lunes, 9 de mayo de 2011

Gorilofilia

Por: Fernando Rodríguez/TalCualDigital
Este mal debe ser una variante de la monstruofilia, la atracción por la deformidad y la fealdad, tan vieja como la humanidad y que se manifiesta en todos los ámbitos de la vida de los pueblos, desde la sexualidad hasta las leyendas y el arte. Esta sería su variante política.


Para simplificar las cosas podría considerarse el objeto del deseo, el gorila, a dictadores y déspotas en general. El mal puede ser pandémico, el caso de los alemanes y Hitler sería el más excelso, pero siempre es analizable en individuos.

Durante su ascenso al poder, y con posterioridad a éste, nuestro Presidente manifestó una diáfana pasión por Marcos Pérez Jiménez, alias Tarugo, que sólo frenó el recordatorio de algunos compañeros (en especial de su tutor, Luis Miquilena) de las torturas y otras crueldades del tirano que les tocó padecer en carne propia. Luego fue Fujimori y su carnal Montesinos con quien mantuvo turbias y veladas relaciones, todavía no aclaradas del todo, que sólo finalizaron cuando el Imperio, ¿quién más?, le dio jaque mate a los dos alegres compadres, que habían hecho todo tipo de tropelías en el conmocionado Perú y sus adyacencias. Más de una vez recordó la vil injusticia cometida con Noriega, una de sus mayores pesadillas persecutorias, de cuyos pecados son memorables una febril afición al narcotráfico y al lavado de dinero.

Para no citar, por lugar común, el desaforado amor a la personalidad de Fidel Castro, monarca del mar de la felicidad, padre de pueblos humillados y pedilón insaciable.

Pero las pasiones no se quedan en el vecindario. No, llegan a todos los confines.

Al último tirano de Europa. Al sátrapa de Zimbabue (truhán electoral crónico, que logró llevar a su país al último lugar del mundo en el índice de desarrollo humano de la ONU) poseedor de la espada que camina. A Al Bashir (el único presidente en ejercicio enjuiciado por la Corte Penal Internacional, por 300.000 muertos) invitado a permanecer entre nosotros. Al intento de reivindicar a Idi Amin (200.000 muertos por represión, posiblemente caníbal, autodenominado "Señor de todas las bestias de la tierra y los peces del mar" y "Rey de Escocia", entre otros títulos). No hablemos de Gadafi, el Bolívar libio, ni del teocrático Ahdmadineyad porque ya nos son bien conocidos, casi de la familia. De todos modos, como se verá, la muestra es incompleta pero suficiente para un diagnóstico seguro.

Queremos aclarar algunos prejuicios al respecto: por ejemplo, que todo militar posee el mal, lo cual no es cierto. Además los ejemplos demuestran que no todos los gorilas son militares. Aunque algunos piensan que éstos tienen una fuerte propensión a contraerlo, quizás por la costumbre de impartir y recibir órdenes sin apelaciones. Agreguemos que, como se ve en los ejemplos, no importa mucho si el sujeto es de derecha o de izquierda, lo decisivo es que sepa mandar como se debe.

Si esta hipótesis es cierta, comprenderá usted las angustias, elusiones, alcahueterías y contradicciones en que cae el gobierno al pronunciarse sobre los dos humanistas en boga, Gadafi y Bin Laden. Dos suculentos paradigmas del así es que se gobierna. Y parece que van a caer otros en este imprevisto huracán sobre los reyezuelos del tercer mundo.

Malos tiempos para Calígula.

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