miércoles, 19 de septiembre de 2012

La ciencia de caer por inocente

Por: MIGUEL ÁNGEL LATOUCHE/TalCualDigital
Permítanme recrear una fábula de Esopo: Un león, queriendo evitar los riesgos de la cacería, decide declararse enfermo y solicitar a sus súbditos que fuesen a visitarlo en su convalecencia. Notando que el zorro no había asistido a la cita envía emisarios que lo convocan.
Luego de pensarlo mucho y al verse compelido a hacerlo el zorro inicia el camino hasta el cubil del rey de los animales, al acercarse disminuye la marcha, se pone en alerta, se aproxima a la entrada de la cueva y gritando llama al felino: ­Amigo león, estoy acá a la entrada, ¿por qué no sales para poder saludarte? ­Amigo zorro, responde el león, mi convalecencia no me permite salir al descampado. ­Entonces, responde el zorro, será mejor que nos veamos otro día cuando nos encontremos y conversemos desde lejos, veo que quienes te han visitado antes no han tenido la suerte de escapar con vida de tus fauces.

Mientras decía esto el zorro se retira dejando tras de sí a un sinnúmero de cadáveres de los animales que ingenuamente habían creído en la enfermedad de su rey, habían ido a visitarlo y habían sido devorados por éste.

Siempre me gustó esa fábula. Me gustó por la actitud ladina del león que cansado de cazar en el campo tiende una trampa para atrapar incautos, tanto como por la habilidad del zorro para descifrar el entuerto, descubrir la mala fe del interlocutor y salvaguardar la vida. Si uno hace tratos con el diablo debe estar consciente de que hay múltiples cosas que se encuentran en riesgo, que para salvar el alma hace falta mucho más que una estampita de la Virgen de la Caridad.

¿Puede uno hacer política en un país como este, en un momento como este sin pensar que uno se encuentra en un campo minado, que no se puede confiar en nadie? Así la hermana de uno hubiera trabajado con el tipo durante seis o siete años, que acá cualquiera está dispuesto a usar cualquier cosa en nuestra contra.

Carajo, no somos suizos.

La verdad es que el video que le grabaron a Caldera es una oda a la estupidez, y la verdad es que es una lástima.

Caldera es, en mi opinión, uno de nuestros parlamentarios más inteligentes. Creo que es un tipo de valía. Cuesta creer que un tipo de ese nivel haya caído ingenuamente en una trampa típica. A ver: el hombre va a visitar a unos empresarios que públicamente han estado asociados al gobierno, tiene una conversación en la cual involucra a todo el mundo, y no se le ocurre, no le pasa por la cabeza la posibilidad de que lo estén grabando. El que inocentemente peca, inocentemente se condena.

No nos apresuremos a condenar con liberalidad, no hace falta hacerle el juego al gobierno, acá se ha cometido más de un delito. Las grabaciones ilegales están tipificadas como un atentado en contra de la privacidad. El que recibe dinero debe explicar qué recibe y con cuáles fines, pero también debe explicarlo el que lo entrega. Más allá de la ilegalidad de las grabaciones de las conversaciones privadas y de la desfachatez que significa que el Canal del Estado lo presente hasta el cansancio y de manera casi obscena, lo cierto es que no hay peor olla que aquella en la que uno se monta por su propia cuenta.

Más allá del caso Caldera, el cual deberá ser atendido por las instancias a las que le corresponda hacerlo, y de las dificultades que el caso introduce para la definición de la candidatura a la Alcaldía de Sucre, lo cierto es que esta situación pone de manifiesto la dureza del juego político venezolano. Hemos perdido el pudor en el término de nuestras actuaciones públicas, los límites éticos entre lo que nos permitimos y lo que no, se encuentran en estado gaseoso. Hemos liquidificado nuestros valores republicanos para hacer que prevalezca la desconfianza, la intolerancia, la trampa y el resentimiento.

Cuando las partes apelan a la guerra sucia para enturbiar el ambiente o para descalificar al contrario, se pone en evidencia la ausencia de la construcción argumentativa, la imposibilidad de convencer por medio de las ideas, el agotamiento del ejercicio de conversar. Vivimos los tiempos de la imposición ideológica. Vivimos un momento en el que se intenta construir el silencio por vía de la ausencia de interlocución, o por vía de la descalificación del otro, de su destrucción moral. En nuestra dinámica electoral nos jugamos entre dos posibilidades: las de la emancipación del sujeto o las de la atrofia colectiva. Nos toca escoger. Hagámoslo sin ingenuidad. Se juega duro.

Aquí nadie está ofreciendo miel de aricas con buñuelos

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