Nuestras últimas dos grandes glorias deportivas de nivel mundial son la negación viviente de la filosofía de este régimen
Por: Simón Boccanegra/TalCualDigital
Lo que son las cosas de la vida. Nuestras últimas dos grandes glorias deportivas de nivel mundial son la negación viviente de la filosofía de este régimen. Primero, fue Pastor Maldonado, que llegó, por su propio talento y no porque este país sea un semillero de grandes volantes (aunque con la nada despreciable ayudita del financiamiento de Pdvsa), a ese templo del deporte por excelencia de los ricos y famosos de este mundo: la Fórmula 1.
Después, resulta que un muchacho de Maturín, Johnattan Vegas (parece que él lo escribe así), pudo volverse una estrella del golf mundial a pesar de que la "Pdvsa que ahora es del pueblo" destruyó los campos de golf que había heredado de las compañías extranjeras, ubicados por San Tomé, El Tigre y otras poblaciones orientales.
Johnattan, pues, también, se mueve ahora en la élite de otro deporte de ricos y famosos; el golf, sobre el cual el propio genio de Sabaneta ha lanzado los dicterios más despectivos de su siempre florido vocabulario.
Para colmo, nuestras estrellas beisboleras se hacen en lo que los cronistas deportivos, con pertinaz unanimidad, denominan "el mejor béisbol del mundo", es decir las Grandes Ligas del imperio. Pero no es que salen del amateurismo nacional, de un béisbol organizado como parte de la política deportiva oficial (que en ese particular no existe) sino que salen de las "granjas" que los equipos del imperio mantienen aquí, pescando y formando inicialmente los talentos criollos.
Los cubanos, al menos, formaron sus grandes estrellas (esas que cada vez que pueden aparecen sorpresivamente en las Grandes Ligas), pero, aquí, los Carlos González, los Cabreras y Magglios, los Félix Hernández y Johans los produce el imperio. Qué pena con los dioses de la revolución.
Por: Simón Boccanegra/TalCualDigital
Lo que son las cosas de la vida. Nuestras últimas dos grandes glorias deportivas de nivel mundial son la negación viviente de la filosofía de este régimen. Primero, fue Pastor Maldonado, que llegó, por su propio talento y no porque este país sea un semillero de grandes volantes (aunque con la nada despreciable ayudita del financiamiento de Pdvsa), a ese templo del deporte por excelencia de los ricos y famosos de este mundo: la Fórmula 1.
Después, resulta que un muchacho de Maturín, Johnattan Vegas (parece que él lo escribe así), pudo volverse una estrella del golf mundial a pesar de que la "Pdvsa que ahora es del pueblo" destruyó los campos de golf que había heredado de las compañías extranjeras, ubicados por San Tomé, El Tigre y otras poblaciones orientales.
Johnattan, pues, también, se mueve ahora en la élite de otro deporte de ricos y famosos; el golf, sobre el cual el propio genio de Sabaneta ha lanzado los dicterios más despectivos de su siempre florido vocabulario.
Para colmo, nuestras estrellas beisboleras se hacen en lo que los cronistas deportivos, con pertinaz unanimidad, denominan "el mejor béisbol del mundo", es decir las Grandes Ligas del imperio. Pero no es que salen del amateurismo nacional, de un béisbol organizado como parte de la política deportiva oficial (que en ese particular no existe) sino que salen de las "granjas" que los equipos del imperio mantienen aquí, pescando y formando inicialmente los talentos criollos.
Los cubanos, al menos, formaron sus grandes estrellas (esas que cada vez que pueden aparecen sorpresivamente en las Grandes Ligas), pero, aquí, los Carlos González, los Cabreras y Magglios, los Félix Hernández y Johans los produce el imperio. Qué pena con los dioses de la revolución.
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