martes, 3 de abril de 2012

Capriles Radonski apela a su juventud y energía para enfrentar a Chávez

Cansado y hambriento tras largas horas de campaña bajo el intenso sol caribeño, el líder de la oposición venezolana Henrique Capriles necesita descansar y comer algo en su autobús.


Pero la gente de Baralt, un empobrecido y polvoriento distrito del cinturón petrolero del oeste venezolano, no está acostumbrada a tener visitantes importantes y le pide que se sume a un partido de básquetbol.

Lo convencen fácilmente. El hombre que quiere convertirse en el próximo presidente de Venezuela corre por toda la cancha, encesta varios tiros, se levanta rápido luego de ser derribado y es vitoreado cuando su equipo gana el partido.

“¡Hombre, sabe jugar! No es el típico político que espera la foto y después se va”, dijo Johan Arismendi, un joven espectador de 24 años.
En una batalla cuesta arriba para poner fin a los 13 años de Gobierno del presidente Hugo Chávez en las elecciones del 7 de octubre, Capriles tiene un as bajo la manga y sabe cómo jugarlo: su juventud.

El gobernador del estado de Miranda, de 39 años, se ha embarcado en una gira de tres meses “casa por casa” diseñada tanto para mostrar su energía como sus ideas.

Capitalizando un estilo populista que le dio buenos resultados desde que se convirtió en el legislador más joven de Venezuela a los 26 años, Capriles suele calzar botas y vestir camisetas. Fue una sorpresa verlo en traje para los debates televisados previos a las primarias opositoras de este año.

Anda en motocicleta para evitar el tránsito y llegar a los barrios más humildes, donde pasa más tiempo que en su oficina. Por la noche, a menudo se relaja con un partido de básquetbol o haciendo ejercicio.

RESALTAR SU IMAGEN ENÉRGICA ES UNA ESTRATEGIA DELIBERADA
Primero, Capriles rompió con la “vieja guardia” de líderes opositores en Venezuela, en su mayoría figuras de 50 y 60 años que no pudieron desbancar a Chávez en seis elecciones ni mediante huelgas, protestas callejeras y hasta un breve golpe de Estado en el 2002.

Pero lo más importante pasa por remarcar la diferencia entre su imagen juvenil y fresca y la de un Chávez convaleciente. El presidente no sólo es 18 años mayor, sino que lucha contra un cáncer diagnosticado el año pasado que le ha dejado claras huellas en su figura.

Bajo tratamiento de radioterapia luego de tres operaciones en menos de un año para extraerle dos tumores malignos de la pelvis, los problemas de salud de Chávez se profundizan y su rival sale a ganar las calles.

“Me sobran fuerza y juventud. Lo que ves aquí es sólo un inicio”, dijo Capriles, siempre dispuesto a los comentarios oportunos, las anécdotas y las estadísticas en una serie de entrevistas con Reuters en sus viajes de campaña por toda Venezuela.

“El candidato del Psuv (Chávez) ya no camina entre el pueblo, no habla con el pueblo. Y eso desde antes de sus problemas de salud. Yo le deseo una recuperación rápida para que vea los cambios que vienen en Venezuela”, señaló.

La picardía en esos ambiguos deseos -y la audacia de copiar algunos de los trucos más exitosos de la campaña presidencial de Chávez en 1998- han irritado al líder socialista y a sus seguidores.

Los comentaristas de la televisión estatal escupen bilis hacia Capriles, llamándolo “copión” o “el candidato camaleón”. Un burlón aviso televisivo mostró una imagen del candidato opositor exclamando ante una multitud: “Los que quieren progreso, vengan con nosotros”, seguida de una de Chávez declamando su consigna “Los que quieren patria, vengan conmigo“.

Aunque el presidente aún tiene una gran ventaja sobre Capriles en la mayoría de las encuestas, el carismático Chávez -cuyos humildes orígenes y conexión emocional cuasi religiosa con los pobres han apuntalado su Gobierno- está claramente herido.

Después de todo, Capriles está intentando hacer lo mismo que hizo él: llegar desde lo más bajo y desafiar la sabiduría popular para ganar una elección con una campaña infatigable por todo el país.

“Lo de Chávez es televisión. Lo de Henrique es calle”, dijo a Reuters Henri Falcón, un gobernador estatal y ex aliado del presidente que rompió con él hace dos años. “El voto oculto se va a expresar masivamente a favor de Capriles (…) Capriles es recibido en las casas como en los viejos tiempos de Chávez. Te lo digo yo que era chavista”, agregó.

De hecho, una de las promesas de campaña favoritas de Capriles es terminar con las famosas “cadenas” televisivas de Chávez, que el Gobierno usa para obligar a todos los canales -privados y estatales- a transmitir en vivo al mandatario dando un discurso, inaugurando un proyecto o encabezando una reunión.

A menudo duran varias horas y en ocasiones ha habido tres o cuatro el mismo día. “Menos televisión y más trabajo” es el mantra de Capriles, aunque sus conferencias de prensa tienden a ser largas y sus respuestas a veces ampulosas y repetitivas.

Pese a haber nacido en una familia rica, haber militado en un partido político de derecha y ahora defender la bandera de una coalición que representa a todo el espectro ideológico de la oposición, Capriles se define como un político de centroizquierda.

Quiere importar las políticas de estilo brasileño a Venezuela: condiciones de libre mercado para que las empresas privadas puedan recuperarse junto con medidas sociales para combatir la pobreza.

Eso ha llevado a algunos a describirlo como un “Chávez liviano”, es decir, un hombre que mantendría lo mejor de las llamadas misiones sociales que brindan servicios gratuitos a los pobres pero que terminaría la guerra contra el sector privado.

Las misiones, que van desde arroz subsidiado hasta clínicas gratis dirigidas por médicos cubanos, son la base de la popularidad de Chávez.
El Gobierno está desesperado por pintar a Capriles, cuya abuela materna huyó de los nazis, como un representante de una elite diminuta, rica y pro Estados Unidos que gobernó durante décadas antes de que Chávez la sacara del poder.

Ese es quizá su punto más débil para la mayoría pobre de Venezuela. Creció en medio de lujos -su familia tiene una gran cadena de cines y otras compañías y se codeó con famosos como el comediante mexicano “Cantinflas”-, mientras que Chávez fue criado por su abuela en una casa humilde en medio del campo.
Físicamente, sus rasgos europeos lo identifican como miembro de la elite venezolana. La piel morena de Chávez, en cambio, lo conecta inmediatamente con los pobres, y él explota eso.

Chávez ni siquiera menciona el nombre de Capriles y suele referirse a él como el “candidato de la ultraderecha” entre otra variedad de sobrenombres. El mes pasado, justo cuando sus colaboradores anticipaban que la campaña de Chávez por la reelección iba a centrarse en el “amor”, un eslogan astuto, intangible y difícil de combatir, el quijotesco presidente llamó a su rival “cochino” cinco veces en dos oraciones.

Si eso generó controversia, los súbditos de Chávez han sido aún menos moderados. “Fascista”, “sionista” y “nazi” son algunos de los epítetos que le han dedicado, de los cuales los dos últimos fueron expresados juntos sin ningún dejo de ironía.

Mario Silva, un comentarista de televisión fanáticamente chavista, leyó documentos en los que supuestamente ponía en duda la tendencia sexual de Capriles.
En otro episodio de su programa nocturno, un burlón Silva mostró un dibujo de Capriles usando ropa interior rosada y una esvástica en su brazo.

Al respecto, Capriles -quien perdió a dos de sus bisabuelos en campos de concentración en Alemania- expresó: “Llamarme a mí nazi demuestra una ignorancia increíble cuando mi abuela sufrió horrores en el gueto de Varsovia“.

“Los insultos son una muestra de su miedo, su desesperación. No voy a responder. Los venezolanos están cansados de esto, quieren soluciones a sus problemas, no más insultos y confrontación”, agregó.

Aunque muchos venezolanos estarían de acuerdo con esa idea general, quieren escuchar más propuestas específicas de Capriles. El candidato ha despotricado contra el crimen y el desempleo como los peores males del país, pero aún no ha dado demasiadas precisiones de cómo traerá seguridad a la nación o creará los cientos de miles de trabajos que se necesitan.

Del mismo modo, al hablar sobre el petróleo -la gran fuente de ingreso venezolana- Capriles ha repetido el argumento de todos los políticos de que hay que elevar la producción de crudo pero diversificar la economía para acabar con la dependencia del “oro negro”.

Aunque prometió una gestión menos politizada de la compañía petrolera estatal Pdvsa y poner fin a los suministros subsidiados a aliados políticos como Cuba o Nicaragua, realmente no ha explicado de qué modo podría resolver lo que otros no han podido.

Claramente planea desmantelar las radicales políticas estatistas de Chávez como las nacionalizaciones, los controles monetarios, el congelamiento de precios y la persecución a las firmas financieras privadas.

Pero dice que eso debe hacerse gradualmente para evitar un caos económico, lo que genera un complejo acto de equilibrio. Aparte del carisma de Chávez, la otra gran arma del Gobierno contra Capriles son sus misiones sociales. Las autoridades han convencido a un gran sector de los venezolanos que la oposición las eliminaría después de la elección.

Capriles lo niega y dice que de hecho se basará en ellas para mejorarlas, eliminando sólo la corrupción y la ineficiencia que trajeron aparejadas. La apreciación de los votantes del estado Miranda sobre sus políticas en salud y educación parecen confirmar eso.
“A la Revolución le vamos a quitar la R, va a ser Evolución“, aseveró Capriles.
En una carrera que ve como la preparación perfecta para enfrentar a Chávez, venció a uno de los aliados más poderosos del presidente, Diosdado Cabello, en las elecciones por la Gobernación de Miranda en el 2008.
Y los sondeos muestran que si el cáncer obligara a Chávez a renunciar, Capriles derrotaría cómodamente a Cabello o a cualquier otro sucesor.
Lejos de Miranda, en un bastión chavista del oeste de Venezuela, los asesores de Capriles llegaron temprano en la mañana para un evento programado donde el candidato caminaría por las calles.
Para su sorpresa, una cuadrilla de trabajadores había llegado primero e inició la excavación de las calles de tierra. Una excavadora bloqueaba el camino.
El momento era sospechoso y aunque la disputa se resolvió finalmente con algunos diálogos en voz alta y unas pocas palmadas en la espalda, fue un símbolo para el comando de Capriles de cómo el Gobierno planea poner obstáculos en su camino, a cada paso.
Y una de las facetas que más nervios genera es tener que ir a los barrios de Caracas poblados por militantes de Chávez, donde las armas abundan y las pandillas imperan. En el último intento, en una barriada llamada Cotiza, hombres armados dispararon y al menos dos personas resultaron heridas.
El Gobierno culpó a los guardaespaldas de Capriles, pero la oposición dijo que era una intimidación deliberada por parte de chavistas armados, y muchos venezolanos lo vieron como una advertencia de que Capriles no debe intentar hacer campaña con demasiada fuerza en esas zonas.
Como lo hizo con Manuel Rosales, su rival en la última campaña electoral, Chávez anunció que las fuerzas de seguridad del Estado habían descubierto un complot para asesinar a Capriles por parte de opositores extremistas.
Chávez no aportó pruebas de la trama y Capriles calificó al mandatario de “irresponsable” por hablar del tema.
Capriles es sin duda visto como demasiado “blando” por algunos en la oposición, que preferirían que sea abiertamente hostil a Chávez
En una campaña electoral que todo el mundo espera sea dura, el Gobierno está seguro de que si se acerca a los vínculos comerciales de Capriles -el candidato opositor tendría muchos partidarios ricos apoyándolo detrás de bambalinas- se verá una evidencia de su verdadera agenda.
Inevitablemente, su papel en un confuso incidente en la Embajada de Cuba en el 2002 también removerá otras cosas. Capriles fue acusado de incitar a una multitud afuera del edificio, e incluso “invadir” las instalaciones, pero él dice que como alcalde del distrito sólo trataba de calmar los ánimos.
Aunque finalmente fue absuelto, Capriles estuvo cuatro meses en la cárcel por el incidente, otro rasgo más en común con Chávez, quien fue encarcelado después de un intento de golpe de Estado en 1992 contra el entonces presidente Carlos Andrés Pérez.
Capriles salió de la cárcel profesando un más devoto catolicismo y, desde entonces, usa un rosario alrededor de su cuello y hace una peregrinación anual a un santuario.
En caso de llegar al poder, enfrenta enormes desafíos: dar cabida a la diversa coalición opositora, manejar un poder judicial y un Parlamento todavía llenos de aliados de Chávez, deshacer 14 años de nacionalizaciones, conciliar a la nación y revitalizar el sector privado, por nombrar sólo unos pocos.
A pesar de las multitudes que muchas veces se congregan a su alrededor, a veces todavía cuesta imaginar a Capriles pensando en esos desafíos en el palacio presidencial de Miraflores, que Chávez ha convertido en su casa en los últimos 13 años.
“Está haciendo tanto esfuerzo para parecerse a nuestro ‘comandante’, se ve patético. No tiene chance, no tiene vida aquí con nosotros, el pueblo pues”, dijo Sileyda Guevere, una simpatizante del presidente de 40 años, tras abuchear a Capriles en su gira.
“Después de Dios tenemos a Bolívar, y después de Bolívar a Chávez (…) Lo amamos, es así de sencillo. Es nuestro padre, nuestra patria. No hay nadie más”, concluyó.
TalCualDigital

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