encuentro de jubilados, donde algunos juegan ajedrez, otros comentan sobre los vecinos.

El parque está ubicado, además, alrededor del templo dedicado a Confucio, quien predicaba la veneración a las personas mayores y que ha sido la orientación en la cultura surcoreana sobre el tema. Pero también allí está la realidad de la sociedad coreana del siglo XXI: las torpes y secretas relaciones entre hombres y mujeres adultas.

Mujeres en sus 50, 60, inclusive en sus 70, se ubican en los límites del parque, ofreciendo las botellitas a los hombres. Comprar una sola puede significar el primer paso de un viaje solitario que terminará en un hotel barato al cruzar la esquina.

Pero las mujeres callan. Los hombres son los únicos que parecen querer conversar sobre el tema. Reunidos alrededor de un juego de ajedrez, un grupo de abuelos observa el lento avance de la partida. Y la mitad de los que están allí, dicen, han utilizado los servicios de las Chicas Bacchu.

"Somos hombres y sentimos curiosidad de estar con una mujer", dice un hombre que se apellida Kim. Tiene 60 años. "Tomamos un trago, después deslizamos un poco de dinero en sus manos y las cosas pasan", continúa Kim, "a los hombres nos gusta tener mujeres a nuestro lado, sean viejas o no, sexualmente activas o no. Es simple psicología masculina".

Otro hombre, que confiesa estar en sus 81, muestra animado una botellita de Bacchu. "Esto es para tomar con mis amigos", explica. "También podemos encontrar alguna compañía de aquellas mujeres que están paradas allí. Ellas nos piden que las dejemos jugar, pero también nos dicen 'pero, yo no tengo nada de dinero’. El sexo con ellas cuestan US$18, pero en algunas ocasiones te pueden hacer algunas rebajas si te conocen".

VÍCTIMAS DE SU ÉXITO
Estas frases reflejan una realidad del país asiático: los abuelos surocoreanos son víctimas de su propio éxito económico. Mientras ellos trabajaban en crear el milagro coreano, invirtieron sus ahorros en la siguiente generación. En una sociedad alentada por el espíritu de Confucio, los hijos exitosos son la mejor forma de pensionarse.

Pero los tiempos cambiaron. Y lo hicieron rápidamente. Ahora, la mayoría de los jóvenes afirman que no pueden sostener sus vidas y a sus padres en medio de una sociedad tan competitiva.

Por su parte, el gobierno, que no tuvo en cuenta el cambio, intenta crear un sistema de bienestar adecuado a las necesidades actuales.
Mientras tanto, los hombres y mujeres que deambulan por el parque Jogmyo no tienen ahorros, una pensión acorde a sus necesidades, ni familiares que se hagan cargo de ellos.

Se han convertido en extranjeros, invisibles, en su propio país. "Aquellos que esperan ayuda de sus hijos, son un poco estúpidos", explica Kim, "nuestra generación era más sumisa respecto a sus padres. Las generaciones actuales son más educadas y experimentadas, por lo que no nos escuchan".

Y, añade, "tengo 60 años y no tengo dinero. No puedo confiar que mis hijos me ayuden. Ellos tienen que prepararse para enfrentar su propia vejez. Y todos aquí tenemos la misma situación".

PROSTITUTAS PRIMERIZAS

La mayoría de las "Chicas Bacchu" empezaron a vender sus cuerpos cuando ya eran más adultas, como resultado de una nueva clase de pobreza de la tercera edad. Así lo define la doctora Lee Ho-Sun, quien es tal vez la única persona que ha estudiado el tema en detalle.

Una de las personas que entrevistó para su investigación fue una mujer que comenzó a prostituirse a los 68 años. Son cerca de 400 las mujeres que trabajan en el parque, a las que desde pequeñas les enseñaron que el respeto y el honor son lo más importante del mundo.

"Una "Chica Bacchu" me dijo 'tengo hambre, no necesito el respeto ni el honor. Sólo quiero comer tres veces al día", señala Lee. Privadamente dice que el problema nunca se solucionará con represiones, mientras los ciudadanos de la tercera edad necesiten un lugar para desahogar sus necesidades sexuales. Para que eso deje de ocurrir, debe darse un cambio en la política del país.

SALUBRIDAD

En los maletines que cargan estas mujeres, además de las botellitas, también llevan una inyección que supuestamente ayuda a mejorar el desempeño de los hombres –la mayoría con más de 60 años- en la cama.

El tema es que las agujas para aplicar las inyecciones son utilizadas 10 o 20 veces. Un foco de infecciones. En una encuesta local encontró que al menos el 40% de los hombres tienen alguna enfermedad de transmisión sexual, con el agravante que las enfermedades más comunes no estaban dentro de la encuesta. Por esa razón, algunos gobiernos locales han empezado a ofrecer educación sexual a los adultos mayores.

El lugar donde termina este viaje solitario está ubicado al lado de una autopista. Allí, por un corredor, se llega a un cuarto gris, que se abre cuando llega la pareja.
Adentro, una cama enorme ocupa la mayoría del espacio. Un colchón delgado y una almohada pequeña invitan a que la estadía sea breve.

En la cabecera de la cama hay un cartelito que dice: "Para servicio al cuarto, presione cero. Para pornografía, presione tres. Para una manta eléctrica, solo conecte el cable".

Aquí hay comida, sexo y un poco de calidez con sólo tocar un botón. Si sólo fuera así de simple afuera de este cuarto de motel, en la sociedad rica y tecnológica de Corea del Sur.

Pero para los abuelos que construyeron esta economía, la comida es cara, el sexo barato y el calor humano raramente se puede conseguir, sin importar el precio.
NDO/TalCualDigital

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