miércoles, 4 de julio de 2012

¿Dónde están los universtitarios?

Por: Fernando Rodríguez/TalCual
A yer marcharon los profesores ucevistas hasta la AsambleaNacional para solicitar, una vez más, los medios financieros mínimos para que el Alma Mater salga de terapia de intensiva. Es muy loable, pero a todas luces insuficiente. Esta marcha se suma a una serie de paros parciales o de bloqueos de sus accesos, recientes y reiterados, bastante invisibles para la mayoría de los venezolanos, que persiguen el mismo fin y cuyos resultados parecen nimios.


La gravedad del estado de salud de nuestras universidades es terminal, agónico. Sobre todo de nuestras verdaderas universidades, las que producen y trasmiten conocimientos (Las otras, las misioneras, las fábricas de votos, son otro problema que implica tratamientos distintos, encaminados a que alguna vez lleguen a ser universidades y no dádivas engañosas para jóvenes que merecen un mejor destino). Y tal parece que no estamos utilizando sino paños calientes para atender al enfermo.

Basta ver la deserción de los profesores de la propia UCV para no dudar del diagnóstico terrible. Más de setecientos en los últimos tres años, lo cual debe acercarse a una cuarta parte de los docentes activos. A lo que habría que sumar los concursos sin concursantes, la disminución del tiempo de dedicación, los postgrados despoblados, el éxodo creciente de los mejores egresados. La investigación, otrora promisoria, ahora desmantelada.

No hay que ser muy perspicaz para ver las causas: los salarios indignos, la carencia de instrumentos idóneos para manejar el saber, la falta de futuro, la gris y pesada atmósfera que se respira en el campus, patrimonio de la humanidad.
Es suficiente echar un vistazo a las clasificaciones jerárquicas de las universidades del planeta para saber dónde andamos en un mundo en el cual se repite hasta la saciedad que el cerebro, el conocimiento, es la mayor fuente de progreso y bienestar social. América Latina tiene un triste papel en esas enumeraciones y, digamos de paso, que de manera abrumadora son copadas por las universidades gringas. Y en la propia América Latina Brasil, que aprende a "mandar" así como se debe (ver Mercosur), tiene una superioridad sobre nosotros de diez a uno.

Por último sumemos a esta devastación financiera el ultraje, por ejemplo, de no poder ni siquiera elegir autoridades si no pisoteamos masoquistamente nuestra autonomía. O los bárbaros y ya crónicos ataques de bandas armadas. Ya lo sabemos pues, este régimen tropero y fascistoide detesta el saber que lo desenmascara y a los universitarios que lo repudian. No hay futuro imaginable con tal especie.

Y si es así, ¿esta crucial circunstancia electoral que vivimos no coincide, acaso, con los muy sentidos intereses de los universitarios? Es en el cambio imaginable del 7-O donde está la clave, la única, que podría abrir las puertas a una universidad próspera y capaz de sumarse al desarrollo nacional, de nuevo nuestra, jubilosa y creativa.

Unificar esas dos luchas es un deber ineludible, una urgencia. Llenar las calles de universitarios, de su capacidad de lucha, su arrojo y su imaginación, tantas veces demostrada en el pasado, en pos de la victoria democrática es la vía regia que se impone. Y eso no está sucediendo, al menos en la escala deseable. Ni siquiera en la que alcanzó en fechas no lejanas por otra causa, necesaria pero más distante que la casa entrañable y menos decisiva nacionalmente que la que estamos viviendo. Habría, pensamos, que hacer del país un aula magna repleta de acciones y propuestas universitarias y eso pronto, ya, son tres meses. No demos más vueltas, hay un objetivo claro, un camino.

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