domingo, 27 de diciembre de 2009

Carlos Blanco // Tiempo de palabra


"Chávez viaja en uno de los aviones más costosos, y se espanta cuando aquí le piden aumento"

Anatomía del odio

En los días de Navidad no es útil ni bueno hablar de odio. Sin embargo, dado que Chávez no da tregua ni se la da a sí mismo, hablar de su inquina hacia una porción significativa de sus compatriotas ayuda a entender mejor de qué se trata y hasta dónde puede llegar.
Este personaje se propuso una revolución, entendida como poner patas para arriba a la sociedad, con cambios sustanciales, y destinada a hacer un país tal vez parecido a sus sueños, cuando se debatía entre el beisbol y la locución de arrabal. Ha avanzado en el dominio de la sociedad, básicamente porque muchos de los dirigentes de la disidencia no entendieron -durante años- que ese era el propósito del nuevo caudillo. Lo vieron como un exagerado, con su tumbao autoritario, pero nunca entendieron que Venezuela estaba en presencia de una operación de control total. No asumieron -por mala fe o por ignorancia histórica- que Chávez había lanzado una guerra total para apoderarse del país como de su hacienda, en la creencia de representar el retorno de los héroes y de los brujos.

Hay razones para entender las inhibiciones: la cultura democrática impone límites. Así como un ciudadano educado no lanza botellas o latas desde el automóvil aunque no lo miren ni se orina en un recipiente de basura del metro, los demócratas se atienen a reglas de convivencia cívica y aceptan los mecanismos de control de un poder sobre otro, saben que la Constitución y las leyes imponen restricciones para que la libertad pueda crecer. Allí estuvo la debilidad inicial de la resistencia democrática, al ver a Chávez no como el déspota que es, sino como el bocón y exagerado que también es. No llegó a plantearse la necesidad de la resistencia contra un tirano. Se dirá que al comienzo no era tal y que luego se volvió así; lo cual significó desconocer que las tiranías tienen su tempo, su ritmo. A veces, como en las revoluciones genuinas, descabezan al comienzo; a veces, como en las autocracias mañosas se comen el elefante a pedacitos y dejan participar, como hicieron Juan Vicente Gómez y la junta de Pérez Jiménez, antes de abrir las fauces y triturar lo que quisieron.

El caudillo ganó tiempo, confundió a muchos de los suyos y de los ajenos, pero siempre en la tesitura de avanzar sin negociar. Los diálogos fueron operaciones de relaciones públicas en sus momentos de debilidad. Esto no se entendió.

EL ODIO COMO RESULTADO. Estos autoritarismos usan la división como una estrategia para facilitar su implantación. Desde estas líneas se ha planteado cómo Hitler diseñó el brutal exterminio de los judíos. El antisemitismo rondaba Europa desde siglos, pero a pesar de esta situación, en la sociedad alemana convivían judíos y no judíos, familias, vecinos, amigos, compañeros de trabajo, novios& Este escenario no era propicio para los requerimientos de la raza pura de los arios, ante la pecaminosa tentación de la mezcla. Las persecuciones iniciales de 1933 y 1934 no se hicieron esperar, pero levantaron mucha resistencia; luego, de modo lento para las exigencias del Führer, comenzó la separación inmisericorde. Los judíos no pudieron trabajar más en los organismos del Estado, tuvieron que abandonar sus negocios, mudarse a ghettos, identificarse con la estrella amarilla. Una vez que se arrancó a la comunidad judía de la sociedad de la cual formaba parte integral, vino la persecución generalizada y más adelante el exterminio.

Chávez no se plantea el exterminio físico de los disidentes; de eso se encarga el hampa con chavistas, no chavistas y antichavistas. Lo que sí se plantea es su exterminio cívico. Su objetivo es lograr la inexistencia social de millones de venezolanos y lograr, por la vía fanática de la adhesión o la más equívoca del miedo, el control social bajo su puño de hierro.

La lógica de la división es elemental. Si Chávez representa al pueblo, si por su boca habla el pueblo, si, en definitiva, él es el pueblo, lo que se le oponga es -queriéndolo o no- la oligarquía, los ricos, el imperialismo y los poderosos. Si por ventura hay pobres dentro de los que se le oponen, entonces se les denuncia como objeto de manipulación aviesa por mano de los titiriteros imperiales.

Una vez establecida la división entre pobres (lo cual incluye a los boliburgueses que se han unido a la causa proletaria) y los ricos (lo cual incluye a los pobres manejados a control remoto por la garra imperial), la separación se instala y se justifica, lo cual pavimenta el camino para que una parte de Venezuela -del tamaño que sea- se proponga la desaparición social de la otra. El odio se constituye así en el principal instrumento de relación con el diferente. Desde la perspectiva de la práctica social cotidiana hay dos tipos de seres humanos, y en el caso de los más ciegos solo existen, para unos, los oligarcas escuálidos, disociados y miserables de la oposición, y para otros, los macacos chavistas, como la literatura del odio ya instalado los denomina. De allí a la violencia física no hay sino la ocasión.

EL SUPREMO JUEZ. Lo que el país presencia es la aparición de un ser que se pretende superior, que concentra en sus manos el destino de todos -especialmente de los suyos-. Más que presidente es juez, en cuyas manos están bienes y destinos de los ciudadanos. Él es quien arbitra en los conflictos, quien ordena juicios y prisiones; quien libera a los que  quiere. Para hacer esto ha logrado controlar las ramas del poder público; domina el espectro de los medios de comunicación, sea porque se ha apropiado de éstos o porque confisca el tiempo a través de sus cadenas; pero, por sobre todo, el autócrata se ha convertido en un rico faraón, dueño del reino, sin límite alguno.

Dice que él no es propietario de nada, lo cual es jurídicamente cierto, pero es el poseedor de todo. Tiene sus milloncitos, los distribuye a discreción, da y quita y el diablo no lo visita. Le regala a Evo y ahoga a Ledezma; es pródigo con ese impresentable personaje que es Daniel Ortega y asfixia a César Pérez Vivas. Viaja en uno de los aviones personales más costosos del planeta, y se espanta por el sueldo de los trabajadores que quieren aumento. Va a Copenhague a clamar contra la contaminación ambiental y no tiene ni un adarme de vergüenza al presidir un país sumido en la basura, la contaminación de mares, lagos y ríos, la creciente explotación de la Faja del Orinoco sin las salvaguardas ambientales. Y lo peor, no se da por enterado.

EL TAMAÑO DEL DESAFÍO. El duelo entre Chávez y la sociedad democrática es inmenso. Él no quiere términos medios ni concesiones, ni diálogo ni reconciliación, sino exterminio político. Los que discrepan o se le oponen, dentro y fuera de sus cuarteles, no les queda más que dos opciones: plegarse, acomodarse o, al encontrar la menor ocasión, rebelarse. No es un problema de valor o cobardía sino de oportunidad. La única condición requerida es saber que Chávez no perdona, salvo cuando está derrotado y quien pide perdón es él.


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