lunes, 30 de junio de 2014

"Aquí hay seguridad”

Venezolanos residenciados en Miami cuentan que allí viven sin riesgos. Leonor Sierralta decidió emigrar hace 14 años, luego de ser asaltada a tiros en una calle de Barquisimeto. Caminar con el celular en la mano, salir de noche y dejar las puertas abiertas son cosas que sí pueden hacer en Florida

KEILYN ITRIAGO MARRUFO/TalCualDigital
"Íbamos caminando en la calle y tres malandros nos interceptaron de frente y nos dijeron: ¡Quieto o los quiebro!, y en seguida comenzaron a disparar. De los cuatro tiros que hicieron, dos me pegaron a mí". Esta es la breve narración de Leonor Sierra, una venezolana que resolvió a raíz de este episodio de violencia ocurrido en Barquisimeto, estado Lara, mudarse para la ciudad de Miami.

Han pasado 14 años de aquella decisión y a la fecha confiesa que lo que más agradece de vivir en Estados Unidos es la seguridad que le brinda ese país. "Llegar a mi casa tranquilamente. Abrir la puerta, tenerla abierta sin preocupación y que mi hija puede estar en la calle son grandes gratificaciones. Aquí definitivamente hay respeto por el ser humano, y control", señala Sierra, quien enumera además como bendiciones haber estudiado, tener su casa, su carro y dinero suficiente para comprarse lo que quiere.

"Si eso pasó en ese entonces, imagínate ahorita cómo esta la delincuencia, porque eso no ha mejorado ni 1%. Lo que ha hecho es empeorar", sostiene Sierra.

Cuenta que su familia nuclear, mamá, papá y hermanos, están con ella en Miami, "pero el resto sufre los cambios que están pasando en Venezuela. Me cuentan que no hay los recursos necesarios para el día a día, para cubrir las necesidades básicas como papel y crema dental. Me dicen que vamos camino a una dictadura", expresa con pesar.

VIVIR SIN MIEDO
Yolimar Durán no vivió ningún asalto en Venezuela, pero los índices de inseguridad que se iban acumulando en el país fue una de las razones que le llevó emprender su vida en Miami hace más de una década. "Estamos peor que en Cuba, porque allá hay mucha pobreza pero tú puedes dormir con las puertas abiertas y sabes que no te van a asaltar, robar o matar. En Venezuela la gente vive con el miedo de que te maten por cualquier cosa.

Antes robaban y ya, ahora te matan", manifiesta sobre la pérdida de valor de la vida. Durán dice que tiene a su papá en San Cristóbal, la zona que tuvo mayores conflictos desde que comenzaran las protestas de calle el pasado 12 de febrero, y que esto le ha generado una angustia tremenda.

"Me dice que la situación está muy difícil, es muy duro. Y lo peor es que uno no puede hacer nada, porque ¿cómo los ayudo?", se pregunta. La última vez que Durán estuvo en Venezuela fue en 2008, cuando viajó porque tenía nueve años sin ver a su progenitor. "Y esa vez no me quedaron ganas de volver. Dios quiera le dé salud y vida a mi papá para que pueda venir para acá y estar con nosotros, porque a mí me da miedo", señala, al tiempo que explica no querer poner en riesgo ni a su esposo ni a sus dos hijas pequeñas, acostumbradas a percibir un estado de bienestar y seguridad en su vida.

Las noticias sobre homicidios, secuestros y robos perpetrados en Venezuela, y hasta testimonios de familiares, efectivamente ha llevado a los venezolanos residenciados en Miami a no querer volver a visitar el país en mucho tiempo. Todos coinciden en que el calor natal no se consigue en ninguna otra parte; pero no confían en las políticas de seguridad implementadas por las autoridades nacionales ni el sistema de justicia. Consideran que hay absoluta impunidad. En el caso de Sierra, en los primeros cinco años desde su llegada a Miami no pudo viajar, pero luego de eso en 8 años seguidos sí pudo hacerlo. "Ya creo que este año no voy y así será por un buen rato. Prefiero que mi familia venga a visitarme a mí".

Marianela Arreaza sabe que en Miami puede llevar una vida de adolescente muy distinta a la que hubiera tenido en Venezuela. Sus amigos de la misma edad, con quienes habla con frecuencia desde hace cuatro años, cuando se vino con su familia completa luego de ganar la lotería de visa, le cuentan sobre la imposibilidad de poder ir a "rumbear" sin peligro. "Aquí yo puedo salir a un club y no me van a robar. Puedo pasar la calle hablando o escribiendo en el celular y sé que no me lo van a robar. En definitiva no tengo que vivir con una paranoia de que alguien me va a acosar, robar o matar", asevera.

INFLUENCIA CRIOLLA
Los venezolanos en Miami son una comunidad cada vez más numerosa. Las oleadas más importantes de inmigrantes se han registrado, según advierte The Miami He- rald, desde hace ocho y seis años, tras la segunda reelección de Hugo Chávez.

Es tanta la influencia, que el propio alcalde de la ciudad, el cubano-estadounidense Tomás Regalado, opina públicamente sobre la situación política nacional y se compromete: "la ciudad oficialmente está defendiendo a los estudiantes venezolanos, defendiendo el derecho de los líderes demócratas venezolanos a la libre expresión".

Regalado incluso promovió una resolución mediante la cual declararon personas no gratas a los miembros de la nueva directiva de Globovisión, acusándola por los "atropellos que ha cometido contra el periodismo libre en esa empresa". El alcalde reconoce indirectamente la influencia que tiene la comunidad venezolana en la política. No en vano ­según datos del grupo inmobiliario estadounidense ISG World­, desde hace cuatro años los inmigrantes nacionales dominan el mercado de compras de viviendas en el sur de la Florida, por encima de los brasileños y los colombianos.

NECESIDAD BÁSICA
Según la pirámide elaborada por el psicólogo norteamericano Abraham Maslow, la seguridad en el ser humano ocupa el segundo nivel dentro de las necesidades de déficit, y de acuerdo con la teoría de las necesidades humanas de Bronislaw Malinowski, la seguridad es una de las siete necesidades básicas a satisfacer por el ser humano.

VENEZUELA ROJA
De acuerdo al Observatorio Venezolano de Violencia, la tasa de homicidios de Venezuela en 2013 fue de 79 por cada 100 mil habitantes, y en 2012 era de 73 por cada 100 mil habitantes. En Estados Unidos, el mismo indicador es de 4.7 por cada 100 mil habitantes.

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