jueves, 22 de noviembre de 2012

El tren de la humillación/Simón Boccanegra 22nov12

Ir a Valles del Tuy significa colas eternas, cero control alguno para ingresar al vagón con usuarios que intentan entrar atropelladamente con los consecuentes golpes, porrazos, empujones, heridos y peleas que a diario se producen, pues hace ya mucho tiempo que el ferrocarril no se da abasto para atender cómodamente a tanta gente y nadie hace nada

SIMÓN BOCCANEGRA/TalCualDigital
Una de las obras emblemáticas de la desidia de este Gobierno es el importantísimo tren que va de Caracas a los Valles del Tuy y administra el Instituto de Ferrocarriles del Estado (IFE). De aquel tren que comenzó en 2006 y fue concebido para trabajar con 24 vagones solo se han comprado 8 y hoy funcionan 6 tras el accidente de 2011.

Aunque en los primeros tres años prestaba un servicio amable, hoy sigue funcionando con el mínimo de unidades y se le puede calificar sin titubeos como el tren de la humillación a la que se somete a diario a sus miles de usuarios.

Montarse en las horas pico es un suplicio, en las mañanas a partir de las 4.40 am y en la tarde desde las 4 pm, cuando las personas se ven obligadas a disputarse con violencia un asiento.

Las colas son eternas y sin control alguno para ingresar al vagón con usuarios que intentan entrar atropelladamente con los consecuentes golpes, porrazos, empujones, heridos y peleas que a diario se producen, pues hace ya mucho tiempo que el ferrocarril no se da abasto para atender cómodamente a tanta gente. Pero además los trenes no llegan a los terminales en el tiempo mínimo deseable y las esperas van desde quince minutos a una hora en larguísimas colas anárquicas con coleados a granel. Como "sardina en lata" viajan quienes se aventuran a ir parados.

Ni hablar del llamado tren preferencial para la tercera edad, discapacitados y mujeres embarazadas, que es el único al cual los vigilantes incapaces "intentan" controlar. Allí son maltratados a diario ancianos, mujeres y niños por jóvenes y gente de cualquier edad, quienes con un bastón en la mano, simulando ser discapacitados, entran a la brava bajo la mirada impasible de la vigilancia interna que no ejerce autoridad alguna.

Y cuando la cosa se pone fea por los retrasos constantes la vigilancia se esfuma y sálvese quien pueda. Entra la policía nacional y finalmente no pone el orden por temor a "quebrantar los derechos humanos". ¿Quién le pone el cascabel al gato?

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