sábado, 4 de mayo de 2013

Cerebro primario

No cabe duda que frente a la barbarie, no queda otra que refugiarse en la inteligencia, en la búsqueda de respuestas para tanto asombro, en desentrañar qué mecanismos cerebrales, más que emocionales, puedan conducir que alguien afirme sin ninguna vergüenza que "los diputados opositores se merecían esos coñazos"

ELIZABETH FUENTES/TalCualDigital
No cabe duda que frente a la barbarie, no queda otra que refugiarse en la inteligencia, en el conocimiento, en la búsqueda de algunas respuestas para tanto asombro.

En mi caso específico, me amparo en desentrañar qué mecanismos cerebrales, más que emocionales, pueden conducir a una persona, por llamarla de alguna manera, quien afirma sin ninguna vergüenza que "los diputados opositores se merecían esos coñazos".

O por qué aquella señora, pasada de kilos y teñida de rubio, atacó por la espalda a María Corina Machado, la lanzó contra el piso y una vez allí, la pateó hasta fracturarle la nariz.

Claro, cualquier podría apelar a la salida fácil del tipo: son unos resentidos, su mamá no los quería, sólo conocen de abuso, les pegaban cuando estaba chiquitos.

En fin, la misma sarta de explicaciones que se dieron en alguna ocasión para explicar la conducta abusadora y represiva del hoy fallecido Hugo Chávez, quien- como aseguró su entonces siquiatra Edmundo Chirinos y ratificó su madre, Elena Frías de Chávez en una entrevista a la revista Primicia de El Nacional, el pobre muchachito recibió más de una cueriza cuando era niño, al extremo que su abuela Rosinés lo escondía en el closet para defenderlo de aquel cinturón grueso y dañino.

 "Ahí la fuñía era yo", le dijo la señora Chávez a la periodista Lucía Lacurcia poco después de que Hugo ganara las elecciones. Y le contó de lo más orgullosa y al dedillo, que ella siempre tuvo la "mano flojita" para pegarle a sus hijos, incluso hasta después de grandes: "A Argenis le di una bofetada cuando ya estaba en la universidad".

Aunque también contó que, como madre solo hay una, mientras Hugo estuvo preso en Yare, ella le llevó religiosa y diariamente la comida que a él le gustaba: carne mechada, pisillo y hasta hallacas en Navidad, comilona que seguramente el golpista repartía entre la ristra de amigos y amigas que lo iban a visitar, lo que luego significó curriculum suficiente para nombrarlos ministros y ministras de lo que fuera.

Rutina que hoy suena a privilegio frente a la manera inhumana en que son tratados Ivan Simonovis, Antonio Rivero, los comisarios Forero y Vivas y los policías metropolitanos, en fin, los presos políticos que su hijo dejó como herencia en el mismo testamento donde decretó que su beneficiario universal sería nada menos que Nicolás Maduro.

Volviendo al punto inicial, mis dudas me llevaron a investigar cómo será que opera el cerebro de esta gente. Y me he encontrado con esta maravilla: según el científico español Eduardo Punset, uno de los mayores descubrimientos de la civilización actual es la plasticidad cerebral, es decir, que el cerebro se modifica de acuerdo a la experiencia de cada quien: "el cerebro posee elasticidad, una capacidad de desconectar antiguas rutas de pen- samiento y de crear nuevas rutas, a cualquier edad y en cualquier momento".

Es decir, cada vez que aprendemos algo, que experimentamos algo, que hacemos algo, se generan circuitos neuronales diferentes que se ponen en acción tanto si ejercemos la acción física como si la repasamos mentalmente. Es decir, el cerebro se modifica para bien si usted lee, trabaja, hace, experimenta, investiga, etc.

Entonces cabe suponer que también ocurre lo contrario: si los hoy cabecillas del oficialismo nunca se formaron debidamente, jamás lograron pasar de la primera página del librito de Martha Haernecker y luego estuvieron 14 años siendo tratados como minusválidos desde Miraflores, avergonzados públicamente, regañados, marginalizados, escuchando el mismo caletre, incluso castigados si aspiraban a hacerse sentir, entonces cabe suponer repito, que todo eso les redujo el funcionamiento de las neuronas y hoy día su cerebro básicamente responderá al instinto animal, ése que les obliga a matar al otro ­ o golpearlo o zumbarlo contra el piso, ante lo que consideran cualquier amenaza, llámese votos o vuvuzuela.

Y en eso su cerebro debe parecerse mucho al de los delincuentes comunes y, vainas de la bioquímica, quizás será por eso que, en el fondo de sus neuronas, se llevan tan bien.

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