jueves, 19 de diciembre de 2013

El lago de Maracaibo, la capital mundial del relámpago

JIM WYSS/ENEZUELA
OLOGA, -- Eran apenas las 11 de la mañana cuando Alan Highton miró al despejado cielo azul sobre el lago de Maracaibo y declaró que esa noche sería perfecta para una tremenda tormenta.

No se equivocaba, pero es que no era difícil de adivinar: 240 noches del año, esta parte del planeta se ve iluminada por uno de los espectáculos más espléndidos de la naturaleza: relámpagos que atraviesan el cielo con una magnitud desconocida en el resto del planeta.


A veces se le llama el Faro del Catatumbo, ya que es tan brillante y persistente que se dice que los marineros podían navegar guiados por su luz.

Durante décadas, meteorólogos creyeron que el pueblo de Kifuka en la República Democrática del Congo era el rey de los relámpagos. Pero más recientemente, guiándose por datos recogidos por la Misión de Medición de Precipitaciones Tropicales llevada a cabo por satélites de la NASA, esta área en el occidente de Venezuela ha destronado a Kifuka registrando 250 relámpagos por kilómetro cuadrado, o 0.39 millas cuadradas al año.

En comparación, la Florida, la cual tiene la tasa más alta de Estados Unidos, alcanza sólo 59 relámpagos por kilómetro cuadrado al año, y el destronado Kifuka alcanza 158.

Sobre el faro se ha escrito durante siglos. El poeta español Lope de Vega en su poema de 1597 La Dragontea habla de unos cielos nocturnos tan iluminados que hicieron que el pirata inglés Sir Francis Drake se abstuviera de atacar a Maracaibo. Durante sus viajes por Sudamérica, de 1789 a 1804, el famoso naturalista alemán Alexander von Humboldt anotó sus teorías de que las iluminaciones podían estar relacionadas con un “volcán aéreo” o “suelos asfálticos” que emanaban “exhalaciones inflamables”.

En la actualidad, el fenómeno está recibiendo el homenaje merecido en la cultura popular: aparecerá en el Guinness World Records del año que viene.

Highton, de 50 años, nacido en Barbados, es el embajador de hecho del faro.

El empezó a admirar el fenómeno a principios de la década de los ochenta, cuando trabajaba en una granja en las colinas circundantes.

“Era increíble que tuviéramos relámpagos casi todas las mañanas del año”, dijo. “Pero nadie me dijo que que se trataba de algo especial”.

Años después, él se mudó a una casita en el poblado de Ologa para estar en primera fila, una vista que ha estado compartiendo con el creciente número de turistas que él trae al lugar.

A pesar de haber sido testigo del espectáculo durante décadas, el entusiasmo de Highton a menudo parece eclipsar el de sus invitados.

Durante una visita reciente, él entró a toda carrera en una barraca a la 1 a.m. y empezó a tocar una pandereta para despertar a los visitantes. “¡Ya empezó!”, dijo.

En la distancia, los cielos estaban iluminados con matices morados y de un naranja profundo, mientras los relámpagos saltaban de una nube a otra y danzaban sobre el lago.

Tres horas después, cuando la actividad creció de nuevo pero todo el mundo se había vuelto a acostar, Highton estaba tocando otra vez la pandereta.

Ologa parece una tarjeta postal, con sus casas sobre pilotes pintadas de colores vivos flanqueando una angosta franja de tierra entre una laguna y el Lago Maracaibo. Casi todos los 300 habitantes del pueblecito de pescadores parece tener una historia sobre cables eléctricos achicharrados y estéreos quemados de los que culpan al faro.

Angel Alberto Villasmil, de 72 años, dijo que una vez le cayó tan cerca un rayo que “se me durmió todo el cuerpo y mató a mi gallina negra”.

Highton dijo que el pararrayos de su casa —uno de los pocos que hay en el pueblo— ha recibido impactos directos al menos 30 veces en los últimos años.

Desde la época en que Humboldt hablaba de “volcanes aéreos”, investigadores han especulado sobre la naturaleza del faro. Algunos alegan que partículas de metano emanadas del lago y las ciénagas circundantes podrían estar provocando las tormentas. Pero la explicación más aceptada es también la más simple: el lago de Maracaibo está arrinconado en una bifurcación de la cadena montañosa de los Andes, abierto a las brisas marinas en su extremo norte. De noche, los vientos de las montañas y el océano chocan sobre el agua tibia.

“Toda esta convergencia sobre un medioambiente cálido y húmedo . . . hace de este el lugar perfecto para el desarrollo de tormentas eléctricas y alta incidencia de relámpagos”, según una ponencia investigativa presentada en la Conferencia Internacional sobre Electricidad Atmosférica en Brasil.

Para la mayoría de las personas, el nombre del lago de Maracaibo evoca imágenes de plataformas petroleras y de la dura ciudad que lleva su nombre, la segunda en tamaño de Venezuela, situada en la orilla norte del lago.

Pero el lago cubre 5,100 millas cuadradas —más de tres veces el tamaño de Rhode Island— y su porción sur está aislada y parcialmente protegida por el Parque Nacional Ciénagas de Juan Manuel. Aquí, el tucuxi o delfín de agua dulce sigue las embarcaciones de los pescadores de cangrejos, y las selvas inundadas que bordean los bancos están pobladas de animales salvajes.

Erik Quiroga, medioambientalista venezolano que jugó un papel clave en la inclusión del faro en el libro Guinness del año que viene, tiene la esperanza de usar las tormentas eléctricas para crear conciencia acerca de esta área de Venezuela. El quiere que el gobierno haga más para proteger las ciénagas y preparar el área para el gran flujo de investigadores y turistas que él espera acudirán al área.

“Esto es ya muy importante a nivel nacional, y podría tener un impacto muy fuerte en esa zona”, dijo Quiroga.

Cuando Highton no está contemplando los relámpagos, anda por la selva. El ya ha descubierto dos subespecies de la mariposa morpho. Estas mariposas, de gran tamaño y un azul casi iridiscente, son un símbolo icónico de los trópicos. Descubrir una nueva subespecie es como descubrir una nueva subespecie de gato.

“Descubrir algo tan grande y tan evidente”, dijo Highton, “es señal de que aquí no se ha hecho mucho [estudio]”.

El bautizó a una mariposa con el nombre de su abuelo, y la otra con el suyo propio: Morpho rhetenor hightoni.

“Me siento inmortalizado”, dijo. “Puedo morirme ahora mismo. Ya he vivido mi vida. Ya he hecho mi aporte”.

Highton se considera a sí mismo un científico, pero el faro lo ha hecho supersticioso. Durante momentos difíciles, o cuando familiares suyos han muerto, las luces nocturnas parecen rendir homenaje a su dolor. Los visitantes de profundas convicciones religiosas también parecen provocar que el cielo se ilumine, dijo.

“Las personas que no son tan buenas ven menos relámpagos. Cuando viene gente agradable, se desatan grandes tormentas”, dijo. “Como los indígenas que vivían aquí hace 500 años, yo creo seriamente que existe una conexión extraña de algún tipo entre las personas y este fenómeno”.


El Nuevo Herald

No hay comentarios:

Publicar un comentario