viernes, 10 de agosto de 2012

¡Con la gorra del triunfo hemos topado!

AGUSTÍN BLANCO MUÑOZ |  EL UNIVERSAL
El panorama electoral planteado hoy se mueve en buena parte entre  el espectáculo de la mentira socialista y el que corresponde a una "unidad", que se sitúa al margen de todo compromiso político-ideológico, para atender el sentir de la población votante y ofrecerle las reivindicaciones aún postergadas.


Es, por otra vía, la misma política vacía de contenidos de que hace gala el oficialismo supuestamente revolucionario. Es otra manera de presentar el viejo y gastado populismo afiliado históricamente a la compra-venta de conciencia, la negociación, el fraude-trampa y la violencia.

En ese marco, la práctica de la diversión suple cualquier compromiso de orden político e ideológico, programación, pensamiento-ideas y proyecto para conformar una realidad diferente.

Aquí prevalece más bien la Escuela del reparto que anuncia y realiza el "hombre providencial" que promueve y mantiene el positivismo.

Por ello a lo largo de 200 años, de lo que se ha dado en llamar vida republicana, la política del espectáculo ha servido para lograr que todo permanezca  "en su debido lugar".

En este sentido, hoy se alude a una supuesta independencia que ahora es cuando estaríamos en vías de lograrla. Ayer se creyó que se había conformado una democracia que hoy unos pretenden convertirla en socialismo del siglo 21 y otros la añoran para volver al poder y dejar atrás el   aislamiento y segregación que en muchos casos les obliga a transigir y negociar.

Esto significa que aquí los cambios políticos han estado permanentemente alrededor del congelador y que seguimos anclados en la vieja consigna: "Nuevos hombres, nuevos ideales, nuevos procedimientos" de la llamada Revolución Restauradora.

Es la política del cambio de nombres, que recurre a la formulación de nuevos procedimientos e ideales, para que "todo siga igual". El presente y futuro hoy tiene ese mismo sello.

En 1936 los nuevos hombres de los nuevos ideales y procedimientos democráticos aspiran implantar una nueva república.

La vieja escuela lopecista y medinista sucumbe ante el empuje de la "nueva escuela" de militares y civiles que, empuñando las mismas banderas, ideales y procedimientos, van tras la búsqueda de posiciones.

En el trienio 45-48 ocurre lo mismo. El perezjimenismo pone en acción los procedimientos militares del pasado.

El llamado "modelo democrático" ofrece poner en práctica una democracia que hasta entonces no se conocía.

Pero de ese modelo,  portador de grandes fracasos y derrotas, se deriva otro que asume de nuevo el mote de "revolucionario", aunque no pase de ser otro momento de la misma historia.

Esto quiere decir que estamos anclados, como mínimo, en las condiciones y situación de la RR de Castro y Gómez. La misma dictadura con los mismos disfraces.

Hoy nos conseguimos con quienes se ofrecen como nuevos hombres', supuestos portadores de "nuevos ideales y procedimientos". Todos militantes o plenamente afiliados a la legión de los patriotas-héroes-caudillos de la independencia.

El patriotismo, además de no haber triunfado en la independencia,  se conforma como una Escuela para el engaño permanente y creciente.  Y esto queda en evidencia cuando hoy se dice que estamos a la conquista de la misma independencia.

Con esto se quiere aludir a que la anterior fue incompleta. Por esto hoy tiene la mayor vigencia el mito heroico' como conductor de todo el llamado quehacer histórico'.

El movimiento que hace del bolivarianismo su credo no se queda en su sola expresión. Se proyecta en la continuación de una independencia que no tiene independencia y en un patriotismo sin patriotismo.

Es la simple continuación del permanente disfraz heroico-patriótico.

Nadie se siente entonces portador de un valor propio. Por ello se requiere echar mano de atuendos, gestos y ejemplos heroicos.


Y nos conseguimos hoy con unos supuestos patriotas y nuevos libertadores, que ejercen el mando-poder y que nos han llevado a la condición de expaís, expatria, exnación o exVenezuela para conducirnos a la vez a otra realidad geopolítica y supuestamente revolucionaria: Venecuba, la fusión de lo que han denominado dos patrias en plenas revoluciones.

Y frente a este esquema patriótico-heroico vemos cómo se levanta el opositor. Y en ningún momento se advierte decisión de confrontación con el supuesto movimiento independentista.

No se marca ninguna revisión ni distancia. Hay sí el apego a los símbolos de lo que aún denominan patria. Y en este contexto se inscribe el espectáculo por el uso y control de la Bandera, el Himno Nacional, la Imagen de Bolívar y demás héroes de la patria.

En este sentido los opositores actuales no se enfrentan al discurso de independencia sin independencia. Simplemente les interesa establecer que tienen el mismo derecho que los oficialistas a usar los consabidos símbolos patrios.

De allí el espacio que se le otorga al espectáculo de la gorra. Un objeto al  que se convierte en fundamento de y para la distracción.

Y quien actúa de esa manera no puede ir más allá de la simple continuación de la historia del engaño y la falsificación.

Por esto la Disidencia, una vez más, marca distancia de estas manifestaciones patrioteras que, 200 años después hacen de la  independencia sin independencia un territorio para el desarrollo de un espectáculo, como el que gira en relación al uso o no de una gorra que porta los colores y estrellas de la bandera de la Venezuela que ha intentado ser  y no de la Venecuba que somos.

Tal vez no haya en el planeta un expaís como el nuestro en el cual materialmente  todo adquiere la condición y calidad de espectáculo. ¡Y no falta quien mantenga que con la gorra del triunfo hemos topado!

Por ello le escuchamos decir hoy a muchos opositores que ahora sí lograron lo que querían: poner los símbolos patrios (sin Patria) a su favor, al servicio del triunfo de las oposiciones también patrióticas y presumimos que con el tiempo revolucionarias. ¡Qué historia amigos!

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