miércoles, 5 de febrero de 2014

El Gran Viraje

GUSTAVO LINARES BENZO |  EL UNIVERSAL
Hace exactamente veinticinco años Carlos Andrés Pérez asumió la presidencia de la República por segunda vez. Escasos veinte días después saqueos nunca vistos asolaron Caracas y en menor medida otras ciudades. Seguramente los veinticinco años del 27 de febrero merecerán gran cobertura de los medios, públicos y privados; casi nadie recordará el gobierno del presidente Pérez.


Pues ese gobierno y sobre todo la agenda que propuso al país y ejecutó con constancia admirable, fueron un punto de quiebre en la historia venezolana. Un cuarto de siglo después de uno de los intentos más coherentes de modernización emprendido en Venezuela, la agenda del "Gran Viraje", como se denominó al Plan de la Nación, sigue siendo parte fundamental de la vida venezolana.

En 1989 los venezolanos no pagaban impuestos, dicho con toda precisión contable, y ello se consideraba un derecho otorgado por la riqueza petrolera. En 1989 Venezuela llevaba más de medio siglo acostumbrada a un tipo de cambio sobrevaluado, subsidiado por el Fisco, que impedía cualquier exportación distinta al petróleo. En 1989 Venezuela dedicaba más de la mitad de los ingresos petroleros a pagar el servicio de la deuda, enorme fardo que cancelaba cualquier proyecto de futuro, fuese del signo que fuese. En enero de 1989 las reservas internacionales operativas eran de 300 millones de dólares, que no cubrían ni un mes de importaciones, y Recadi, el Cadivi de entonces, había prometido quince mil millones de dólares preferenciales para importaciones. En 1989 Venezuela llevaba ya casi una década de empobrecimiento brutal, derivado básicamente de la incapacidad de la renta petrolera para mantener el nivel de gasto de los cincuenta años anteriores.

En 1989 el sistema político venezolano era casi igual al de 1958, con todos sus logros pero también necesitado de reformas radicales y urgentes. En 1989 Venezuela no elegía ni a los gobernadores, que eran designados por el presidente de la República, ni mucho menos a los alcaldes, cargo que ni siquiera existía. En 1989 Venezuela había dejado enfriar sus relaciones comerciales internacionales, casi entra en guerra con Colombia por el affaire de la fragata Caldas.

El presidente Pérez enfrentó todos estos problemas a la vez, con un plan de gobierno tan ambicioso y radical que a años vista podría decirse que era impracticable. El Presidente y sus asesores, luego ministros, ponderaron esta circunstancia expresamente, debatieron hasta la saciedad la opción entre shock y gradualismo (ahí están los documentos, las minutas de aquellas reuniones del Presidente electo y su equipo en La Guzmania). Pero con el precio del petróleo deprimido y las reservas agotadas, no había ni para pañitos calientes. Lo esencial debía hacerse de una vez, y haciéndolo Venezuela cambió.

Primero fue la deuda. El refinanciamiento de 1990, luego modelo para el resto de América Latina, solucionó radicalmente el problema de la deuda externa, al punto de que desde entonces nadie habla de él. Tan radicalmente, que el presidente Chávez jamás pretendió cambiarlo en lo más mínimo. El refinanciamiento de 1990 significó el regreso a los mercados financieros internacionales, acceso que el chavismo usó pródigamente al punto de que ahora debemos refinanciar de nuevo. Pero aún así, la hipoteca impagable que impedía todo futuro se canceló y el país pudo dedicarse a crear.

Y a ordenar. La presión fiscal real en 1989 era cero, y de hecho se mantuvo así hasta que el presidente Caldera aprobó el IVA y creó el Seniat, luego de derrocado CAP. Pero ello hubiera sido imposible sin los cuatro años de cabildeo de Pérez y su gente en todas las instancias, sociales, académicas y políticas, sobre la impostergable necesidad de un Estado con un mínimo ingreso tributario. Veinticinco años después, los impuestos son el principal ingreso del Tesoro Nacional, bastante más que el petróleo. Y nadie discute esa necesidad.

La Copre venía proponiendo la descentralización desde comienzos del presidente Lusinchi, sin éxito. CAP nombra ministro a su presidente, Carlos Blanco, y menos de un año después se eligen por primera vez gobernadores y se transfieren importantes sectores de la administración a los estados.

El presidente Pérez se atrevió a proponer y ejecutar una agenda distinta, contra viento y marea. Quizás calculó mal la fuerza de sus adversarios, los "náufragos". Pero un cuarto de siglo después hay un ideario moderno y el retraso brutal que nos agobia no ha podido revertir sus logros básicos.

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