jueves, 20 de marzo de 2014

Tarjeta de racionamiento de balas

Foto de archivo
WILLIAM PADRÓN |  EL UNIVERSAL
Hace casi un mes se anunció que Pdval restringiría las compras a una vez por semana para "evitar el acaparamiento y preservar los inventarios", decía Iván Bello, presidente de esta red alimenticia. Aseguraban que esta invención nacía por petición del Poder Popular.


Como si estuviesen calentando motores, el gobierno mostró la "Tarjeta de Abastecimiento Seguro". Siempre se habló de que venía y nadie lo creyó. Una versión tecnológicamente avanzada de lo que nos decían que era la tarjeta de racionamiento cubano que uno tanto se negaba a creer porque en el fondo, nuestra inocencia y síntoma de país plenamente libre, no entendía de qué trataba. Era exageración que llegáramos a un supermercado y no se consiguiera nada.

Ahora bien, en unos días empieza el censo para registrar huellas dactilares en Pdval, Mercal y Abastos Bicentenario. ¡Nunca creímos que sucedería! "¿Abastecimiento seguro?" suena a fábula, da risa. No quieren decir que tienen poco y no saben cómo repartirlo. Siéntanse como rebaño que va al matadero, como el ganado que es marcado y vigilado. Este gobierno juega con el hambre y la esperanza de la gente.

Se burlan en nuestras caras de la carencia diaria. Nos dicen que ahí viene una tarjeta electrónica como si se tratara de una especie de Kino 2.0 en el que sueñas con ganarte alguno de los equipos, apartamentos, viajes que nunca se sabe si cumplirán. Lo único seguro es que la escasez se mantiene y la molestia quieren apagarla con la ilusión de un premio.

El grave problema del venezolano es que espera que un mesías político lo salve y además se acostumbró a que el gobierno le regalara todo. Esa gente no le interesa que el ciudadano común sea un empresario independiente porque si te desligas de sus migajas no pueden adoctrinarte.

El país entró en una tensión psicológica. Nacimos libres y por la ignorancia de unos cuantos nos quieren condicionar como seres humanos. Aunque nos desconectemos un rato de la realidad toda esta vorágine social nos está asfixiando. Los más pequeños reaccionan con la naturalidad del momento sin que nos demos cuenta de que un día detonará tanta presión a su alrededor.

Días atrás hubo una frase que no pude sacarme de la cabeza. Una pequeña niña de unos 5 años aproximadamente, alegre, inocente, corriendo por la plaza de Los Palos Grandes, hace una parada veloz para preguntarle a su progenitor: "Papá ¿cuándo te va a matar la Guardia Nacional?" La volátil interrogante me produjo una sensación amarga. Horas después alguien me mostraba un video de un niño que le estaba huyendo a un póster de Chávez pero disfrutaba de otro de Capriles. No sabía en qué tipo de humor colocarme.

Diariamente estamos defendiendo nuestra realidad, tratando de ser los buenos en las historias malas de la otra parte de la ciudad y haciéndolos a ellos malos en la nuestra. Olvidamos la percepción de los más pequeños. Todos ellos están absorbiendo algún tipo de distorsión de nuestro humor diario. Lo convierten en parte de su inocencia y en un futuro inesperado les estallará.

En pareja, en la casa, en la familia, estamos recreando parte de nuestra tensión política, esa que nos agobia en el Twitter o el Facebook, el pedirle a los noticieros que muestren la realidad que tanto callan, esperando a que Fernando del Rincón nos haga justicia en CNN.

Vivimos apegados a esa rigidez, esperando algo diferente que nos asombre, alertas a la hora en que empiezan las guarimbas. Contamos heridos, muertos, torturados y rogamos que ninguno de esa estadística sea un familiar o un amigo cercano.

Dormir ha cambiado su rutina para los que tenemos la fe de un cambio. La mayoría no tenemos esa facilidad de Maduro para dormir como un bebé. GNB, PNB, FNB, PSUV, cualquiera de esas siglas detona un sentimiento de descomposición social que simula una bomba atómica.

Sin quererlo padecemos una suerte de depresión que no termina de desvanecerse, está latente lo iracundo de nuestro ser, el reloj va a sonar cuando menos lo esperamos. Por favor que no salpique a nuestros seres queridos, especialmente recordar que los niños absorben todo y el daño es irreversible.

A todos aquellos que han vendido su conciencia recuerden que sus hijos, nietos y familiares futuros les pedirán cuentas. Al final quedarán sumergidos en el olvido como una servilleta usada luego de comer una grasienta empanada que aumenta el colesterol.

Tal vez lo que necesitamos es la creación de una tarjeta de abastecimiento de balas para que el hampa se limite y garantizar una seguridad ciudadana y respiremos al fin una verdadera paz sin lacrimógenas ni calles militarizadas.

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