miércoles, 15 de mayo de 2013

La soledad de Nicolás

Acostumbrado a obedecer, sin necesidad de pensar u ofrecer iniciativas propias durante los 14 años de gobierno de Hugo Chávez, Nicolás Maduro nunca imaginó que debía tomar decisiones importantes, de las cuales dependiera la suerte del país

ELIZABETH ARAUJO/TalCualDigital

Nicolás Maduro anda paranoico. Sobran razones para comprenderlo. Desde que se involucró en el irrefutable fraude electoral que lo ungió como Presidente expres, desconfía hasta de su propia sombra, incluso si en mitad de la noche, despierta y se le ocurre ir al baño.

Acostumbrado a obedecer, sin necesidad de pensar u ofrecer iniciativas propias durante los 14 años de gobierno de Hugo Chávez, Nicolás nunca imaginó que debía tomar decisiones importantes, de las cuales dependiera la suerte del país.

Pero ahí está, apesadumbrado, algo nervioso, mirándose al espejo y descubriendo que ciertamente nadie le acompaña. Sin ideas que imponer y sin amigos en los cuales confiar, porque el PSUV, por dentro, según nos cuenta un asiduo a las reuniones del directorio nacional del partido, es un nido de víboras, aún cuando a ellas no asista Diosdado Cabello.

Es el poder, esa sustancia inmaterial que obliga, por ejemplo, a la Casa Blanca a disponer de unos funcionarios para que analicen las palabras de Elías Jaua durante una visita a cualquier población mirandina de donde el canciller ahora no quiere salir.

Fíjense que Nicolás caza una pelea en público con Lorenzo Mendoza, apelando a esa jugada mediática que a su protector le dabra resultados, y el empresario le sale respondón. ¿Qué hacer, ponerlo preso en la reunión, como hizo el ministro del Interior con su amigo Antonio Rivero? ¿Mandarle el Ejército a que ocupe la planta procesadora de trigo y poner al almirante Molero a dirigir la producción? ¿Azuzar con motorizados y  paramilitares de La Piedrita a los trabajadores de Polar a la salida de la empresa para incubar el miedo y demostrarles quién es el que manda?

En verdad que cada día que pasa, Maduro se las ve difícil. Sin apoyo interno del proceso, con unos batequebraos al frente de los ministerios y el recurso gastado de las cadenas de radio y televisión que ya ni siguen los mismos beneficiarios de la Misión Vivienda.

Son situaciones preocupantes y en las cuales el gobernante maldice el rechinar del despertador a las 6 de la mañana, o la abultada agenda del día recitada por uno de los edecanes o las llamadas telefónicas del personal de confianza para contarle cosas que dijeron sobre él en la última reunión del partido. Pero ya no hay tiempo para echarse para atrás.

Chávez, su padre, decidió que fuera él y no Diosdado el continuador del proceso, y no hubo manera, dada la delicada situación de salud en la que se encontraba el Comandante para darle vuelta a ese asunto de la sucesión.

Por eso Nicolás habla y habla, inventa planes y lisonjea a los militares; inventa conspiraciones y ataca a Uribe, a Obama o a Capriles, pero la gente anda ocupada en conseguir papel higiénico o harina para las arepas, y a decir verdad, no es nada nuevo lo que Maduro está por anunciar.

Nicolás Maduro está solo, como un personaje de Beckett que sufre con su propia angustia. Sin un amigo a su lado. Sin una gesta que lo saque del anonimato. Sin una idea que se le ocurra para gobernar.

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