miércoles, 15 de agosto de 2012

El circo

No queda nada de aquel furibundo militarote que sentenció a la jueza Afiuni, por cadena de radio y televisión; que mandó a encerrar a los empresarios de Econoinvest sin motivos a la mano o que ordenó perseguir sin éxito al ex gobernador Manuel Rosales, no sin antes advertirle el mal del que se iba a morir

ELIZABETH ARAUJO
Mi vecina Zoila, buena amiga como redomada oficialista, ya no añora con fruición los días cuando Hugo Chávez se burlaba con infinita crueldad de los escuálidos, saltaba como adolescente sobre la tarima y golpeaba con su puño izquierdo la otra mano, en clara demostración de que la revolución bolivariana gozaba de buena salud.

Eran los tiempos en que la finada Lina Ron asaltaba el Arzobispado de Caracas y lo declaraba "territorio libre del imperialismo católico"; mientras los encapuchados de La Piedrita rodeaban con sus motos y petardos a Globovisión y acusaban a Federico Alberto Ravell de ser agente encubierto de la CIA, y los ya desaparecidos borrachines de franelas rojas, acuartelados en Plaza Bolívar, insultaban a la gente que pasaba encorbatada, llamándola vendepatrias.

Han pasado ya diez años y demasiada agua ha corrido debajo del puente del proceso bolivariano que arrancó con el grito de reivindicación de los pobres contra los ricos, y ahora concluye desencantando tanto a ricos como a pobres.

¿Qué pasó? Que el Comandante ya no es el mismo. La misteriosa enfermedad lo cambio y le obliga a permanecer postrado en un tarantín ambulante, predicando amor por la clase media y martirizado con esa obsesión, que ya no es el imperio ni Uribe ni la derecha internacional, sino Henrique Capriles Radonski.

No queda nada de aquel furibundo militarote que sentenció a la jueza Afiuni, por cadena de radio y televisión; que mandó a encerrar a los empresarios de Econoinvest sin motivos a la mano o que ordenó perseguir sin éxito al ex gobernador Manuel Rosales, no sin antes advertirle el mal del que se iba a morir.

Lo que vemos ahora es un hombre envejecido, lerdo para caminar, haciéndose rodear de actores de Hollywood o por bandas musicales de "cuánto hay pa’eso" y siguiendo el guión de unas fulanas encuestas que un sastre calculador le confecciona a la medida de su ego.

Por eso, la espada del Libertador en las manos de Rubén Limardo o el monoplaza de la Williams estrellándose en los brocales de Los Próceres, ante un público que acudió a ver la habilidad del piloto criollo de la Fórmula Uno. Ahora, para septiembre, se nos anuncia la visita del Cirque du Soleil y más tarde qué se yo, un prestidigitador que todo lo desaparece (no es Diosdado Cabello), o tal vez Madonna o Lady Gaga. Todos pagados en dólares en efectivos con los dineros de la nación.

De la revolución furibunda y rabiosa que entusiasmaba a mi vecina, quedan apenas bocanadas de insultos, uno que otro tirapiedra oculto en un cerro al paso de la caminata opositora y unos generales que no han terminado de pagar la casa en Oripoto y están obligados a ser leales hasta que se ordene lo contrario.

El paso avasallante de Capriles por barrios, pueblos y caseríos despierta simpatías incluso en quienes respaldaron de buena fe al comandante. Ellos, mejor que nadie, parecen haber advertido que vienen tiempos mejores para Venezuela. No quieren quedarse de meros espectadores, cuando el circo de la revolución desmonte su carpa.

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