El momento más esperado llegaba entre devoción de cientos de miles de fieles, Benedicto XVI elevaba a los altares al ya, beato, Juan Pablo II, el décimo Papa de la historia de la iglesia católica que alcanza este escalón previo a la santidad. Un tapiz con su imagen hacía oficial una beatificación que se ha seguido entre lágrimas. Han sido casi un millón de personas las que han abarrotado la Plaza de San Pedro y no han dejado de aplaudir durante más de ocho minutos. Una ceremonia que ha contado con la presencia de seis casas reales, con los príncipes de Asturias como representación española, y 16 jefes de Estado, entre los que se encontraba el invitado incómodo, el dictador de Zimbabue Robert Mugabe, que ha podido entrar en Roma a pesar de tener una orden que le prohíbe poner un pie en Europa desde hace seis años. Diplomacia aparte, el éxtasis colectivo llegaba con la visión del féretro del pontífice, expuesto para la ocasión en el interior de la basílica. Y la entrada en escena de Sor Marie Pierre. La monja francesa que recibió el supuesto milagro del difunto Karol Wojtyla con el que le pudo ganar la batalla al párkinson. Su aparición ha coincidido con la entrega de un relicario de plata que conserva una muestra de sangre de Juan Pablo II y que ha acabado besando su sucesor, vestido con una de sus casullas. Benedicto XVI no ha ocultado la alegría por la beatificación del papa polaco, el hombre que le trajo a Roma y que, según sus palabras, le hizo frente al muro marxista y le devolvió la fe al cristianismo. Unos valores que según Ratzinger justifican su entrada en los altares, ya que "su olor de santidad ondeaba en el aire".
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