lunes, 2 de abril de 2012

Multitudes inteligentes

Después de preguntar en la sexta o séptima farmacia por un medicamento agotado, el usuario semiconectado decide preguntar en otro espacio de gente como él. En su perfil de redes sociales coloca qué medicina busca, en qué presentación y pide saber dónde la hay. El sistema abusa de los ciudadanos condenándolos a la escasez por falta de planificación, pero un espacio de resistencia y encuentro está hoy a la mano de los consumidores que a su modo generan redes, se informan y toman decisiones No se trata de gente que necesita un donativo, que también abunda cada vez más, sino gente que necesita y puede hacer el esfuerzo por cubrir el récipe como si se tratara de una lista escolar, pero no consigue lo que busca.

LUIS CARLOS DÍAZ/TalCualDigital
Después de preguntar en la sexta o séptima farmacia por un medicamento agotado, el usuario semiconectado decide preguntar en otro espacio de gente como él. En su perfil de redes sociales coloca qué medicina busca, en qué presentación y pide saber dónde la hay.

No se trata de gente que necesita un donativo, que también abunda cada vez más, sino gente que necesita y puede hacer el esfuerzo por cubrir el récipe como si se tratara de una lista escolar, pero no consigue lo que busca.

Las cosas cambian. El sistema abusa de los ciudadanos condenándolos a la escasez por falta de planificación, pero un espacio de resistencia y encuentro está hoy a la mano de los consumidores que a su modo generan redes, se informan y toman decisiones. La urgencia nos está haciendo parir el concepto de "multitudes inteligentes", con dolor y desde la corredera colectiva.

¿A quién no le ha pasado ya que gracias a sus contactos consigue saber dónde hay leche, pañales, un puesto de cedulación, una grúa o medicamento para pacientes crónicos que sencillamente no se encuentran? ¿En qué momento se hizo cotidiano? El término multitud inteligente lo acuñó Howard Rheingold en su obra Smart Mobs: la próxima revolución social y si lo aplicamos al caso venezolano, podríamos compararlo con la capacidad que tienen los ciudadanos para informarse de manera descentralizada, escoger y guiarse en un entorno complejo.

El entorno del mercado venezolano es el de la escasez. Una traducción sencilla que hace el economista Roberto Casanova sobre el socialismo es: "socialismo significa colas". Es decir, se condena a la población a sortear una oferta de productos que no es ni abundante ni justa, sino deficitaria, por lo que se debe comprar un producto en un sitio, hacer tres horas de cola por otro, jugar a las ferias itinerantes como si fuésemos gitanos y romper el esquema de la tranquilidad.

Dentro del discurso político que sostiene esta manera caótica de entender al consumidor criollo, se camufla la espera, la paciente espera, detrás de la esperanza. Quizás consigas lo que buscas, pero espera tu turno.

LA EMERGENCIA NO NEGOCIA
Quien crea que el pollo subvencionado o los productos repartidos por turnos tras una larga espera son más baratos, es porque consideran que su tiempo no tiene ningún valor. Para la mayor parte de la población activa sí lo es, por lo tanto debe reducir los lapsos dedicados a perseguir bienes.

Una de las opciones para solventarlo ya fue estudiada ampliamente por el psicólogo Axel Capriles: la viveza criolla abre las compuertas a las picardías, el amiguismo, el apadrinamiento, el coleo, los contactos directos y otros atajos algo despreciables que sólo favorecen a un individuo en desmedro del resto del cuerpo social. En caso de emergencia, pocos escatiman al resto y prefieren jugar al "sálvese quien sepa".

Pero posiblemente sean las redes sociales las que puedan darle un giro a esta ecuación. No siempre estamos condenados a ser lobos peleando una presa contra nosotros mismos.

Ante la escasez de medicamentos se ha seguido el guión venezolano de confundir para dar largas a las responsabilidades. Se ha culpado a los medios de comunicación de no ser serios en sus informaciones. Se ha culpado a los laboratorios. A Cadivi y sus retrasos para importar los principios activos. A la distribución. A las mafias farmacéuticas. Y finalmente, para no perder la costumbre, al Imperio.

Lo cierto es que los pacientes oncológicos, cardiológicos, neurológicos y de casi cualquier afección grave están viviendo, junto a sus familiares, una situación de burla con la crisis de medicamentos. Cuando se va a una farmacia y el sistema reporta que una medicina en particular está agotada hace 6 meses o que su genérico no llega hace 8, queda claro que no hay buena comunicación entre los laboratorios y los doctores que elaboran los récipes.

Asimismo desnuda que el negocio no ha dejado de beneficiar a los poderosos, porque producir medicamentos en un entorno de escasez y de emergencia hace que la gente no escatime gastos, por lo que los precios pueden ser abusivos sin que nadie repare en reclamos después de la taquicardia que le da al ver la factura.

Cuando los laboratorios, los entes importadores y los centros de distribución no informan sobre las existencias de medicamentos, la cibersociedad organizada tiene poco margen de maniobra. A lo sumo la gente recurrirá a su cuenta Twitter para preguntar dónde hay una pastilla y quizás consiga una respuesta. Pero son sistemas basados en la confianza y en la solución uno a uno.

Si acaso algo puede ser urgente en Venezuela es centralizar datos y sincerar los nudos de este problema. Comparar tablas de precios, mejorar el acceso a los medicamentos genéricos y aclarar cuando hay fallas.

Un ejemplo para graficar parte del problema: la carbamazepina es un producto esencial para pacientes con afecciones neurológicas. Una de sus presentaciones es el Tegretol de 200 mg de liberación controlada. El costo de un paquete de 20 pastillas ronda los 11BsF. Sin embargo el mismo medicamento en su presentación de 10 pastillas de 400 mg (la misma dosis que la anterior) cuesta 110BsF.

Lo que responden en todas las farmacias visitadas desde el mes de diciembre es que la presentación de 200 mg ya no llega "porque no se produce". Sólo los farmacéuticos lo confirman, los laboratorios no se atreven. Pero para un paciente que lo necesita significa 11 veces más de presupuesto destinado a la medicina. Cuando CAVEFAR dice que la inflación en medicinas llegó a 30% el último año, se queda corto para lo que viven muchas familias venezolanas.

Si hay dificultades para conseguir suero fisiológico, o la gente de Cumaná debe viajar hasta Puerto La Cruz para no conseguir lo que necesita y finalmente se le debe mandar la medicina desde Caracas, quiere decir que muchas cosas en las redes farmacéuticas no están funcionando bien. Sin embargo en las redes sociales la gente se entera, se mueve y empieza a desenmarañar dónde están los victimarios. Los síntomas de su indignación están bastante claros.

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