domingo, 24 de marzo de 2013

Ser y parecer/Américo Martín domingo 24mar13

Nicolás Maduro soporta otra desgracia. Repite a Chávez, sin serlo. Va a una campaña subsumido en la imagen del fallecido. Mientras más se acurruca a su sombra los electores lo conocen menos. Tendrá en algún momento que gobernar por sí mismo, si es que tiene la buena suerte de no ser avasallado por la carga trepidante de Capriles. El drama es que el modelo bolivariano no sirve. Ninguna de las opciones productivas dio resultado. Todas se hundieron

AMÉRICO MARTÍN/TalCualDigital
1 La convivencia, civilizada o no, obliga a cada uno a desempeñar un papel en el reparto social. Sonreírle al vecino sin ganas de hacerlo, dar referencias nobles y enaltecidas de uno mismo, son algo más que inofensivas jactancias. Que millones de personas se congreguen en una urbe y se sometan a reglas dictadas por autoridades centrales, obliga a embridar la sinceridad, la franqueza o todo aquello que pudiera arrojar contra uno a masas enfurecidas.

Como muchas veces no se puede ser totalmente franco sin correr el peligro de ser empalado, hay que civilizarse para que la sociedad no sucumba en la incomprensión y la guerra. Valga todo este introito para tratar de entender el sino trágico de Raúl Castro y Nicolás Maduro. Vayamos de más edad a menos, de Raúl a Nicolás.

2 Raúl ha sido el ministro de la defensa más longevo del universo. Ahora concentra un poder absoluto al frente del Consejo de Estado y de Ministros, del Secretariado y el Buró Político del CC del PCC. Decide sobre vidas y haciendas.

¿Cuál es la impresión que emana de tantos poderes concentrados y tantas vidas pendientes de sus decisiones? Obviamente, la de que estamos ante un animal político, un personaje agobiado por el dogma y condenado a imponérselo a los demás. Un leninista que no podría vivir fuera del partido y la revolución. Uno de los que repetiría mil veces la ingeniosa frase con la que Lenin cerró su célebre obra El Estado y la Revolución.

Como la insurgencia lo condujo bruscamente al cargo supremo, no tuvo tiempo de concluirla. Dejó entonces sentado que prefería hacer la revolución antes que escribir sobre ella. Semejante apotegma fue uno de los más utilizados para justificar la molicie, la holgazanería. Leer más de la cuenta sería malo porque le roba tiempo a la práctica revolucionaria. Y mire, no lo digo yo, lo dice Lenin.

Debajo de esa uniforme cobertura hay un Raúl distinto. Hubiera querido dedicarse a la juerga, los tragos y el juego de gallos, pero la vida le impuso la brutal tarea de dirigir con puño de hierro el ejército más poderoso del hemisferio, a excepción, claro, del de EEUU. Y ahora no es solo eso. Cayó sobre sus hombros la conducción del complejísimo y burocratizado Estado cubano y la desmadrada responsabilidad de encontrarle una salida a una crisis que considera terminal.

Otro phatos lo arrastra: para impedir la caída del gobierno y que todo se lo lleve el diablo, ha sido víctima de una lúcida convicción: para que algo más racional siente sus reales en Cuba debe caer el viejo modelo fidelista. ¿Por dónde empezar? Está tratando de abrir la economía al capital privado y reducir drásticamente las adiposidades del Estado. No pudo evitar un electro-shock. Más de un millón de despedidos en el marco de la reducción de los complementos de la sobrevivencia: mercados obreros, tarjeta de abastecimiento, salud y educación gratuitas.

Ha dado pasos importantes como la reforma migratoria y hace un hercúleo esfuerzo para pagarle a Rusia su deuda de USD 25 mil millones y a Japón de USD mil quinientos. Raúl quisiera abrirse a Occidente y lanzar a Cuba por la todavía quimérica vía del desarrollo diversificado, pero como las inversiones que necesita piden reglas claras ­aun inexistentesy su plazo de maduración consume tiempo, está obligado a sobrevivir en el día a día pegado al gobierno de Venezuela. ¡Cuánto quisiera romper esa dependencia! Que sin embargo ataja el naufragio inmediato. Víctima de la fatalidad, tiene que seguir jugando un papel que no desea

3 Nicolás Maduro soporta otra desgracia. Repite a Chávez, sin serlo. Va a una campaña subsumido en la imagen del fallecido. Mientras más se acurruca a su sombra los electores lo conocen menos. Tendrá en algún momento que gobernar por sí mismo, si es que tiene la buena suerte de no ser avasallado por la carga trepidante de Capriles.

El drama es que el modelo bolivariano no sirve. Ninguna de las opciones productivas dio resultado. Todas se hundieron. Desaparecieron los ejes, las sobredimensionadas cooperativas, las empresas de producción social, los fundos zamoranos, la pomposa "nacionalización" de las empresas básicas, la fantasía de los tres zares de la economía.

Maduro ha pretendido cargarle al muerto la responsabilidad de sus graves desatinos. Van dos devaluaciones. De la primera, dijo que actuaba como un encomendero de Chávez; de la segunda, aún no ha dicho algo discernible. Tampoco estará muy al tanto de qué se trata.

El problema es que la muerte del caudillo ya es oficial. Y por más que sea, aunque resulte duro recordarlo, los muertos no hablan ¿Quién podrá ayudar a Maduro? Por rutina ha seguido con la lata de que recibe órdenes de ultratumba. Algún pirata le sugeriría que corriera al burladero de la religión a deshacerse de su ateísmo revolucionario, su marxismo polvoriento, su maoísmo irredento.

Dios existe, clama Maduro. Muy bien, hermano, pero por qué habría de ayudarte a ti más que a tus rivales? Ah, ahí está el secreto. El comandante asesora a la Providencia. No se diga en voz alta, pero así como inclinó la voluntad divina hacia un Papa latinoamericano, la usará para conseguirle votos a Maduro.

¿Se entiende ahora por qué prefirió la cruz a la piedra, el cristianismo al marxismo y la fe a la inteligencia? Sería prudente, por si acaso, tener por ahí cerca un par de camilleros y una camisa de fuerza.

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