lunes, 11 de abril de 2011

Violencia desencadena éxodo venezolano

ANTONIO MARIA DELGADO/ADELGADO@ELNUEVOHERALD.COM
A simple vista, Luisalva Morales no da la impresión de ser una amenaza para nadie.
De voz dulce y trato educado, la economista y profesora universitaria de 52 años se expresa con un urbanismo que contrasta con la hostilidad que impera en la sociedad venezolana desde que el Socialismo del Siglo XXI polarizó al país.
Y sin embargo, Morales cuenta que fue catalogada como enemiga de la revolución que adelanta el presidente Hugo Chávez y el acoso emprendido contra ella no le dejó más remedio que abandonar todo lo que había acumulado en una vida de esfuerzos para llegar a llegar a Estados Unidos sin nada.
¿Su crimen? Decirle a quien le quisiera escuchar que en Venezuela se había perdido la democracia.
“Ellos lo que querían era que me callara la boca, que dejara de decir que Chávez era un dictador”, relató Morales. “Lo decía en la universidad. Allá, lo decía en mi casa, lo decía en la calle, donde podía, donde se presentaba la oportunidad”.
Ahora sólo puede decirlo en Miami.
Morales, junto con su esposo e hijos, decidió abandonar el país a finales del 2009, después del asesinato de su hermano y el inicio de una serie de llamadas anónimas advirtiéndole que había llegado su turno.
Como Morales, son miles los venezolanos que se han visto obligados a salir del país, perseguidos –según ellos—por grupos violentos allegados al gobierno que han emprendido la tarea de controlar las calles e infiltrar las urbanizaciones, y amedrentar a quienes se atreven a alzar su voz abiertamente contra el gobierno.
En Estados Unidos, el número de personas que escapa de Venezuela ha crecido ininterrumpidamente desde que Chávez llegó al poder en 1999, aunque en general al venezolano no le gusta emigrar.
Las residencias legales que las autoridades estadounidenses concedieron a los venezolanos a lo largo de la década de los ochenta apenas superaban las 20,000. En la última década el número se acercaba a las 100,000.
Los números del Departamento de Justicia también señalan que el venezolano no solicitaba asilo político. En el año 2000, Estados Unidos sólo recibió 47 solicitudes de este tipo por parte de ciudadanos del país sudamericano. Para el 2006, el número se había disparado a más de 1,000.
Pero el éxodo de inmigrantes hacia Estados Unidos es mucho mayor y algunos cálculos colocan el número de venezolanos viviendo ilegalmente en el país en decenas de miles.
En Miami, los venezolanos huyendo de Chávez han llegado a tal magnitud que han comenzado a ejercer cierta influencia y las autoridades locales han comenzando a honrar sus aportes.
El alcalde de la ciudad de Miami, Tomás Regalado, tiene previsto designar el 13 de abril como el Día del Exiliado Venezolano, en una ceremonia organizada para reconocer circunstancias especiales que están obligando a los ciudadanos del país petrolero a emigrar, tal como lo hizo la ciudad de Doral el año pasado.
La selección de ese día no es casual, comentó José Colina, presidente de la Organización de Venezolanos Perseguidos Políticos en el Exilio (Veppex), que organiza el evento y donde participarán otros grupos opositores venezolanos el miércoles a las 2 p.m. en la sede de la Alcaldía de Miami.
Ese día marca el retorno del mandatario venezolano al poder después de ser derrocado brevemente en el 2002 y el inicio de “un éxodo masivo de venezolanos en el exterior porque el gobierno de Chávez emprendió una persecución atroz contra todos aquellos que tenían una ideología distinta a la del gobierno”, señaló Colina.
Uno de ellos es Janette González.
La ejecutiva de una compañía de tecnología había participado en varias de las multitudinarias marchas en la antesala de los eventos de abril del 2002, en las que los manifestantes recibieron golpes y maltratos de integrantes de los denominados Círculos Bolivarianos.
Pero fue a la semana de que Chávez regresó al poder cuando ella y su familia se convirtieron en blanco específico de los milicianos.
“A la semana del regreso de Chávez, ellos se organizaron y comenzó la persecución para todo el mundo”, relató González. “Ellos sabían quiénes éramos y tenías que salir con un ojo en la nuca. Tenías que ir un día por un sitio y otro día por otro”.
Según González, la persecución emprendida en su contra, fue realizada por individuos adscritos a la Alcaldía de Guatire, cuidad ubicada al este de Caracas, quienes habían recibido instrucciones de defender la revolución con las armas.
Muchos de ellos se desplazaban por la zona en motos, desde las que abrían fuego hacia presuntos blancos. Las víctimas quedaban registradas en las estadísticas del hampa, comentó.
En una ocasión, González fue víctima de una emboscada, cuando el auto en el que se desplazaba junto con un compañero de trabajo fue interceptado por un grupo de motorizados que esperaban en un tramo oscuro de la vía. Al pasar por allí comenzaron a perseguir el vehículo y a abrir fuego contra él.
Aterrados, González y su acompañante se dirigieron apresuradamente hasta una caseta policial, punto en el que los hombres armados se devolvieron.
En otra ocasión, los motorizados fueron hasta la casa de González y efectuaron disparos contra ella, mientras sus hijos jugaban afuera. La persecución se extendió por un periodo de varios meses hasta que la familia decidió irse.
“Me enfermé con todo estos problemas, desarrollé un problema de tensión alta, me dio una aneurisma en un brazo, fue mucha presión. Fue una cuestión en que no aguantamos más y tuvimos que salir”, comentó González.
Salir significaba dejar atrás una cómoda vida. González ganaba un salario anual equivalente a los $50,000. Su esposo tenía su propia empresa. Tenían casa propia, autos y viajaban tres veces al año.
“Teníamos una vida establecida y tuvimos que dejarlo absolutamente todo para venir acá con tres maletas”, comentó.
El capitán de la marina mercante Simón Marval, también se vio obligado a huir.
Marval, quien en su tiempo libre realizaba labores de proselitismo para la oposición, fue víctima de un atentado. Se desplazaba por auto desde Caracas hacia la ciudad costera de La Guaira, cuando el auto fue interceptado por dos hombres que viajaban en moto y abrieron fuego contra él.
El capitán y otro oficial que le acompañaba resultaron ilesos pese a que el auto fue impactado tres veces, pero Marval se llevó una sorpresa al llegar a La Guaira.
“Cuando fui a poner la denuncia de los disparos, un policía me llama y me dice que las por las características de lo que estaba hablando, los agresores eran policías. ‘Mejor que te vayas, me dijeron, son chavistas’ ”, relató Marval.
El acoso continuó a lo largo de los próximos años, en la medida en que el capitán continuaba realizando labores de proselitismo, vinculadas con el partido Alianza a un Bravo Pueblo, que encabeza el dirigente Antonio Ledezma.
Ese trabajo le llevaba a reunirse con habitantes de los barrios pobres para explicarles las contradicciones del proceso político adelantado por Chávez, actividad que era muy mal vista por adeptos del gobierno.
En otra ocasión, Marval fue interceptado en un estacionamiento por un grupo cuyos miembros dijeron ser jóvenes chavistas y quienes le esperaban donde había estacionado su auto. Le dieron una paliza y mientra el capitán yacía tendido en el suelo, uno de ellos se le acercó y le dijo: “Esto es para que sigas trabajando en contra del comandante”.
Los incidentes más bien le dieron fuerza para continuar, comentó Marval, quien pese a saber los riesgos estaba convencido de que sin este tipo de actividad Chávez se prolongaría en el poder.
Pero la situación cambió cuando regresó al país después de pasar más de un año capitaneando un barco para una naviera alemana. Fue en enero del 2010 y a los dos días de llegar, recibió una llamada en la que alguien le dijo: “Ya viniste y ya te vas. Si quieres seguir vivo, lo mejor es que te vayas”.
La llamada fue el punto de quiebre para la familia del capitán, cuya esposa e hijos se vieron obligados a recibir posteriormente asistencia psicológica.
“A los diez días [de la llamada], estaba aquí en Estados Unidos, sin saber exactamente qué iba a hacer”, comentó.


Cort. El Nuevo Herald

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