miércoles, 20 de marzo de 2013

Judas y los 11 apóstoles

Inventarse ahora una suerte de religión, en la cual el finado mandatario sería algo así como el Dios supremo, mientras el mismo Nicolás y su combo vendrían a ser los 12 apóstoles de la revolución bolivariana

ELIZABETH ARAUJO/TalCualDigital
Nicolás está empeñado en canonizar a Hugo Chávez. Obviamente que no le inspira la supuesta "conexión espiritual" (con permiso del señor de Hinterlaces) que dice poseer con el líder ­al punto de autodenominarse "su hijo"­ sino la urgencia por expropiar los votos que el finado mandatario obtuvo en los comicios del 7-O.

Es tanta la desesperación, que se afana en erigir ahora una iglesia, tal y como hace poco unos atorrantes hinchas del "10" pretendieron levantarle un templo a Maradona. Pero eso no se llama gratitud ni devoción sino oportunismo. Mejor aún: oportunismo electoral.

Nicolás sacó la cuenta desde los aletargados días del duelo nacional y se creyó que los desfiles, el llanto espontáneo, los cañonazos en las guarniciones y los sentidos discursos de los mandatarios extranjeros terminarían endosados a su imagen, como esos cheques que los invitados depositan a la entrada del salón de fiesta donde se celebra el matrimonio.

De allí la pertinencia de Capriles, que no es bravuconería, de advertirle que si quiere conquistar los votos del 14-A, "no utilices la memoria de quien ya no está y sal a ganarte la confianza de los electores de manera limpia y honesta".

Eso sí, Nicolás, sin las abusivas cadenas diarias de radio y televisión, ni el derroche de los millones de bolívares de Pdvsa en la movilización de autobuses, y compras de gorras y franelas; ni las vociferaciones del ministro cuyo grito de adulancia debió haber caído mal en los cuarteles; ni el ventajismo que te otorga ahora ese nuevo partido llamado CNE, cuyo lema parece ser "somos imparciales... hasta donde Miraflores lo diga".

Inventarse ahora una suerte de religión, en la cual el finado mandatario sería algo así como el Dios supremo, mientras el mismo Nicolás y su combo vendrían a ser los 12 apóstoles de la revolución bolivariana, no solo raya en lo grosero contra el sentimiento religioso del venezolano sino que ofende a la inteligencia de esos venezolanos, chavistas o no, para quienes una cosa son unas elecciones y otra los falsos golpes de pecho.

La idea de convertir el Museo de la Montaña en una especie de nueva iglesia hacia donde marchará la feligresía del comandante, no exhibe otra señal que la fuga de temor en la supuesta conexión donde ­Hinterlaces dixit­ se genera el lazo emocional del cual quiere bañarse el creyente de Sai Baba, por Dios!.

De modo que esta religión, como su iglesia, que Nicolás pretende desesperadamente erigir no tiene otro signo que el electoral.

Carente de los atributos que el país requiere con urgencia en estos momentos de crisis económica que sacude al mundo, y de la cual Venezuela no está exenta, lo menos que podrían hacer los venezolanos es confundir religión con elección, y apostar el futuro de sus hijos a un aventurero sin una hoja de servicio público, a pesar de haber medrado 14 años a la sombra del árbol de la revolución.

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